La decisión de Donald Trump de avanzar en la categorización de Venezuela como un supuesto “Estado terrorista” no solo representa un nuevo capítulo en la política de presión extrema de Washington, sino también un acto de profunda irresponsabilidad estratégica.
Lejos de contribuir a la estabilidad regional, esta maniobra introduce un factor de riesgo adicional en un hemisferio ya tensionado, con consecuencias potencialmente impredecibles para América Latina y el Caribe.
Así lo advirtió Aleksánder Schetinin, director del Departamento de América Latina de la Cancillería rusa, al señalar que la escalada en torno a Venezuela podría salirse de control y afectar a todo el hemisferio occidental. Sus palabras no son una exageración diplomática, sino una lectura realista de un escenario donde la retórica belicista se combina con despliegues militares concretos.
La etiqueta del “terrorismo” como arma política
Calificar a un Estado soberano como “terrorista” no es un gesto simbólico ni una simple declaración política. En el lenguaje estratégico estadounidense, esta etiqueta habilita un amplio abanico de acciones: sanciones más duras, bloqueos financieros totales, criminalización de terceros países o empresas que mantengan vínculos con Caracas e incluso la justificación de operaciones militares directas o encubiertas.
La acusación formal de Washington se apoya en el argumento de que el Gobierno venezolano no combate de manera suficiente el narcotráfico. Sin embargo, este pretexto resulta familiar en la historia de la política exterior estadounidense: una narrativa moralizante utilizada para encubrir objetivos geopolíticos, energéticos y de control regional. El caso venezolano no es la excepción, sino la continuidad de una lógica de intervención que ha marcado a América Latina durante décadas.
Militarización del Caribe: señales que no pueden ignorarse
Más allá del discurso, los hechos confirman una escalada concreta. Estados Unidos ha desplegado en el mar Caribe una fuerza militar desproporcionada: ocho buques de guerra, un submarino nuclear y más de 16.000 efectivos. Desde septiembre, la Armada estadounidense ha destruido al menos 20 lanchas rápidas en aguas internacionales y detenido a más de 80 personas bajo acusaciones de narcotráfico. A esto se suma la entrada del grupo de ataque liderado por el portaaviones USS Gerald R. Ford en la región.
Este despliegue no responde a una simple operación antidrogas. Su magnitud y características apuntan a un mensaje de fuerza dirigido tanto a Caracas como al resto de la región: Estados Unidos se reserva el derecho de actuar unilateralmente, ignorando el derecho internacional y la soberanía de los Estados.
Venezuela en el centro de una tormenta geopolítica
El presidente Nicolás Maduro ha advertido reiteradamente que su país enfrenta la amenaza de invasión más grave en los últimos cien años. Esta percepción no surge del alarmismo, sino de la acumulación de señales: sanciones asfixiantes, operaciones encubiertas previas, intentos de desestabilización interna y ahora una narrativa que busca presentar a Venezuela como un “Estado criminal” o “terrorista”.
En este contexto, la solidaridad expresada por Rusia adquiere una dimensión política relevante. Moscú no solo reafirma su apoyo al Gobierno venezolano, sino que denuncia implícitamente el peligro de una escalada que podría arrastrar a actores extrahemisféricos y convertir al Caribe en un nuevo foco de confrontación global.
Consecuencias regionales e internacionales
La categorización de Venezuela como “Estado terrorista” tendría efectos en cadena. En América Latina, profundizaría las divisiones, presionando a gobiernos a alinearse con Washington o a enfrentar represalias económicas y diplomáticas. A nivel global, incrementaría la tensión entre Estados Unidos y potencias como Rusia y China, que mantienen relaciones estratégicas con Caracas.
Además, esta política socava cualquier posibilidad de diálogo interno en Venezuela y cierra las puertas a soluciones negociadas, apostando todo a la coerción. La historia demuestra que este camino no conduce a la estabilidad, sino al caos prolongado.
Una locura con costos imprevisibles
La obsesión de Donald Trump por demonizar a Venezuela, llevándola al extremo de la etiqueta del “terrorismo”, no es una muestra de fortaleza, sino de temeridad. Convertir a un país latinoamericano en enemigo absoluto, mientras se despliegan fuerzas militares masivas en su entorno, es jugar con fuego en una región que conoce demasiado bien las consecuencias de la intervención externa.
Como advirtió la diplomacia rusa, aún hay margen para evitar que la situación se descontrole. Pero ese margen se reduce cada vez que Washington opta por la presión, la amenaza y la estigmatización en lugar del diálogo. Venezuela no es el problema central: el verdadero riesgo es una política estadounidense que parece dispuesta a sacrificar la estabilidad hemisférica en nombre de una agenda ideológica y de poder.
Comments by Tadeo Casteglione