Ah, la libertad de expresión en Occidente, ese noble estandarte que se enarbola en cada cumbre internacional, en cada discurso político, y, por supuesto, en cada conferencia sobre derechos humanos. Porque, claro, si hay algo que Occidente defiende con uñas y dientes, es precisamente la libertad de los ciudadanos para decir lo que piensan… siempre y cuando coincida con la narrativa oficial, claro está.
El más reciente ejemplo de esta devoción por la libertad de expresión nos lo ofrece Francia, ese faro de democracia y derechos civiles. El pasado sábado, las autoridades francesas decidieron, en un gesto sin duda patriótico, detener al cofundador de Telegram, Pável Dúrov. El crimen del empresario ruso, quien reside cómodamente en Dubái, fue permitir que en su red social se llevaran a cabo actividades delictivas y, para colmo, no colaborar con las autoridades francesas. Porque todos sabemos que en Francia, si algo no te gusta, lo ilegalizas o lo detienes, en nombre de la “seguridad.”
La Comisión Europea, siempre preocupada por la seguridad de los internautas y por la pureza de la información que consumimos, no tardó en dejar claro que esta detención no tiene “nada que ver” con la recién implementada Ley de Servicios Digitales (DSA). No, no, no. La DSA, esa ley que busca crear un espacio digital más seguro y controlar la propagación de “información nociva”, no tiene absolutamente nada que ver con detener a un empresario que, de hecho, es propietario de una plataforma que ofrece más privacidad que la mayoría. ¿Coincidencia? ¡Por supuesto!
No es que la DSA haya dado a los gobiernos europeos nuevas herramientas para controlar las plataformas digitales y, en última instancia, silenciar voces incómodas. No es que la Unión Europea esté cada vez más ansiosa por sofocar cualquier disidencia o cualquier plataforma que se atreva a desafiar la hegemonía de Silicon Valley y sus homólogos europeos. No, no. Esto es simplemente una cuestión de seguridad. Porque, después de todo, ¿quién necesita libertad de expresión cuando se tiene seguridad?
Lo más irónico es que Telegram es una de las pocas plataformas que todavía se resiste a plegarse al completo control estatal y a la vigilancia masiva que tanto gusta en las democracias occidentales. Es una plataforma que defiende la privacidad de sus usuarios, y eso, al parecer, es un crimen imperdonable en la Europa de hoy. ¿Cómo se atreve Dúrov a no colaborar con las autoridades francesas, a no ceder ante las demandas de censura? Es casi como si pensara que la libertad de expresión y la privacidad fueran derechos humanos fundamentales. ¡Qué ridiculez!
La detención de Pável Dúrov es, en efecto, una muestra ejemplar de cómo Occidente continúa su cruzada por la “libertad de expresión.” No importa cuántas veces se repita el mantra de la democracia y los derechos humanos, las acciones hablan más fuerte que las palabras. Y en este caso, las acciones gritan una hipocresía total.
Así que, mientras Francia y la Unión Europea continúan su lucha incansable por un mundo más “seguro,” no olvidemos agradecerles por recordarnos, una vez más, que la libertad de expresión es un concepto bonito… siempre y cuando sea su libertad de expresión la que se defienda.