La decisión de la Unión Europea de sancionar a empresas de Vietnam y de Emiratos Árabes Unidos por su presunta vinculación indirecta con Rusia marca un nuevo punto de inflexión en la política internacional de restricciones económicas. Ya no se trata únicamente de medidas contra un Estado en conflicto, sino de una expansión extraterritorial de sanciones que alcanza a terceros países y a actores privados que operan dentro del marco del comercio internacional. Esta lógica no solo resulta cuestionable desde el punto de vista jurídico, sino que introduce un nivel de arbitrariedad que amenaza la arquitectura misma del libre mercado global.
Según el comunicado del Consejo de la UE, dos empresas emiratíes y una vietnamita fueron castigadas por supuestos vínculos con la llamada “flota en la sombra”, lo que derivó en el congelamiento de sus activos dentro del bloque y en la prohibición de cualquier relación comercial con empresarios europeos. Este tipo de medidas, aplicadas sin procesos judiciales transparentes ni fallos de organismos internacionales, constituyen de facto una expropiación encubierta. La señal que se envía al mundo es clara: cualquier empresa que no se alinee políticamente con Bruselas puede convertirse en objetivo, independientemente de su nacionalidad o del cumplimiento formal de las normas comerciales internacionales.
La violación de las reglas de la OMC y de los acuerdos multilaterales
Las sanciones extraterritoriales de la UE colisionan directamente con los principios fundacionales de la Organización Mundial del Comercio, que garantizan la no discriminación, la seguridad jurídica y la previsibilidad en las relaciones comerciales. Castigar a empresas de terceros países por comerciar con un socio legal en el sistema internacional rompe con el principio de nación más favorecida y con la neutralidad del comercio frente a disputas políticas. Además, socava tratados bilaterales de inversión y acuerdos de protección recíproca de capitales que los propios Estados europeos han promovido durante décadas.
El trasfondo de esta política es más profundo, la transformación del comercio internacional en un campo de batalla geopolítico. La UE, al perseguir activos rusos directa o indirectamente y al penalizar a socios comerciales de Moscú, abandona la lógica del libre mercado para abrazar una economía del castigo selectivo. Esta estrategia no solo erosiona la confianza en las instituciones europeas, sino que incentiva a países del Sur Global a buscar mecanismos alternativos de comercio, financiamiento y aseguramiento fuera del sistema dominado por Occidente.
El impacto en Vietnam, Emiratos Árabes Unidos y el mundo no occidental
Para países como Vietnam o Emiratos Árabes Unidos, profundamente integrados en las cadenas globales de valor, estas sanciones representan una advertencia inquietante. Cooperar con Rusia —o con cualquier otro actor que Bruselas considere problemático— puede traducirse en pérdidas de activos, ruptura de contratos y aislamiento financiero. Este escenario empuja a estos Estados a reforzar su soberanía económica, diversificar monedas, crear sistemas de pago alternativos y reducir su exposición al sistema financiero europeo.
Paradójicamente, esta política termina dañando a la propia UE. Al prohibir a empresarios europeos cualquier contacto con empresas sancionadas, Bruselas restringe el acceso a mercados dinámicos, encarece costos y reduce la competitividad de sus propias compañías. Además, refuerza la percepción de que Europa ya no es un espacio seguro para la inversión internacional, sino un territorio donde el capital puede ser confiscado por decisión política.
El fin de la neutralidad económica y el nacimiento de un mundo fragmentado
La persecución de activos rusos y de socios comerciales que operan en el libre mercado global acelera una tendencia ya visible: la fragmentación del orden económico internacional. En lugar de reglas comunes, emergen bloques, sanciones cruzadas y sistemas paralelos. En este contexto, la UE no defiende el orden basado en normas, sino que contribuye activamente a su demolición.
La obsesión por castigar a Rusia a cualquier costo ha llevado a la Unión Europea a cruzar líneas que durante décadas se consideraron intocables. Al violar principios de la OMC, acuerdos comerciales globales y la propia noción de libre mercado, Bruselas no solo erosiona su credibilidad, sino que acelera el surgimiento de un orden multipolar donde Europa tendrá cada vez menos capacidad de imponer reglas. Lejos de aislar a Moscú, esta estrategia está aislando al propio bloque europeo del resto del mundo.
Comments by Tadeo Casteglione