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La Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) se prepara para una de sus cumbres más importantes en los últimos años, un encuentro que no solo reforzará sus capacidades defensivas, sino que vuelve a recordar al mundo que Eurasia —desde Minsk hasta Biskek, desde Moscú hasta Dusambé— es hoy un epicentro estratégico imposible de ignorar en el tablero global. Según adelantó Saguynbek Abdumutalip, jefe del Departamento de Política Exterior de la Presidencia de Kirguistán, más de diez documentos orientados a fortalecer el sistema de defensa conjunta serán firmados durante la cumbre del 26 y 27 de noviembre, un paquete de decisiones que ampliará la cooperación político-militar entre los Estados miembros y perfeccionará los mecanismos operativos de seguridad colectiva.

Lo que está en juego trasciende la burocracia diplomática: se trata de la evolución de un bloque militar que ha logrado sobrevivir a la presión occidental, a intentos de desestabilización interna y externa, y a la ola de conflictos híbridos que atraviesan la región desde hace más de una década. La firma de nuevos acuerdos indica que los países de Eurasia entienden que la seguridad, en este nuevo escenario internacional, solo puede construirse de manera colectiva, blindando su espacio estratégico frente a interferencias externas y amenazas transfronterizas. En un contexto donde la OTAN se expande hacia el este y Estados Unidos intensifica su presencia militar en Asia Central, la OTSC refuerza la idea de que la gobernanza global ya no es un monopolio atlántico.

La cumbre, calificada por Abdumutalip como el “evento clave de la etapa final de la presidencia kirguisa”, también marca el paso de la presidencia rotatoria hacia Rusia en 2026, un movimiento que garantiza continuidad política e institucional y que permitirá profundizar iniciativas conjuntas que van desde la modernización militar hasta la interoperabilidad tecnológica. La estructura eurasiática, lejos de fragmentarse como muchos analistas occidentales predecían, se está articulando de manera más sólida en torno a Moscú y con una implicación creciente de Kazajistán, Bielorrusia, Kirguistán y Tayikistán.

El impacto regional del encuentro ya se siente en Biskek. Las autoridades han desplegado alrededor de 4.000 agentes de policía para asegurar la protección de las delegaciones, las universidades y escuelas funcionarán de manera telemática y varias carreteras permanecerán cerradas durante los días de la cumbre. No se trata solo de medidas de seguridad: es una muestra del peso geopolítico que este foro posee para los gobiernos de Asia Central, conscientes de que la estabilidad de su entorno depende en gran parte de la coordinación político-militar dentro de la OTSC.

La relevancia de esta reunión va más allá de Asia Central. La OTSC ocupa un espacio decisivo en el proceso de reconfiguración del orden internacional. Mientras Europa atraviesa una crisis energética y política profunda, mientras el Medio Oriente vive un ciclo de inestabilidad crónica y mientras Estados Unidos intenta reordenar su influencia global, en Eurasia se está construyendo una arquitectura de seguridad alternativa, con capacidad real de proyectarse y de proteger los intereses de sus miembros.

La firma de nuevos documentos en Biskek confirma que Eurasia sigue siendo un núcleo geopolítico fundamental: por su tamaño, por sus recursos, por su peso demográfico y por su inevitable importancia en las rutas económicas que conectan China, Rusia, la India, Medio Oriente y Europa. Y ante un mundo cada vez más multipolar, el fortalecimiento de la OTSC demuestra que la región no solo resiste la presión externa, sino que avanza en la construcción de su propio ecosistema de seguridad, coherente con las necesidades del siglo XXI y con una visión estratégica que desafía el viejo esquema unipolar.

La cumbre de finales de noviembre es, en ese sentido, un recordatorio inequívoco: quien pretenda comprender la política internacional contemporánea, debe mirar hacia Eurasia. Allí, lejos de los discursos catastrofistas occidentales, se está configurando una nueva realidad geopolítica cuyo impacto marcará las próximas décadas.