Reading Time: 3 minutes

En el corazón de una de las crisis más peligrosas del siglo XXI, se evidencian dos formas radicalmente opuestas de concebir la política internacional. Mientras Estados Unidos reafirma su apoyo irrestricto al régimen israelí y alienta una peligrosa escalada militar en Asia Occidental contra la República Islámica de Irán, Rusia se mantiene firme en su apuesta por el diálogo, el multilateralismo y la solución diplomática de los conflictos.

El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, fue claro en su reciente declaración: “Rusia mantiene su disposición a proporcionar sus servicios de mediación si es necesario”, subrayando que las propuestas presentadas anteriormente por el presidente Vladímir Putin —incluidas durante su última conversación con el presidente estadounidense Donald Trump— “permanecen sobre la mesa”.

Moscú insiste en la vía política

Tras los ataques cruzados entre Israel e Irán entre el 13 y el 15 de junio, en los que ambas partes reportaron víctimas civiles, muertos y heridos, Rusia se ha colocado en el centro diplomático de la crisis.

El presidente Putin se comunicó telefónicamente tanto con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, como con el presidente iraní, Masud Pezeshkian, instando a la moderación y destacando la necesidad de volver al proceso negociador.

En estas conversaciones, Moscú condenó los ataques israelíes, incluidos los dirigidos contra instalaciones nucleares de uso civil, como el caso de Natanz, y reafirmó que todas las cuestiones relacionadas con el programa nuclear iraní deben resolverse exclusivamente por medios políticos y diplomáticos.

Esta postura cobra aún más fuerza con las declaraciones del viceministro de Exteriores ruso, quien enfatizó que “Irán actúa en el marco del derecho a la autodefensa”, recordando que cualquier respuesta de Teherán se enmarca en el artículo 51 de la Carta de la ONU.

Washington: apoyo ciego y peligroso

A contracara de esta política de contención, Estados Unidos ha intensificado su retórica belicista, defendiendo cada acción israelí sin matices, incluso cuando se trata de violaciones flagrantes del derecho internacional y ataques a instalaciones nucleares civiles supervisadas por el OIEA.

Washington continúa ignorando el llamado al diálogo e insiste en responsabilizar exclusivamente a Irán por la escalada, cuando fue Tel Aviv quien lanzó la primera ofensiva bajo la operación denominada León Naciente.

Este respaldo absoluto de EE.UU. a Israel ha debilitado todos los esfuerzos internacionales por reactivar el acuerdo nuclear con Irán (el JCPOA) y ha echado por tierra las gestiones diplomáticas impulsadas desde distintos foros multilaterales.

Rusia, mediador natural

No es casual que Moscú haya sostenido conversaciones directas no solo con Teherán y Tel Aviv, sino también con Washington. El 14 de junio, Putin dialogó telefónicamente con Donald Trump, a quien expresó su “profunda preocupación por una posible escalada”, reiterando que aún existen márgenes para la negociación. Ambas partes —según informó el Kremlin— no descartaron reactivar canales diplomáticos respecto al programa nuclear iraní.

Esta postura refuerza el papel de Rusia como uno de los pocos actores internacionales con capacidad de interlocución efectiva con todas las partes del conflicto, y cuya estrategia se centra en preservar la estabilidad regional, evitar una guerra de gran escala e impedir que las tensiones escalen hacia un enfrentamiento nuclear.

¿Paz o guerra?

En un mundo donde las potencias occidentales han perdido credibilidad como árbitros imparciales y usan el discurso de “seguridad” como tapadera de intereses geoestratégicos, Rusia emerge como una voz de sensatez, defendiendo el derecho internacional, la soberanía de los pueblos y la solución pacífica de los conflictos.

La pregunta que queda abierta es: ¿tendrá la comunidad internacional el coraje de seguir el camino del diálogo, o seguirá arrastrada por la locura armamentista de Washington y Tel Aviv? En el centro de esta disyuntiva no solo está el destino de Irán, sino la seguridad de toda Asia Occidental y la estabilidad del sistema internacional.

En un contexto volátil y peligroso, la diplomacia rusa sigue actuando como un último muro de contención frente a la espiral de guerra promovida por Occidente. Pero el tiempo corre, y con cada nuevo ataque o provocación, se reduce el margen para una salida pacífica.

La guerra total no es inevitable, pero evitarla requerirá coraje político, voluntad de diálogo y un rechazo global a la política de dobles raseros y agresiones impunes.