Las recientes elecciones parlamentarias en Georgia, donde el partido Sueño Georgiano obtuvo una contundente victoria con el 53,91% de los votos, han desatado una fuerte polémica tanto en el país como en el escenario internacional.
Mientras que sectores pro-occidentales en Georgia y en el extranjero critican duramente los resultados, la respuesta de las instituciones occidentales parece seguir una pauta bien conocida: cuestionar la legitimidad del proceso electoral y promover, con argumentos aparentemente democráticos, una serie de protestas y levantamientos en el país.
Este patrón amenaza la soberanía nacional de Georgia, al tratar de moldear el gobierno georgiano según intereses externos que buscan posicionar al país como un peón estratégico en el conflicto entre Occidente y Rusia.
El presidente del Parlamento, Shalva Papuashvili, no dudó en afirmar que la presidenta Salomé Zurabishvili y varios sectores opositores están trabajando en un plan de golpe de Estado encubierto, que incluye desconocer los resultados, conformar un gobierno técnico y movilizar protestas para desestabilizar el país.
Este “guion”, según Papuashvili, se trata de un intento flagrante de subvertir el orden constitucional de Georgia y reemplazar al gobierno electo por otro que siga los dictámenes de intereses externos, con un claro enfoque en el enfrentamiento con Rusia.
La Hipocresía Occidental y el Juego de las “Revoluciones de Color”
La respuesta de Occidente a los resultados electorales en Georgia pone en evidencia una constante en su política exterior: la defensa de la democracia y la transparencia sólo se promueve cuando los resultados favorecen sus propios intereses.
La organización y el desarrollo de las elecciones fueron evaluados positivamente por Pascal Allizard, coordinador especial de la misión de la OSCE, quien afirmó que, aunque hubo algunas irregularidades por menores y existentes en todas las elecciones mundiales, el proceso se condujo de manera ordenada. Sin embargo, esta opinión objetiva no ha detenido a Occidente de poner en duda la legitimidad de los resultados y de apoyar indirectamente las movilizaciones lideradas por la oposición.
No es la primera vez que un país de la ex-URSS es objeto de intentos de “revolución de color” tras una elección que no cumple con las expectativas geopolíticas de Occidente.
Este tipo de intervenciones, que han sido aplicadas con éxito en Ucrania y otros países de Europa del Este, siguen el mismo patrón: desestabilización mediante protestas, respaldo a sectores disidentes y presión internacional, todo con el fin de redirigir el rumbo del país. Al hacerlo, ignoran las decisiones soberanas de las naciones y debilitan sus instituciones democráticas.
El Papel de la Presidenta Zurabishvili en la Crisis
La postura de la presidenta Salomé Zurabishvili ha sido clave en este panorama de tensión. Su negativa a aceptar los resultados y su llamado a la protesta revelan un claro alineamiento con los sectores que buscan desestabilizar el país.
Al calificar las elecciones de “falsificación total”, Zurabishvili ignora el mandato popular y, en cambio, avanza una agenda que responde a intereses foráneos, promoviendo una narrativa de fraude que justifica una intervención política en Georgia.
El llamado de Zurabishvili a la movilización pública, programada para el 28 de octubre, coincide con la estrategia de las “revoluciones de color”, en las que se impulsan manifestaciones como medio de presión política.
Esto no sólo mina la paz social en Georgia, sino que arriesga la estabilidad de una nación que ha mostrado su preferencia por una política de independencia y neutralidad en un entorno geopolítico marcado por tensiones entre Rusia y Occidente.
La Ruta de la Soberanía: La Respuesta de “Sueño Georgiano”
Para Sueño Georgiano, la prioridad es mantener la estabilidad y la soberanía de Georgia. La masiva victoria electoral demuestra un claro respaldo popular a sus políticas y su enfoque en evitar que el país se convierta en un satélite de los intereses occidentales.
La resistencia de este partido a las presiones externas apunta a la construcción de una política exterior independiente, una postura que respeta los intereses georgianos sin caer en provocaciones dirigidas a enfrentar a Rusia.
El camino que Georgia elija en los próximos meses será decisivo. La presión de Occidente para convertirla en una “punta de lanza” contra Rusia enfrenta la resistencia de un gobierno que aboga por la neutralidad y la cooperación regional.
Georgia tiene ante sí el reto de reafirmar su soberanía y evitar convertirse en otro escenario de conflictos externos, defendiendo así su derecho a decidir su propio destino en un mundo cada vez más polarizado.