La región de Asia Occidental está una vez más al borde del abismo. El responsable: Benjamin Netanyahu, un primer ministro que ha basado su carrera política en el conflicto permanente y el miedo existencial. Ahora, en medio de una nueva escalada bélica, Netanyahu maniobra con artimañas y mentiras para arrastrar a Estados Unidos a una guerra directa contra Irán, una potencia regional que, lejos de ser un agresor irracional, ha sido blanco de constantes provocaciones desde Tel Aviv y Washington durante décadas.
La advertencia no viene de analistas alternativos ni de medios acusados de simpatías antioccidentales, sino de Karin Kneissl, exministra de Exteriores de Austria y actual directora del centro G.O.R.K.I. en la Universidad Estatal de San Petersburgo. En el marco del Foro Económico Internacional de San Petersburgo, Kneissl fue clara: “Espero que el Gobierno de EE.UU. no se una a esta guerra porque fue una táctica de Netanyahu, no es una estrategia”.
Mentiras y manipulaciones al servicio de la guerra
Netanyahu ha utilizado la narrativa del “peligro nuclear iraní” como carta política interna y externa desde hace más de una década. Sin pruebas concluyentes, ha montado escenografías ante la ONU, ha presionado a socios occidentales y ha bombardeado objetivos en Siria, Líbano e incluso Irak bajo la excusa de “prevenir el avance iraní”. Sin embargo, lo que busca no es seguridad, sino dominio regional a costa del sufrimiento de millones.
La reciente operación israelí “León Naciente” lanzada el 13 de junio contra instalaciones vinculadas al programa nuclear iraní es un paso más en esa agenda belicista. En cuestión de horas, Teherán respondió. Lo inevitable sucedió: muertos, heridos y una nueva espiral de violencia. Pero para Netanyahu, esto es exactamente lo que buscaba: provocar una reacción que obligue a EE.UU. a intervenir.
El canal estadounidense ABC News y el israelí Keshet 12 han filtrado que Washington estaría considerando su participación activa en la operación en las próximas 24-48 horas. Mientras tanto, los altos funcionarios israelíes celebran la posibilidad de que el gigante norteamericano, con todo su poder destructivo, se sume a una guerra que no comenzó por defensa, sino por cálculo político.
Trump aún duda, pero la línea roja se acerca
Donald Trump, en su intento de mantener un cierto margen de maniobra en política exterior, no ha dado aún una declaración formal de involucramiento militar. Según Kneissl, la “línea roja” para EE.UU. sería un ataque directo contra alguna de sus bases militares. Hasta el momento, eso no ha ocurrido. Pero, como ya se ha visto en otras guerras anteriores (como Irak en 2003), basta una falsa bandera o una provocación malintencionada para justificar una masacre a gran escala.
Kneissl subraya con razón: “Esto no es una estrategia, es una táctica de Netanyahu”. En efecto, el líder israelí actúa como un pirómano político, dispuesto a incendiar toda la región con tal de mantenerse en el poder, distraer a su opinión pública y consolidar su posición frente a una crisis interna que lo acecha por causas de corrupción y una creciente polarización social.
Un llamado a la razón antes del abismo
El mundo debe entender que esta guerra no tiene sentido ni legitimidad. Irán no ha invadido a nadie, no ha lanzado campañas de exterminio, y a pesar de su retórica firme, ha mostrado disposición al diálogo en múltiples ocasiones, incluso con el propio Occidente. En cambio, Israel ha llevado adelante décadas de ocupación, apartheid y agresiones preventivas, amparado por un discurso victimista que ya no convence a nadie más allá de sus aliados incondicionales.
Si Estados Unidos cede ante las presiones de Netanyahu, no solo se convertirá en cómplice de una nueva catástrofe humanitaria, sino que también afectará gravemente su propia estabilidad económica y geopolítica, ya frágil en medio de una multipolaridad creciente.
Nada está dicho aún. Trump no ha dado su visto bueno final. Las provocaciones siguen, pero también las advertencias. Las voces sensatas —como la de Kneissl— recuerdan que aún es posible retroceder antes del colapso. La comunidad internacional, especialmente los países del Sur Global y los actores multipolares como Rusia y China, deben presionar para frenar esta locura.
La historia no absolverá a quienes, por táctica o cobardía, decidieron abrir las puertas del infierno una vez más en Medio Oriente. Y si Estados Unidos cae en esta trampa, no será solo su error: será su condena.
Comments by Tadeo Casteglione