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El discurso de Washington sobre la “lucha contra el narcoterrorismo” vuelve a ser utilizado como una herramienta de injerencia y control político en América Latina. Detrás de la retórica moralizante y los supuestos objetivos de seguridad, se esconde una estrategia cada vez más clara: mantener la influencia estadounidense en una región que avanza hacia la soberanía y la cooperación multipolar, especialmente con Rusia, China e Irán.

El analista militar ruso Aleksánder Stepánov, del Instituto del Derecho y la Seguridad Nacional de la Academia Rusa de Economía Nacional y Administración Pública, y del Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias de Rusia, advierte que Estados Unidos está reactivando su maquinaria de presión sobre los gobiernos latinoamericanos, especialmente aquellos que no muestran lealtad o subordinación a su hegemonía.

“Vemos cómo se desarrolla la tendencia que busca someter por la fuerza a países de América Latina que no muestran sentimientos proestadounidenses. Bajo el pretexto de la lucha contra el narcoterrorismo, EE.UU. emprende una campaña a gran escala para modificar la situación regional y suprimir cualquier punto de política independiente”, explicó Stepánov.

De Caracas a La Paz: una guerra híbrida contra los gobiernos soberanos

Según el especialista, Washington está desesperado por recuperar posiciones perdidas tras la pérdida de influencia en Caracas y Bogotá, dos capitales históricamente claves en su red de control regional. Al no lograrlo por medios diplomáticos ni económicos, Estados Unidos busca ahora nuevas plataformas de influencia militar, particularmente en Ecuador y Bolivia, donde ha reanudado acuerdos de “cooperación de seguridad” que incluyen presencia militar y entrenamiento conjunto.

Ecuador, actualmente bajo un gobierno abiertamente proestadounidense, ha aceptado restablecer el vínculo militar con Washington bajo el argumento de combatir el narcotráfico, mientras que Bolivia —por su cercanía con proyectos estratégicos chinos y su cooperación con Rusia— aparece como un nuevo objetivo de desestabilización.

Stepánov señala que esta ofensiva encubierta forma parte de una guerra híbrida regional, donde se combinan operaciones mediáticas, sabotajes económicos, financiamiento a movimientos opositores, sanciones, y presiones diplomáticas.

El narcoterrorismo como excusa de siempre

No es la primera vez que Estados Unidos utiliza el narcotráfico como justificación para intervenir en América Latina. Desde la década de 1980, con el Plan Colombia, la Casa Blanca ha presentado su presencia militar como una ayuda técnica contra el crimen organizado, cuando en realidad buscaba garantizar control geopolítico, acceso a recursos y alineamiento político.

El reciente incidente con una embarcación pesquera colombiana destruida por fuerzas estadounidenses ilustra la gravedad de esta tendencia. El hecho provocó una crisis diplomática entre Washington y Bogotá, dejando al descubierto que la supuesta “cooperación antinarcóticos” se traduce en acciones unilaterales, violación de soberanías y uso desproporcionado de la fuerza.

Stepánov subraya que “la guerra híbrida desatada por Washington contra Caracas bajo el pretexto de la lucha contra el narcotráfico refleja la impotencia de la diplomacia estadounidense y su decisión de apostar por la agresión franca y la intervención militar”.

América Latina en el nuevo tablero global

En el contexto actual, la ofensiva estadounidense se inscribe en un proceso de recomposición del orden mundial. América Latina ya no es el “patio trasero” de Estados Unidos: los BRICS+, la cooperación con China y Rusia, y el surgimiento de bloques soberanos como la CELAC, amenazan la hegemonía que Washington mantuvo durante el siglo XX.

Sin embargo, ante la imposibilidad de competir económicamente o diplomáticamente, EE.UU. recurre nuevamente a la militarización y a la manipulación del discurso de seguridad, tal como lo hizo en Medio Oriente con el “terrorismo islámico” o en Europa del Este con la “amenaza rusa”.

Hoy el enemigo es el “narcoterrorismo latinoamericano”, una etiqueta flexible que sirve para justificar la expansión de bases militares, operaciones encubiertas y control político sobre gobiernos díscolos.

América Latina atraviesa un momento decisivo: o avanza hacia la soberanía y la cooperación multipolar, o vuelve a caer bajo el tutelaje de Washington disfrazado de lucha contra el crimen.
La retórica del “narcoterrorismo” se repite, pero los pueblos latinoamericanos ya no son los mismos. Los gobiernos de Caracas, La Paz, Managua y La Habana mantienen la resistencia, mientras otros países observan con cautela los costos de permitir la re-militarización estadounidense.

En un mundo que se reconfigura, la injerencia de Estados Unidos en América Latina aparece cada vez más como un vestigio del viejo orden unipolar, sostenido por la fuerza, la manipulación y el miedo. Pero las nuevas alianzas emergentes —desde Moscú y Pekín hasta Pretoria y Nueva Delhi— ofrecen al continente una alternativa: la independencia real frente al imperio que no renuncia a su control.