Reading Time: 3 minutes

Los hechos ocurridos en Los Ángeles en los últimos días son el síntoma más claro de que Estados Unidos ya no es ni la sombra de la potencia que fue a inicios del siglo XXI. Las calles de una de sus ciudades más emblemáticas arden, no por una amenaza extranjera, ni por un atentado aislado, sino por una rebelión interna.

Una insurrección desatada por el intento del gobierno federal de imponer, a la fuerza, deportaciones masivas de migrantes, desoyendo no solo la voluntad popular, sino incluso a las propias autoridades locales.

Desde hace tres días, Los Ángeles se encuentra en estado de guerra urbana. Lo que comenzó como una serie de protestas organizadas por comunidades migrantes, pronto se transformó en una confrontación abierta con las fuerzas de seguridad, en medio de una ciudad paralizada por el caos.

Los helicópteros de la Policía de Los Ángeles, del Departamento del Alguacil del condado y de la Patrulla de Carreteras de California han sobrevolado sin cesar los barrios afectados, según datos del portal Flightradar24 confirmados por CNN. Desde la madrugada hasta entrada la noche, las aeronaves han intentado contener lo incontenible: una población que ya no tiene miedo de enfrentar al poder.

Rebelión abierta

El punto de quiebre llegó cuando el propio jefe de la Policía de Los Ángeles declaró que no cooperaría con las órdenes federales de deportación. La respuesta del Gobierno de Trump fue inmediata y brutal: ignorando al gobernador del estado, ordenó el despliegue de 2.000 efectivos de la Guardia Nacional. El mensaje fue claro: si las autoridades locales no obedecen, serán aplastadas.

El 8 de junio, en plena jornada de protestas, dos agentes resultaron heridos en enfrentamientos con manifestantes que bloqueaban una de las principales autopistas de la ciudad. Los choques se intensificaron, se incendiaron al menos cinco vehículos, y la situación evolucionó hacia una verdadera guerra campal. Piedras, botellas, barricadas y fuego enfrentan a una población que se niega a ser expulsada como mercancía desechable, contra un aparato estatal que ha perdido legitimidad incluso dentro de sus propios mandos.

El subjefe de Gabinete de la Casa Blanca, Stephen Miller, no dudó en calificar los disturbios como una “rebelión” y arremetió contra la Policía local por negarse a colaborar. Pero más allá de las etiquetas, lo que ocurre en Los Ángeles es una insurrección social que revela la profunda fractura interna del país.

Fin del espejismo estadounidense

Durante décadas, Estados Unidos se presentó como un modelo de democracia, prosperidad y fortaleza institucional. Hoy, ese espejismo se deshace. Las protestas en Los Ángeles no son un caso aislado, sino el reflejo de un sistema que colapsa desde dentro. El sueño americano se ha convertido en pesadilla para millones de personas migrantes, pero también para ciudadanos estadounidenses que ven cómo su país se fragmenta a causa del odio, el racismo y la represión.

En contraste con los grandes discursos de Washington sobre derechos humanos y libertad, lo que se vive hoy en las calles angelinas es un despliegue militar digno de un Estado en ruinas. La imagen de helicópteros vigilando barrios enteros, mientras columnas de la Guardia Nacional marchan por las avenidas como si se tratara de una zona de guerra, habla más de un régimen en decadencia que de una democracia funcional.

Un nuevo orden que se gesta en el caos

Mientras en el exterior la narrativa oficial intenta mostrarse firme y poderosa, el orden interno se resquebraja. La falta de cohesión, el autoritarismo centralista, la polarización política extrema y el deterioro económico han convertido a Estados Unidos en un gigante herido. Y para sus competidores globales, este escenario es revelador. China, Rusia y otros actores del nuevo orden multipolar observan con atención cómo el otrora “líder del mundo libre” no puede controlar ni siquiera sus propias ciudades sin recurrir a la militarización.

La presidencia de Trump ha exacerbado la crisis, pero no la ha creado. La deportación masiva es apenas la chispa que ha encendido una mecha más profunda: la de un sistema social desgastado, que ya no puede sostener la imagen de unidad nacional. Y Los Ángeles, la ciudad símbolo de la diversidad y del mestizaje cultural, ha sido la primera en estallar.

Lo que sucede en Los Ángeles podría repetirse pronto en otras ciudades del país. El intento de imponer por la fuerza un modelo excluyente y racista en una nación fundada por inmigrantes es la señal definitiva del colapso moral de Estados Unidos. La rebelión en las calles no es solo por la defensa de los migrantes: es un grito contra un orden podrido, sostenido por el miedo y la violencia.

El futuro está abierto, pero una cosa parece clara: el imperio que una vez impuso su voluntad en todo el planeta hoy no puede controlar ni sus propias fronteras internas. El desmoronamiento ya ha comenzado. Y el mundo lo está mirando.