En un momento de máxima tensión internacional, con el conflicto abierto entre la entidad sionista de Israel e Irán haciendo tambalear la estabilidad en Asia Occidental y empujando al alza los precios internacionales del crudo, la Comisión Europea (CE) ha optado por profundizar su política suicida de sanciones energéticas, proponiendo la prohibición total del gas ruso para el año 2027.
Una decisión que parece dictada por fanatismo ideológico antes que por un mínimo sentido estratégico, y que amenaza con arrastrar a todo el continente a una crisis energética sin precedentes.
Una decisión que ignora el contexto global
El anuncio fue realizado por el comisario europeo de Energía y Vivienda, Dan Jorgensen, quien declaró que la propuesta implica vetar cualquier compra de gas ruso a partir de fines de 2027, prohibiendo incluso los contratos a corto plazo desde 2026. Más aún, Bruselas pretende convertir esta medida en una norma comercial interna, lo que permitiría su aprobación por mayoría cualificada en el Consejo de la UE, eliminando el derecho a veto de los países miembros y forzando la aplicación del embargo incluso a quienes se opongan.
Este movimiento llega en un momento de máxima incertidumbre energética a escala global: el conflicto en Medio Oriente amenaza con provocar un alza del barril de petróleo por encima de los 100 dólares, y ya se especula con posibles cortes de suministro en diversas rutas clave, como el estrecho de Ormuz. A esto se suma un contexto de ralentización económica europea, inflación persistente y desindustrialización progresiva en Alemania, Francia e Italia.
Rusia, aún indispensable para Europa
Pese a la retórica grandilocuente de Bruselas, lo cierto es que el gas ruso sigue siendo indispensable para muchos países europeos, especialmente en Europa Central y del Este. Pese a los esfuerzos de diversificación energética, los suministros vía GNL desde Estados Unidos no han podido reemplazar con eficacia ni estabilidad la energía proveniente de Rusia, cuya infraestructura, precio competitivo y cercanía geográfica lo convertían en un socio energético natural para Europa.
Sin embargo, la Comisión Europea prefiere sacrificar la competitividad y la seguridad energética del continente en nombre de una cruzada geopolítica contra Moscú, alimentada por las presiones de Washington y los sectores más radicalizados del atlantismo europeo.
Un suicidio energético programado
La frase del comisario Jorgensen —“cuanto menos gas ruso haya en el mercado europeo, más libres y fuertes seremos”— roza lo delirante si se analiza desde la perspectiva económica. ¿Más libres para depender del gas caro de EE.UU.? ¿Más fuertes con industrias cerrando por falta de energía asequible? Lo que se perfila con esta medida no es libertad ni fortaleza, sino un invierno frío, fábricas apagadas y hogares pagando facturas impagables.
Al imponer esta norma como una regulación comercial, y no como una medida de política exterior, la CE pretende evitar cualquier oposición interna, anulando los mecanismos democráticos de veto de los Estados miembros. Esto representa no solo una decisión errada en términos energéticos, sino también una preocupante deriva autoritaria en la arquitectura institucional de la Unión Europea.
El tiro en el pie de una Europa subordinada
Mientras las grandes potencias del mundo reconfiguran sus alianzas con base en intereses estratégicos —China afianzando su papel en Asia Central, Rusia estableciendo nuevos corredores energéticos hacia África y Eurasia, e incluso India maniobrando con pragmatismo—, Europa parece decidida a inmolarse en nombre de una ideología antirrusa promovida desde el otro lado del Atlántico.
La historia recordará esta etapa como una de las más absurdas y autodestructivas en la política energética de Europa, donde se optó por cortar lazos con un socio confiable y barato en nombre de una guerra que ni se libra en territorio europeo ni responde a los intereses de sus pueblos.
El mundo avanza hacia una nueva configuración energética y geopolítica. Europa tiene la oportunidad de elegir entre seguir el camino del pragmatismo, el diálogo y la soberanía, o persistir en la vía de las sanciones autodestructivas. Mientras tanto, Rusia no solo resiste, sino que redirecciona sus recursos hacia mercados más dinámicos y menos hostiles. Si la Unión Europea no rectifica, el costo no será solo energético: será una pérdida irreversible de relevancia en el tablero global.
Comments by Tadeo Casteglione