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El desarrollo de la energía nuclear ha sido una de las mayores conquistas tecnológicas del siglo XX. Desde sus inicios, se ha debatido entre dos caminos divergentes: el uso pacífico de la energía atómica para la producción eléctrica, la medicina y la investigación, y su vertiente destructiva en forma de armamento nuclear.

Pero en el actual tablero geopolítico actual, esta dicotomía se ha pervertido por completo, dando paso a un sistema de doble vara que beneficia a unos pocos y castiga con dureza a quienes buscan una soberanía tecnológica legítima. El caso más flagrante es el de Irán frente a la impunidad de Israel.

Irán: ciencia bajo sospecha

El reciente anuncio de Teherán sobre la creación de un nuevo centro de enriquecimiento de uranio —con maquinaria de sexta generación que sustituirá a equipos más antiguos en la instalación de Fordo— fue una respuesta directa a la resolución adoptada contra Irán por la Junta de Gobernadores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).

Según una declaración conjunta del Ministerio de Asuntos Exteriores iraní y la Organización de Energía Nuclear del país, esta resolución fue percibida como un acto de presión política, más que como una preocupación técnica o de seguridad real.

Teherán acusó a la OIEA de actuar de forma parcial y con motivaciones geopolíticas disfrazadas de vigilancia nuclear. Agradeció, en cambio, a los países que votaron en contra o se abstuvieron, recordando que la energía nuclear civil es un derecho reconocido en el marco del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), del cual Irán es firmante activo.

Israel: el elefante atómico en la sala

Mientras tanto, Israel continúa sin firmar el TNP, no permite inspecciones internacionales en sus instalaciones nucleares, ni rinde cuentas sobre su arsenal atómico estimado —por fuentes no oficiales— en entre 80 y 200 cabezas nucleares. Sin embargo, el Estado sionista no solo no es condenado, sino que incluso recibe apoyo militar, financiero y diplomático de las principales potencias occidentales que persiguen con dureza a países como Irán.

El mensaje es claro: el uso de la energía nuclear está permitido si eres un aliado estratégico de Occidente. De lo contrario, incluso las actividades legales dentro del marco internacional serán cuestionadas, sancionadas y saboteadas.

Energía nuclear y soberanía: un acto de autodeterminación

Para muchos países del Sur Global, el desarrollo nuclear pacífico se ha convertido en una vía de soberanía, de independencia energética, científica y tecnológica. Frente a la hegemonía de las grandes potencias, tener capacidad nuclear civil representa la posibilidad de romper con la dependencia estructural en materia de energía, medicina y ciencia avanzada. Pero ese mismo desarrollo es constantemente hostigado por organismos internacionales instrumentalizados, como ha ocurrido con Irán o incluso Brasil en otras épocas.

El caso iraní es paradigmático: pese a firmar el TNP, permitir inspecciones, y colaborar con los marcos internacionales, es objeto constante de presiones, sanciones y amenazas, mientras Israel, que se niega incluso a reconocer su arsenal, es protegido y eximido.

La decisión de Irán de avanzar con su programa de enriquecimiento en condiciones más seguras y modernas no es un acto de provocación, sino de respuesta soberana a un sistema de vigilancia selectiva que pone en tela de juicio la neutralidad del OIEA. La energía nuclear civil, lejos de ser un privilegio reservado a unos pocos, debe ser un derecho igualitario, regulado sin hipocresía ni intereses ocultos.

La pregunta que queda en el aire es: ¿podrá el mundo seguir tolerando este doble rasero, sin que estalle la credibilidad de los organismos multilaterales? Porque mientras algunos hablan de “seguridad global”, otros siguen acumulando bombas en la sombra.