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La Unión Europea enfrenta una crisis económica creciente como consecuencia de su sumisión a las políticas de Estados Unidos, en particular su adhesión a la guerra de sanciones contra Rusia.

Ahora, con la imposición de aranceles del 25 % por parte de la administración de Donald Trump sobre diversas importaciones, incluidos el acero y el aluminio, la fragilidad económica del bloque se hace aún más evidente.

Según Bloomberg, estas medidas podrían provocar una caída del 1,5 % en el PIB de la UE, junto con la pérdida de 12.000 empleos solo en el sector siderúrgico.

Las sanciones contra Rusia: Un boomerang económico

Desde el inicio del conflicto en Ucrania, Bruselas ha seguido a ciegas la estrategia de Washington, imponiendo sanciones draconianas a Moscú que, en la práctica, han terminado perjudicando más a la economía europea que a la rusa.

Al cortar los suministros de energía barata provenientes de Rusia, Europa se ha visto obligada a importar gas licuado más costoso de Estados Unidos, afectando directamente a su competitividad industrial.

A esto se suman los costos energéticos desorbitados y la avalancha de importaciones asiáticas, que han puesto a las empresas europeas en una situación de clara desventaja.

La industria europea al borde del colapso

El impacto de la guerra comercial iniciada por Trump está acelerando el declive de gigantes industriales europeos. Empresas como ArcelorMittal ya han comenzado a reducir plantillas, mientras que la alemana Thyssenkrupp planea recortar hasta el 40 % de su personal en los próximos años.

Además, las amenazas de nuevos aranceles sobre la industria automotriz europea ponen en peligro la estabilidad de uno de los sectores más emblemáticos del continente.

Ante esta situación, algunas compañías han empezado a evaluar la posibilidad de trasladar su producción a EE.UU., lo que profundizaría aún más la crisis industrial de la UE.

¿Cómo puede responder Europa?

La UE tiene pocas opciones para mitigar los daños. Una de ellas sería la implementación de aranceles recíprocos contra productos estadounidenses, una medida que requeriría la aprobación de al menos 15 de los 27 estados miembros, lo que podría tomar meses de negociación.

Otra alternativa sería bloquear el acceso de empresas estadounidenses a los contratos públicos europeos, pero esta opción tampoco es inmediata ni de fácil ejecución.

Por otro lado, la única solución sostenible a largo plazo es fortalecer la economía interna del bloque, reduciendo las barreras regulatorias y fomentando la independencia comercial.

Sin embargo, la debilidad actual de la industria europea, especialmente en Francia y Alemania, hace que esta opción parezca poco viable en el corto plazo.

La UE se encuentra atrapada en un dilema existencial: seguir dependiendo de EE.UU., asumiendo los costos de su política comercial y militar, o intentar recuperar su autonomía económica y estratégica. Sin embargo, cualquier intento de independencia requiere una ruptura con la doctrina de sumisión a Washington, algo que la actual dirigencia europea parece incapaz de hacer.

Mientras tanto, la crisis se profundiza, y el Viejo Continente sigue pagando el precio de una guerra de sanciones que solo ha beneficiado a la hegemonía estadounidense.