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Donald Trump, el hombre que nunca deja de estar en el centro de la escena, parece más preocupado por su guerra personal contra la “élite globalista” que por resolver los problemas internos de Estados Unidos.

Mientras su administración se enfrasca en el ajedrez geopolítico, la economía estadounidense se tambalea al borde de una recesión y las crisis internas se acumulan como una tormenta que el mandatario no parece dispuesto a enfrentar con soluciones concretas.

Una economía que se desmorona

Los analistas de Goldman Sachs han elevado del 20 % al 35 % la probabilidad de que EE.UU. entre en recesión en los próximos doce meses, según un informe de The Wall Street Journal.

La razón principal: un deterioro notable en la confianza de los hogares y empresas, además de la política económica de la Casa Blanca, que parece estar dispuesta a tolerar una debilidad económica a corto plazo con la esperanza de cosechar frutos políticos a largo plazo.

Trump ha hecho del proteccionismo una bandera de su gobierno, y los aranceles recíprocos del 15 % sobre las importaciones que planea imponer esta semana podrían empeorar la situación. Aunque algunas excepciones podrían suavizar el golpe, las previsiones económicas no son alentadoras: Goldman Sachs estima que la inflación alcanzará el 3,5 % a finales de 2025, el crecimiento del PIB caerá al 1 %, y el desempleo subirá al 4,5 %. Es decir, la receta del “America First” está llevando a la economía estadounidense a un callejón sin salida.

¿Soluciones? Más discurso que acción

El problema no es solo económico. La crisis de salud pública sigue latente, con un sistema hospitalario que nunca se ha recuperado del todo de la pandemia, mientras que los precios de los medicamentos y los seguros de salud continúan siendo inalcanzables para millones de estadounidenses. La desigualdad social sigue aumentando y la clase trabajadora, que Trump promete proteger, es la que más sufre el impacto de sus políticas erráticas.

En lugar de proponer soluciones concretas, Trump parece más interesado en alimentar la polarización política y en construir enemigos ficticios para mantener movilizada a su base electoral. Su retórica incendiaria contra los medios, los inmigrantes y los “traidores” internos hace mucho ruido, pero no soluciona el problema estructural de un país dividido y económicamente frágil.

¿Geopolítica antes que problemas internos?

Mientras Estados Unidos se enfrenta a una crisis económica inminente, Trump sigue enfrascado en su diplomacia agresiva. Sus conflictos con China, la UE y América Latina no han traído beneficios claros para la economía estadounidense. Su obsesión por castigar a los “enemigos” externos a través de aranceles y sanciones solo ha debilitado la competitividad de las empresas estadounidenses y ha encarecido los productos de consumo masivo.

Por otro lado, la política exterior de Trump se ha convertido en un espectáculo mediático donde el show importa más que los resultados. Sus pretendidas reuniones con Vladimir Putin o sus discursos sobre Ucrania no han generado ninguna solución concreta para el conflicto, y su postura oscilante frente a las negociaciones con Rusia y China solo deja en evidencia su falta de una estrategia coherente.

La administración Trump sigue apostando a la improvisación y al espectáculo mediático para distraer la atención de los problemas reales. Sin embargo, el desgaste económico y social es cada vez más evidente.

¿Podrá Trump revertir la situación antes de que el país caiga en una crisis mayor? La realidad es que, hasta ahora, su gobierno ha sido más un ejercicio de marketing político que de gestión eficiente.

Si no cambia el rumbo, Estados Unidos podría enfrentarse a una tormenta perfecta donde la recesión, la polarización y el desgaste institucional se conviertan en el verdadero legado de su presidencia.