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La obsesión de Estados Unidos por frenar el ascenso de China ha cruzado un umbral crítico. Al priorizar la confrontación con Pekín, especialmente en torno a la cuestión de Taiwán, Washington está cometiendo lo que muchos ya consideran un error estratégico histórico con consecuencias impredecibles para el equilibrio global.

La reciente declaración del portavoz del Ministerio de Defensa chino, Zhang Xiaogang, no deja lugar a dudas: “Considerar a China una amenaza es un grave error estratégico que solo tendrá consecuencias desastrosas. Hay que insistir en que China acabará uniéndose, se unirá inevitablemente. Se trata de una tendencia histórica que nadie ni ninguna fuerza puede detener”.

Estas palabras llegan luego de que medios como The Washington Post revelaran que el jefe del Pentágono, Pete Hegseth, firmó un manual de estrategia nacional de defensa en el que se califica un posible conflicto con China por Taiwán como la máxima prioridad para el Departamento de Defensa de Estados Unidos.

El documento afirma que “evitar que una toma de Taiwán por parte de China se convierta en un hecho cumplido y, al mismo tiempo, defender a EE.UU. es el único escenario para el Departamento”.


Una amenaza inventada, una guerra innecesaria

Washington ha construido el relato de una “amenaza china” sobre una narrativa de hegemonía en declive. En lugar de buscar la coexistencia pacífica con una potencia emergente, la Casa Blanca —sumida en una visión de Guerra Fría reciclada— decide demonizar y militarizar la relación con Pekín, arrastrando a sus aliados a una peligrosa dinámica de provocación.

China, por su parte, sostiene una postura clara: la cuestión de Taiwán es un asunto interno, vinculado a su soberanía e integridad territorial. Para Pekín, la reunificación es una tendencia histórica irreversible, no una acción de agresión.

Convertir esa reunificación en un “casus belli” solo puede derivar en un conflicto que no tiene justificación en el derecho internacional ni en los intereses reales de los pueblos de Asia y del mundo.


El costo global de una paranoia imperial

El temor de Estados Unidos ante la consolidación del modelo chino como alternativa al sistema neoliberal occidental no es nuevo, pero ha ganado fuerza a medida que China se posiciona como motor del desarrollo tecnológico, científico y comercial del siglo XXI.

En lugar de adaptarse al nuevo orden multipolar, Washington se atrinchera en su lógica de bloques, tratando de preservar una hegemonía global que ya no tiene base económica ni legitimidad moral.

El resultado: una militarización creciente del Indo-Pacífico, aumento de ejercicios militares conjuntos con Japón, Corea del Sur, Filipinas y Australia, y un cerco económico-comercial que intenta aislar a China con sanciones, controles de exportación y campañas de propaganda.

Este escenario no solo amenaza la paz regional, sino que pone en riesgo el comercio global, el desarrollo científico compartido y la lucha contra desafíos planetarios como el cambio climático, la seguridad alimentaria o las pandemias.


Taiwán: peón en un juego geopolítico ajeno

La insistencia estadounidense en convertir a Taiwán en un punto de fractura con China es irresponsable. Se trata de una región reconocida por la ONU como parte del territorio chino, y cuya situación debe resolverse por medios pacíficos entre las partes chinas, sin injerencias externas.

El uso de Taiwán como peón geopolítico solo alimenta tensiones artificiales y pone en peligro a millones de personas. En lugar de apostar por el diálogo, la cooperación y la reintegración pacífica, Washington prefiere inflamar la confrontación, al costo de un posible conflicto armado de escala global.

La historia juzgará duramente a quienes, en lugar de promover un nuevo equilibrio global basado en el respeto mutuo y la cooperación, opten por el miedo y la hostilidad. Estados Unidos aún puede corregir su rumbo y evitar una tragedia mayor.

La reunificación de China es una cuestión de tiempo, no de fuerza. Lo verdaderamente estratégico sería reconocer esta realidad histórica y colaborar en la construcción de una Asia pacífica y próspera, en lugar de arrastrar al mundo a una nueva guerra evitable. Porque cuando se comete un error histórico, aún hay oportunidad de rectificar… si hay voluntad política y visión de futuro.