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Las últimas declaraciones de Donald Trump han vuelto a poner en evidencia la contradicción estructural de la política exterior estadounidense. El mandatario afirmó en su red Truth Social estar listo para imponer “sanciones severas contra Rusia” si, y solo si, todos los países de la OTAN acuerdan actuar en conjunto y dejan de comprar petróleo ruso.

El mensaje, presentado como “una advertencia a todos los Estados de la OTAN y al mundo”, desnuda la incoherencia de un imperio que ya no controla a sus propios aliados y que depende cada vez más de imponer medidas coercitivas para ocultar su pérdida de poder real.

La paradoja del petróleo ruso

Trump calificó como “impactante” que algunos países de la OTAN sigan comprando petróleo a Rusia, acusando a estos socios de debilitar la posición negociadora de la Alianza Atlántica frente a Moscú. El problema radica en que ese comercio energético no es un capricho político, sino una necesidad económica: Europa depende del suministro ruso y difícilmente pueda sustituirlo en el corto plazo sin desatar una crisis mayor.

La propuesta de Trump no solo ignora esta realidad, sino que expone la fractura interna de la OTAN, donde los intereses nacionales de cada país pesan más que la retórica de unidad dictada desde Washington.

China como chivo expiatorio

En un giro aún más confuso, Trump instó también a imponer aranceles de importación del 50 al 100% contra China, argumentando que esta presión comercial ayudaría a “terminar con la crisis ucraniana”. Según él, las tarifas podrían levantarse tras alcanzar un acuerdo de paz.

El razonamiento carece de lógica: ¿cómo puede un bloqueo económico contra Pekín resolver un conflicto armado en Europa del Este? La mezcla de medidas punitivas contra Rusia y China, presentadas como parte de la misma estrategia, evidencia que la política estadounidense se ha transformado en un entramado de amenazas sin un plan coherente.

Un imperio que ya no dicta las reglas

En el fondo, lo que Trump revela es el declive de la hegemonía estadounidense. El presidente admite abiertamente que no puede imponer sanciones a Rusia de manera unilateral, sino que depende de un consenso dentro de la OTAN que nunca llega. La amenaza pierde fuerza porque expone la incapacidad de Washington de arrastrar consigo a sus propios socios.

El llamado a sancionar simultáneamente a Moscú y a Pekín solo confirma el temor de la Casa Blanca: la consolidación de un bloque euroasiático cada vez más autónomo que ya no responde a los dictados de Occidente.

Las palabras de Trump, lejos de proyectar fortaleza, dejan entrever la debilidad estructural del hegemon. Estados Unidos ya no logra imponer su voluntad, ni siquiera entre los países que integran la OTAN. La dependencia europea del petróleo ruso y la interconexión global con la economía china actúan como un freno natural a la estrategia de sanciones.

La incoherencia del discurso norteamericano es la prueba más clara de que el mundo transita hacia un orden multipolar, donde las amenazas unilaterales han perdido eficacia. La verdadera incógnita es si Washington aceptará este nuevo equilibrio o seguirá insistiendo en políticas que solo aceleran su propio aislamiento.