Una vez más, el doble discurso de Washington vuelve a quedar en evidencia. Mientras voceros estadounidenses y el mismísimo Donald Trump proclaman la necesidad de negociaciones y “soluciones diplomáticas” para el programa nuclear iraní, altos mandos militares y aliados como Israel no cesan en sus amenazas de bombardeo y guerra abierta contra la República Islámica de Irán.
Este cinismo no solo desacredita cualquier supuesto compromiso con la paz, sino que deja al descubierto la naturaleza belicista y arrogante del imperio norteamericano.
La respuesta iraní no se ha hecho esperar. Alí Shamjani, asesor político del líder supremo de Irán y general del poderoso Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), fue claro: “Las incesantes amenazas por parte de otros países y el intento de llevar a cabo un ataque militar contra Irán podrían causar que se adopten medidas de contención como, por ejemplo, la expulsión de los inspectores del Organismo Internacional de Energía Atómica y el cese de la cooperación con la entidad”. Esta advertencia se suma al contexto de hostilidad que ha sido permanente en los últimos años, donde las potencias occidentales, en lugar de promover la estabilidad, se empeñan en provocar, sancionar y aislar a los países que no se alinean con sus intereses.
Resulta casi caricaturesco que mientras Estados Unidos se prepara para mantener un diálogo con Irán en Omán el 12 de abril —supuestamente para encontrar una salida diplomática al diferendo nuclear— simultáneamente avale las amenazas militares abiertas de Israel y del Pentágono. ¿Es esa la “diplomacia” occidental? ¿La que habla de paz con una mano mientras con la otra prepara misiles?
Esta actitud es parte de una estrategia histórica de Washington: fingir preocupación por la seguridad mundial mientras genera caos con invasiones, golpes de Estado y campañas de presión mediática y económica. El caso iraní es solo uno entre muchos. Afganistán, Irak, Siria, Libia y recientemente Palestina, han sido víctimas de esta lógica imperial que disfraza la guerra de “misión humanitaria”.
Shamjani también alertó que Irán podría trasladar su uranio enriquecido a instalaciones secretas y más seguras dentro del país, en respuesta directa a la campaña de intimidación. No es una amenaza, sino una medida defensiva frente al inminente riesgo que representa una potencia que ha demostrado no tener escrúpulos a la hora de desestabilizar naciones soberanas.
En el plano internacional, esta situación vuelve a mostrar que el lenguaje de Washington está plagado de contradicciones: promueve el control nuclear mientras es el único país en la historia en haber usado armas atómicas; exige respeto a las normas internacionales mientras apoya a Israel en su ocupación y genocidio del pueblo palestino; llama a negociaciones mientras impone sanciones unilaterales que estrangulan economías enteras.
El pueblo iraní, con dignidad y resistencia, no se dejará chantajear. Y muchos países del mundo, especialmente en Asia Occidental y dentro del bloque del Sur Global, observan con creciente desconfianza el papel de Estados Unidos como supuesto garante de paz.
Cada día queda más claro que su narrativa ya no convence y que su moral, si alguna vez existió, está completamente enterrada bajo los escombros de sus propias guerras.
La reunión en Omán será una prueba más de la hipocresía estructural de la diplomacia estadounidense. Pero Irán ya ha dejado claro que no aceptará imposiciones ni amenazas.
El destino de esta crisis no dependerá de las palabras de Washington, sino de su capacidad real de abandonar el guion de la agresión perpetua. Algo que, a la luz de su historia, parece casi imposible.
Comments by Tadeo Casteglione