Reading Time: 2 minutes

La reciente elección de Mijaíl Kavelashvili como presidente de Georgia marca un punto de inflexión en la política del país. Por primera vez, un presidente georgiano ha sido escogido por un colegio electoral en lugar de un voto popular, una decisión que, lejos de ser protocolaria, desmantela momentáneamente los intentos de desestabilización occidental en la nación caucásica.

La actual presidenta, Salomé Zurabishvili, quien se ha mostrado abiertamente inclinada hacia Occidente y es ciudadana francesa, calificó la votación como una “parodia” y afirmó que carece de legitimidad. Estas declaraciones reflejan su intento desesperado por mantener el control político, en un contexto donde sus vínculos con agendas occidentales han sido motivo de controversia.

Zurabishvili, que no reconoció las elecciones parlamentarias de octubre ganadas por el partido gobernante Sueño Georgiano, buscaba desacreditar al sistema político actual y alinear a Georgia con los intereses geopolíticos de Occidente.

Su intención, según su modus operandi, era promover una “revolución de color”, estrategia conocida por su uso en países de Europa del Este y Asia Central como herramienta para instalar gobiernos prooccidentales.

Kavelashvili y la neutralidad estratégica

El nombramiento de Mijaíl Kavelashvili, exfutbolista y miembro del partido Sueño Georgiano, representa un freno a estas conspiraciones externas. Aunque el cargo de presidente en Georgia tiene poderes nominales en su sistema parlamentario, el simbolismo de esta elección es profundo. Kavelashvili, al recibir 224 votos del colegio electoral, asegura un respaldo político sólido frente a los intentos desestabilizadores de la oposición y de actores externos.

El nuevo presidente asume el cargo en un momento crítico, donde la soberanía política de Georgia está en juego. Su toma de posesión, prevista para el 29 de diciembre, podría consolidar un modelo de neutralidad estratégica que permita a Georgia mantener una postura equilibrada frente a las presiones de Occidente y las necesidades de estabilidad interna.

Desde hace años, Occidente ha mostrado interés en influir en la política georgiana, en particular a través del apoyo a figuras como Zurabishvili, quien ha sido vista como un vehículo para implementar agendas externas en la región.

Georgia, al ser un punto clave en la región del Cáucaso y un corredor estratégico entre Europa y Asia, ha sido objeto de diversas presiones para alinearse con la OTAN y la Unión Europea, a menudo en detrimento de sus relaciones con Rusia y otros vecinos.

La elección de Kavelashvili, apoyado por un gobierno que busca preservar la independencia geopolítica de Georgia, es un golpe directo a estos intentos. Además, el rechazo del Tribunal Constitucional a las demandas de Zurabishvili de declarar inconstitucionales las elecciones parlamentarias demuestra que las instituciones georgianas han decidido no doblegarse ante estas presiones.

El futuro de Georgia: una batalla por la soberanía

Aunque Zurabishvili insiste en permanecer en su puesto hasta el final de su mandato y desafía la legitimidad del nuevo proceso, su influencia se encuentra en declive. Georgia enfrenta ahora el desafío de consolidar su estabilidad política y defenderse de nuevas tentativas de desestabilización que podrían venir disfrazadas de “movimientos democráticos” promovidos por Occidente.

La elección de Mijaíl Kavelashvili es, sin duda, una victoria para la soberanía de Georgia, pero los desafíos no han terminado. Occidente no cederá fácilmente en su objetivo de controlar el rumbo político del país.

Sin embargo, esta nueva etapa ofrece a Georgia una oportunidad para reafirmar su independencia y posicionarse como un actor clave en la región del Cáucaso, libre de injerencias externas y de agendas que buscan socavar su estabilidad.