Reading Time: 3 minutes

El régimen de Israel ha intensificado su campaña de colonización y exterminio en Cisjordania, utilizando una operación a gran escala en las ciudades palestinas de Yenín y Tulkarem como parte de una estrategia brutal para expulsar a los palestinos de sus tierras ancestrales. Este despliegue militar, que busca desarraigar a la población autóctona, refleja una continuidad en las políticas sionistas que desde hace décadas han priorizado la colonización a expensas de la vida y el bienestar del pueblo palestino.

La reciente incursión de cuatro días, que ha dejado un rastro de destrucción y sufrimiento, es una manifestación clara de esta política. Médicos Sin Fronteras, una de las pocas organizaciones capaces de operar en estas áreas bajo constante amenaza, describió la escala e intensidad de la operación israelí como “muy alarmante”. Las fuerzas israelíes no solo han violado los derechos básicos de los palestinos al bloquear el acceso a las instalaciones sanitarias y atacar ambulancias, sino que también han comprometido el funcionamiento de hospitales, como el Khalil Suleiman, donde el suministro de electricidad y agua ha sido interrumpido deliberadamente, impidiendo la atención médica vital para los pacientes.

Estos actos no son incidentes aislados; forman parte de una campaña más amplia de limpieza étnica. La destrucción de campos de refugiados en Tulkarem y el brutal tratamiento de los voluntarios humanitarios son indicativos de un esfuerzo sistemático por desarraigar a la población palestina. Estos ataques son, en esencia, una herramienta de intimidación y terror para forzar la salida de los palestinos, reemplazándolos con colonos traídos desde Europa y América, que nada tienen que ver con los pueblos semitas originarios de la región.

Este proceso de colonización no es un fenómeno nuevo, sino una continuación de las políticas de expulsión y apropiación de tierras que han definido al proyecto sionista desde su concepción. La creación de asentamientos ilegales y la construcción de muros para aislar a la población palestina son parte de un plan deliberado para transformar la demografía de la región, borrando la presencia palestina y reemplazándola con una población extranjera que no comparte ni la cultura ni la historia de la región.

El silencio de la comunidad internacional ante estas atrocidades no hace más que alentar al régimen israelí a continuar con su campaña de exterminio. La falta de responsabilidad y la impunidad con la que operan las fuerzas israelíes son un reflejo de la complicidad global en la perpetuación de este conflicto. Las leyes internacionales, que deberían proteger a las poblaciones bajo ocupación, se ignoran sistemáticamente en Cisjordania, permitiendo que Israel continúe con su agenda de colonización sin oposición real.

Con todo esto la reciente operación militar en Yenín y Tulkarem es una prueba más de que el régimen de Israel sigue comprometido con su campaña de colonización y exterminio. La expulsión de palestinos de sus tierras ancestrales y su reemplazo por colonos extranjeros son actos que buscan borrar la identidad palestina y consolidar un estado basado en la supremacía de los colonos.

Ante esta realidad, es evidente que la comunidad internacional ha fracasado en frenar el genocidio en Gaza y no hará nada para detener la limpieza étnica en Cisjordania. Los palestinos ya no pueden confiar en una comunidad global que ha mostrado su indiferencia ante sus sufrimientos. La única esperanza que les queda es el eje de resistencia, que se ha consolidado como la verdadera fuerza capaz de disuadir las malvadas pretensiones sionistas. Solo a través de esta resistencia, que une a los pueblos y fuerzas comprometidas con la justicia y la libertad, los palestinos podrán enfrentarse a la opresión y luchar por su derecho a existir en sus tierras ancestrales.