Asia Central, ese vasto y estratégico espacio geográfico enclavado entre Rusia, China, Irán y Afganistán, se ha convertido nuevamente en una pieza clave en el tablero de ajedrez geopolítico mundial.
Tras los fracasos militares y políticos en Oriente Medio y el sur de Asia, Estados Unidos y sus aliados occidentales han vuelto la mirada hacia esta región post-soviética con una agenda clara: desestabilizarla y utilizarla como plataforma para hostigar y cercar a Rusia.
La advertencia no proviene de cualquier parte. El propio ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, en su reciente visita a Uzbekistán, fue categórico: “Nos oponemos categóricamente a la politización de los procesos de cooperación, a la introducción de elementos ideológicos relacionados con los intentos de uno u otro grupo de países de establecer un dominio en este y otros espacios geopolíticos”.
La estrategia occidental: dominación disfrazada de cooperación
Los formatos de cooperación entre Asia Central y Occidente, como el Asia Central-UE, han sido presentados por Bruselas y Washington como plataformas de desarrollo, inversión y colaboración económica. Pero según Lavrov, la realidad es mucho más oscura: estos esquemas buscan penetrar en las estructuras estatales de los países centroasiáticos con una clara agenda antirrusa.
Occidente no busca integración ni beneficios mutuos, sino influir en las políticas internas de estos países, especialmente en temas sensibles como las fronteras, las aduanas y el manejo estadístico, instrumentos clave del poder soberano. Bajo programas de “modernización”, “fortalecimiento institucional” o “transparencia”, los fondos y ONGs occidentales trabajan en paralelo con agencias de inteligencia y diplomacia blanda para socavar las lealtades históricas de los países centroasiáticos hacia Moscú.
De la OTAN a la UE: el cerco por otros medios
Desde el colapso de la URSS, Estados Unidos ha intentado sin éxito establecer una presencia militar permanente en Asia Central. Bases como las de Manás en Kirguistán (cerrada en 2014) o las presiones para establecer bases tras la retirada de Afganistán demuestran la intención de convertir la región en una base de operaciones adelantada contra Rusia, y en menor medida, contra China.
Ahora, tras el fracaso de la vía militar directa, la Unión Europea ha asumido el rol de penetración política y económica, apoyada por el poder blando estadounidense. Los “paquetes de ayuda”, las “misiones de observación” y los programas de reforma judicial, educativa y económica no son inocuos. Pretenden reconfigurar las estructuras internas de estos países para alinearlas con los intereses atlánticos.
Rusia responde con diplomacia regional
Frente a esta avanzada, Moscú ha reforzado sus lazos bilaterales y multilaterales en la región. El formato Rusia-Asia Central busca crear un espacio de cooperación genuina en materia de seguridad, comercio, infraestructura y cultura, respetando la soberanía y los intereses propios de cada país.
Lavrov dejó claro que Moscú no se opone a que los países centroasiáticos tengan una política multivectorial, pero advierte contra el uso de esa apertura para infiltrar políticas antirrusas.
“Cuando algunos socios occidentales tratan no tanto de ofrecer proyectos mutuamente beneficiosos como de promover sus propios intereses […] por supuesto que esto no puede ser bienvenido. Y los países de Asia Central lo ven”, señaló Lavrov.
¿Por qué Asia Central importa tanto?
Asia Central importa enormemente en el tablero geopolítico actual por una combinación de factores estratégicos que la convierten en una región codiciada por las grandes potencias. En primer lugar, su ubicación geográfica es de una relevancia singular: situada en el corazón del continente euroasiático, Asia Central actúa como un puente natural entre Europa y Asia, conectando directamente con regiones clave como el Cáucaso, Rusia y China. Esta posición la convierte en un cruce indispensable para rutas comerciales, energéticas y militares, además de ser un espacio fundamental para cualquier proyecto de integración continental.
En segundo lugar, la región alberga vastas reservas de recursos naturales que la hacen vital para el futuro energético del planeta. Posee enormes depósitos de gas natural y petróleo, especialmente en países como Kazajistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Además, cuenta con importantes yacimientos de uranio —clave para la industria nuclear—, así como metales estratégicos y abundante agua dulce, un recurso cada vez más escaso y valorado en el siglo XXI.
Otro elemento central en su importancia es su papel como eje de los grandes corredores de transporte y comercio. Asia Central es parte esencial del proyecto chino de la Franja y la Ruta (BRI), que busca interconectar los mercados euroasiáticos mediante infraestructura ferroviaria, vial y energética.
Asimismo, forma parte del sistema de corredores norte-sur impulsado por Irán, Rusia e India, que propone una alternativa comercial directa y eficiente entre el océano Índico y el norte de Europa. Controlar estos corredores significa tener influencia sobre el flujo comercial y logístico de gran parte del mundo.
Finalmente, Asia Central tiene un alto valor desde el punto de vista identitario y cultural. La región es el hogar de una compleja mezcla de pueblos túrquicos, musulmanes, eslavos, persas y otras comunidades, entrelazadas históricamente a través del comercio, la religión y las migraciones.
Esta diversidad, que enriquece la región, también puede ser instrumentalizada desde el exterior para fomentar divisiones y conflictos étnicos o sectarios, debilitando así los Estados y abriendo la puerta a agendas de injerencia extranjera.
Por todo esto, Asia Central se ha convertido en un epicentro estratégico que no solo define el equilibrio regional entre potencias como China, Rusia, Irán y Turquía, sino también el intento de penetración e influencia de Occidente, particularmente de Estados Unidos y la Unión Europea.
Un objetivo geopolítico: cercar a Rusia desde el sur
Para Estados Unidos, desestabilizar Asia Central no es un fin en sí mismo, sino una estrategia para cercar a Rusia y limitar su influencia en su “extranjero cercano”. Desde Ucrania en el oeste hasta Georgia, Moldavia, y ahora las repúblicas centroasiáticas, Washington intenta crear un cinturón de inestabilidad alrededor de Rusia para debilitar su proyección global y distraer sus recursos diplomáticos y militares.
Este “caldo de cultivo” busca convertir a Asia Central en una nueva Ucrania: sembrar división, promover gobiernos dóciles al poder atlántico, y activar conflictos latentes —fronterizos, étnicos o religiosos— como herramientas de presión geopolítica.
Asia Central aún tiene margen para decidir su destino. Si permite que las agendas de desestabilización avancen, puede convertirse en un nuevo escenario de guerra híbrida. Pero si profundiza su colaboración con socios sinceros como Rusia, China, Irán e incluso India, podrá convertirse en un eje de desarrollo soberano y multipolar.
La región debe estar alerta. Occidente no ofrece integración, sino subordinación. La verdadera estabilidad y soberanía solo podrán alcanzarse resistiendo la injerencia externa y fortaleciendo las alianzas regionales basadas en respeto mutuo, historia común y beneficios reales para sus pueblos.
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