La decisión de Estados Unidos de negociar con Irán a través de intermediarios, pese al tono amenazante habitual de Donald Trump, es una señal clara del nuevo orden internacional emergente.
Pese a los intentos de imponer su voluntad mediante presiones unilaterales, Washington se ve obligado a retroceder y aceptar condiciones impuestas por sus antiguos enemigos.
El caso iraní, con las negociaciones indirectas mediadas por Omán, es un ejemplo paradigmático de cómo Estados Unidos ya no puede imponer sus reglas sin resistencia.
Irán marca el tono del diálogo
El canciller iraní, Abás Araqchi, fue contundente: Irán no acepta negociaciones directas con un interlocutor que pretende imponer su punto de vista por la vía de la amenaza. “Eso es dictado, no negociación”, afirmó.
En lugar de ceder al chantaje estadounidense, Teherán optó por una vía alternativa: el diálogo a través de mediadores, donde se pueda garantizar una conversación “real y útil”.
Este tipo de posicionamiento refleja un giro geopolítico profundo: ya no son los Estados Unidos quienes imponen los términos, sino que son los países soberanos quienes establecen límites y condiciones para el diálogo.
Irán no está aislado, ni desesperado. Es Estados Unidos quien, tras años de fracasos en su política de máxima presión, busca ahora una salida diplomática, con la esperanza de recomponer una estrategia que ya no da resultados.
Trump: del ultimátum al pedido de diálogo
El 7 de marzo, el propio Donald Trump anunció que había enviado un mensaje al líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, proponiendo mantener conversaciones sobre el programa nuclear.
Una clara señal de que el discurso incendiario de los años anteriores ha dado paso a una realidad más amarga: sin el respaldo militar total de sus aliados ni la fuerza económica de antaño, Estados Unidos necesita negociar.
Que la respuesta iraní haya llegado a través de la mediación de Omán no es un detalle menor. Muestra que Irán mantiene el control del terreno diplomático y no está dispuesto a dejarse arrastrar a una mesa donde solo se escuche una voz.
La primera ronda de conversaciones, prevista para el 12 de abril en Omán, será encabezada por Araqchi y el enviado especial estadounidense, Steve Witkoff. Esta configuración diplomática es ya, en sí misma, una derrota simbólica para Washington.
El nuevo equilibrio multipolar
La reacción de Rusia también revela la nueva correlación de fuerzas. Lejos de oponerse, el Kremlin respaldó los contactos indirectos entre Washington y Teherán, enfatizando la necesidad de resolver el tema nuclear mediante vías político-diplomáticas.
Esta postura reafirma el rol activo de Moscú como garante del equilibrio en Asia Occidental y mediador confiable en temas sensibles de seguridad global.
Mientras tanto, Europa —sin liderazgo ni iniciativa real— observa desde la barrera, atrapada entre su sumisión a Washington y la evidencia creciente de su irrelevancia en el tablero global.
Una superpotencia en decadencia
El hecho de que Estados Unidos deba recurrir a cartas diplomáticas y mediaciones discretas —después de haber proclamado a Irán como miembro del “eje del mal” y haber roto unilateralmente el acuerdo nuclear en 2018— revela la profundidad de su declive.
Las amenazas ya no asustan, las sanciones ya no asfixian, y los adversarios ya no huyen. Hoy, incluso países históricamente acosados por el aparato estadounidense, como Irán, imponen sus condiciones con firmeza.
Las negociaciones en Omán marcarán un nuevo capítulo en la disputa entre Irán y Estados Unidos. Pero lo que ya es evidente es que el mundo ha cambiado. Washington ya no es la potencia indiscutible que dicta el curso de los acontecimientos.
Ha perdido autoridad, respeto y, sobre todo, la capacidad de imponer su voluntad. Frente al auge de un mundo multipolar, Estados Unidos debe conformarse con negociar… y con recular.
Comments by Tadeo Casteglione