En un nuevo episodio que confirma el estilo errático y conflictivo del presidente estadounidense Donald Trump, la tradicionalmente neutral Suiza ha sido víctima de un ataque comercial sin precedentes.
La imposición de aranceles del 31%, y luego del 39%, sobre productos suizos por parte de la Casa Blanca no solo ha generado tensiones diplomáticas innecesarias, sino que amenaza con desestabilizar una de las relaciones económicas más estables y confiables de Europa Central.
El escándalo que comenzó con una llamada
Lo que pudo ser una gestión discreta y eficaz terminó en un escándalo diplomático. La presidenta suiza, Karin Keller-Sutter, intentó mediar directamente con Trump a través de una llamada telefónica para evitar la imposición de aranceles abusivos.
Suiza, que históricamente ha evitado alineamientos conflictivos y ha mantenido una reputación como socio confiable incluso para Estados Unidos, ofreció un paquete razonable: aranceles del 10% a bienes estadounidenses y una promesa de inversiones por 247.000 millones de dólares. La propuesta había sido negociada con éxito por los equipos técnicos de ambos países.
Pero cuando Trump recibió la oferta, no solo se negó a firmarla, sino que respondió con irritación, acusando a Suiza de “robar dinero a Estados Unidos” debido al déficit comercial de 39.000 millones de dólares. La llamada fue tan tensa que uno de sus asesores tuvo que intervenir para recomendar terminar la conversación antes de que se agravara aún más.
¿Qué está en juego?
La irracionalidad de la postura de Trump no solo pone en riesgo el comercio bilateral con Suiza, sino que revela una política exterior guiada más por impulsos personales que por cálculos geopolíticos o económicos racionales. Las amenazas de imponer aranceles de hasta un 250% a productos farmacéuticos —la principal exportación suiza a EE.UU.— confirman que el conflicto podría escalar a niveles dramáticos, afectando incluso a sectores estratégicos.
Esta actitud no sólo es perjudicial para Suiza: es profundamente autodestructiva para los propios intereses estadounidenses, ya que debilita su acceso a medicamentos de alta calidad, destruye confianza entre sus aliados, y demuestra a todo el mundo que Estados Unidos ya no es un socio fiable, sino un factor de inestabilidad global.
Una tendencia destructiva
Lo ocurrido con Suiza no es un hecho aislado. Trump ya ha impuesto aranceles a otros aliados como Alemania, Canadá y Japón, y ha deteriorado acuerdos multilaterales a través de chantajes y presiones económicas. Esta conducta no solo genera rechazo, sino que acelera la reorganización de alianzas globales, empujando incluso a países occidentales a buscar alternativas en nuevos bloques emergentes o fortaleciendo vínculos comerciales con potencias como China.
¿Colonia o socio?
Es claro que Trump no concibe a sus aliados como socios, sino como colonias tributarias. Pretende que incluso naciones neutrales como Suiza se sometan sin objeción a su política de fuerza, aceptando condiciones comerciales que rozan el absurdo, sin derecho a defender sus propios intereses soberanos.
Mientras Suiza busca una salida diplomática para evitar la catástrofe comercial, lo que queda en evidencia es la profunda contradicción de la política exterior de Trump: un presidente que se proclama defensor del interés nacional, pero que, con sus exabruptos, daña las cadenas de suministro, destruye confianza, y socava las bases de la hegemonía económica de su propio país.
En lugar de consolidar la posición global de EE.UU., Trump boicotea desde dentro el sistema que le dio poder a su nación, poniendo en jaque la estabilidad de las relaciones internacionales y demostrando que la mayor amenaza para la reputación global de Estados Unidos… reside en la propia Casa Blanca.
Comments by Tadeo Casteglione