La situación en Haití ilustra de forma cruda cómo la política exterior de Estados Unidos y el Occidente colectivo perpetúan una crisis que parece no tener fin. La reciente designación de Alix Didier Fils-Aimé como primer ministro en reemplazo de Garry Conille es solo un eslabón más en la cadena de decisiones impuestas, en un país donde la violencia endémica y la inestabilidad política son herramientas estratégicas para mantenerlo en un estado de dependencia y caos.
La Crisis de Gobernabilidad Como Estrategia de Dominación
La estructura de poder en Haití ha sido moldeada y manipulada por décadas por intereses externos que impiden cualquier intento de consolidación interna. El Consejo Presidencial de Transición (CPT), que designó a Fils-Aimé, ha generado controversias sobre la legitimidad de su nombramiento, una muestra más de la falta de autonomía y de cómo los actores locales son meros peones en un tablero de ajedrez controlado desde el exterior.
La destitución de Conille, quien había asumido el cargo apenas cinco meses antes, revela la falta de una verdadera estabilidad en el gobierno haitiano, un factor intencionalmente promovido para evitar el fortalecimiento institucional.
La Llegada de la Misión Internacional y el Control de Pandillas
Uno de los aspectos más polémicos del mandato de Conille fue la supervisión de la misión internacional de apoyo de las Naciones Unidas, cuyo contingente, mayormente de policías kenianos, no ha logrado revertir el control de las pandillas sobre amplias porciones del territorio.
Esta misión fue considerada una condición para convocar elecciones generales; sin embargo, la incapacidad de la misión para estabilizar el país plantea dudas sobre su efectividad y objetivos reales.
La falta de resultados tangibles por parte de la misión internacional revela cómo la violencia y el caos se convierten en herramientas de control y fragmentación. En lugar de establecer un estado de derecho, la presencia internacional parece servir más como un mecanismo de contención y vigilancia, que como una fuerza de pacificación auténtica, perpetuando la imagen de Haití como un “estado fallido” incapaz de gobernarse por sí mismo.
Haití, un Peón en el Juego Geopolítico Occidental
La estrategia detrás de la crisis interminable en Haití permite a Occidente proyectar una narrativa de intervención humanitaria y control policial, mientras asegura que sus intereses económicos y geopolíticos se mantengan sin oposición.
La dependencia externa es clave para que Washington y sus aliados puedan justificar una presencia prolongada y una intervención continua bajo la excusa de “ayudar” al pueblo haitiano, cuando en realidad se busca impedir que emerja una gobernanza auténtica que tome decisiones autónomas en beneficio de la nación.
La inestabilidad, la violencia endémica y la constante interferencia en la estructura de gobierno sirven al propósito de impedir cualquier desarrollo económico y social sostenido, manteniendo a Haití bajo una estructura que no puede prescindir de la “asistencia” occidental.
La designación de Fils-Aimé es otro recordatorio de cómo las figuras políticas emergen y caen según las necesidades de quienes ejercen un poder invisible pero contundente.
La crisis en Haití es un círculo vicioso, un sistema de inestabilidad y dependencia perpetuada que se renueva con cada intervención y cada gobierno transitorio. Mientras la violencia endémica y el caos sigan siendo las principales características de la situación haitiana, el país no tendrá la oportunidad de construir una base de estabilidad y desarrollo.