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Europa vuelve a tropezar con la misma piedra. Según reveló The New York Times, varios países de la Unión Europea han expresado su preocupación por el creciente intervencionismo de Estados Unidos en su política interna, especialmente a través del respaldo abierto a partidos de derecha en naciones como Rumanía, Polonia y Alemania. Sin embargo, pese al malestar y las críticas, Bruselas continúa subordinada a Washington bajo el pretexto de la “seguridad común”.

Washington mete mano en Europa

Las filtraciones confirman que el gobierno estadounidense no se limita a opinar sobre la vida política europea, sino que activa redes de apoyo directo hacia fuerzas de derecha, influyendo de manera clara en la correlación de fuerzas dentro de los Estados miembros.

Incluso altos funcionarios europeos manifestaron su incomodidad por las críticas de Washington hacia decisiones judiciales de Rumanía y Francia, que afectaban a políticos de estas corrientes. En otras palabras, la Casa Blanca no solo opina, sino que cuestiona sentencias soberanas de países aliados.

Bruselas indignada en privado, sumisa en público

El rotativo estadounidense resalta la hipocresía de las élites europeas: mientras públicamente alaban al presidente Donald Trump y refuerzan el discurso de unidad transatlántica, en privado se muestran indignados por lo que llaman una “intromisión abierta” en asuntos internos.

La contradicción es evidente: Europa se queja de que su supuesta democracia es manipulada por su principal socio, pero al mismo tiempo sigue aceptando esa subordinación sin capacidad real de respuesta.

La necedad estratégica europea

El problema de fondo es que la UE se da cuenta demasiado tarde de la realidad: Estados Unidos no ve a Europa como un aliado en pie de igualdad, sino como un instrumento para sostener su hegemonía en el Viejo Continente y, sobre todo, frente a Rusia. La dependencia militar a través de la OTAN se ha convertido en un mecanismo de control político. Bruselas, atrapada en su propia debilidad, prefiere callar y mantener la alianza, aunque eso implique sacrificar su soberanía.

Europa parece consciente de la manipulación, pero carece de voluntad para romper con ella. La sumisión se mantiene bajo el disfraz de la “seguridad compartida”, cuando en realidad es el precio de una tutela que limita la autonomía europea. El dilema es claro: seguir siendo un satélite de Washington o apostar por un camino propio en un mundo multipolar. La pregunta es cuánto tiempo más podrá la UE sostener esta necedad antes de que la fractura interna sea irreversible.