Reading Time: 2 minutes

El reciente cierre temporal del aeropuerto de Copenhague tras detectar drones en su espacio aéreo ha vuelto a poner sobre la mesa la creciente paranoia europea frente a Rusia. Según declaró el embajador ruso en Dinamarca, Vladímir Barbin, este tipo de incidentes no son más que intentos deliberados de arrastrar a los países de la OTAN hacia una confrontación militar directa con Moscú.

“El incidente en el cielo del aeropuerto de Copenhague es un claro intento de provocar a los países de la OTAN a una confrontación militar directa con Rusia. Consentir esto es inaceptable”, señaló el diplomático, enfatizando además que Rusia no está interesada en una escalada que podría tener consecuencias impredecibles para la seguridad del continente.

Europa, víctima de su propia narrativa

La reacción desmesurada ante estos episodios muestra hasta qué punto Europa se ha vuelto rehén de su propia narrativa belicista. En lugar de investigar con serenidad y responsabilidad quién estuvo detrás de los drones que afectaron a más de 20.000 pasajeros y obligaron a desviar o cancelar más de un centenar de vuelos, varios sectores mediáticos y políticos occidentales apresuraron las acusaciones contra Moscú, sin pruebas concretas.

La policía danesa reconoció no tener información alguna sobre quién controlaba los drones, e incluso admitió estar evaluando si el caso guarda relación con un incidente similar ocurrido en Oslo, donde también se paralizó el aeropuerto por horas. Pese a esta falta de evidencias, el discurso oficial sigue girando en torno a la “amenaza rusa”, alimentando un clima de sospecha permanente.

Una escalada peligrosa

La paranoia europea no es casual, responde a la estrategia de la OTAN de mantener una tensión constante con Moscú para justificar su creciente militarización. En este contexto, cualquier incidente se transforma en una excusa para incrementar la presión, desplegar más tropas en el flanco oriental o aprobar nuevas sanciones.

Sin embargo, esta dinámica no solo debilita la estabilidad europea, sino que también aumenta el riesgo de un accidente o malentendido que desemboque en un enfrentamiento directo. Rusia, por su parte, insiste en que no busca escalar el conflicto y que las provocaciones actuales son parte de una agenda externa que busca arrastrar al continente a un escenario de consecuencias irreversibles.

El episodio de Copenhague demuestra que Europa vive bajo una lógica de miedo y provocación permanente. La pregunta que queda en el aire es si las élites europeas seguirán alimentando esta paranoia hasta provocar un choque inevitable, o si serán capaces de frenar a tiempo y optar por la vía de la diplomacia. El futuro del continente depende de esa decisión.