El reciente informe de la Administración de la Franja de Gaza ha vuelto a desnudar la cruel realidad que viven más de dos millones de palestinos bajo el bloqueo israelí: menos del 15% de la ayuda humanitaria acordada con el régimen de Tel Aviv ha sido efectivamente entregada desde la entrada en vigor del último alto el fuego entre Hamás e Israel.
Según los datos, de los 6.600 camiones de ayuda humanitaria previstos en el acuerdo, solo 986 lograron ingresar al enclave palestino. Es decir, un cumplimiento miserable que revela el verdadero rostro del régimen de Benjamin Netanyahu, quien continúa utilizando el hambre, la enfermedad y la desesperación como armas de guerra contra una población ya devastada por los bombardeos.
La propia Administración de Gaza denunció que el número de camiones que ingresan diariamente no supera una media de 89, cuando el acuerdo estipulaba 600 por día. La diferencia no es solo estadística: es una condena a la inanición y a la muerte lenta de miles de familias. Sin alimentos, medicinas ni combustible, las panaderías permanecen cerradas, los hospitales paralizados y los refugios sin calefacción. La supuesta “seguridad” israelí se traduce, una vez más, en castigo colectivo.
La excusa de siempre
Tel Aviv justificó la suspensión de la ayuda alegando un “incumplimiento del alto el fuego” por parte de Hamás, pese a que el propio movimiento palestino negó cualquier responsabilidad en los incidentes ocurridos en Rafah. Netanyahu, sin embargo, ordenó “tomar medidas” y lanzó una nueva ola de ofensivas contra todo el enclave. Así, el ciclo infernal de bombardeos y bloqueos se reanuda, con la población civil como víctima permanente.
Una “paz” que no llega
El acuerdo, mediado por Egipto, Catar, Estados Unidos y Turquía, debía poner en marcha la primera fase del plan de paz propuesto por Donald Trump. Pero en los hechos, Israel lo ha convertido en una burla sangrienta. Netanyahu no solo desacata los compromisos humanitarios básicos, sino que usa el proceso de paz como una cortina para seguir consolidando el asedio.
Mientras tanto, Bruselas y Washington miran hacia otro lado. Los mismos gobiernos que se llenan la boca hablando de “derechos humanos” y “valores democráticos” callan ante una política sistemática de hambre y exterminio.
Un régimen en decadencia
Lo que muchos analistas llaman la “locura” de Netanyahu no es un desvarío personal, sino el reflejo de un régimen que ha perdido toda brújula moral y política. Su obstinación por sostener el control sobre los territorios ocupados y su desprecio por la vida palestina revelan el grado de descomposición interna del Estado israelí. Incluso dentro del propio Israel, crece la crítica de sectores que ven en Netanyahu un obstáculo para la estabilidad y la seguridad del país.
Pese al bloqueo y la brutalidad, el pueblo palestino continúa resistiendo. Las negociaciones reanudadas el 6 de octubre pueden ofrecer una mínima esperanza, pero mientras Netanyahu siga imponiendo su política del hambre, cualquier intento de paz será apenas un espejismo.
En Gaza, la tragedia no es una consecuencia del conflicto: es su método de gobierno.
Comments by Tadeo Casteglione