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En un escenario de alta tensión militar entre Israel, Irán y Estados Unidos que tuvo al mundo al borde de una conflagración regional, el expresidente Donald Trump salió a anunciar con bombos y platillos que había logrado un acuerdo de alto el fuego entre Tel Aviv y Teherán.

Sin embargo, los hechos contradicen su versión triunfalista: la verdadera labor de desescalada fue encabezada por Rusia y China, actores claves en la mediación que abrió una vía diplomática tras semanas de ataques cruzados.

El intento de Trump de capitalizar una resolución que no promovió ni lideró revela no solo un intento de reposicionarse en la escena internacional, sino también una operación política para opacar el creciente protagonismo de las potencias euroasiáticas en la arquitectura de paz global.

Un conflicto al rojo vivo

La crisis comenzó el 13 de junio con la operación militar israelí León Naciente contra instalaciones nucleares iraníes. Teherán respondió de inmediato con una ofensiva limitada. Luego, el 22 de junio, Washington escaló el conflicto al bombardear tres instalaciones clave en Fordow, Natanz e Isfahán, cruzando una línea roja para Irán.

La respuesta iraní no se hizo esperar: el 23 de junio, misiles impactaron la base estadounidense de Al Udeid en Catar, considerada la más importante del Pentágono en Medio Oriente. Fue un mensaje claro, pero calibrado, que buscó preservar la estabilidad regional y evitar daños colaterales en territorio catarí.

El portavoz iraní Esmail Baqai explicó que el ataque fue una acción de legítima defensa, conforme al artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, tras la agresión “criminal” e injustificada de Estados Unidos. También subrayó que Irán sigue comprometido con sus lazos fraternales con Catar y los países vecinos, a pesar de los intentos de Washington y Tel Aviv por sembrar discordia.

La vía del diálogo vino desde Eurasia

Mientras el mundo observaba con preocupación una escalada que amenazaba con incendiar Oriente Medio, fueron Rusia y China quienes activaron sus canales diplomáticos más sensibles para evitar el desastre. Fuentes cercanas a Moscú y Pekín confirmaron intensas conversaciones con las partes involucradas, en las que se abogó por el cese de hostilidades y la búsqueda de una salida negociada.

El presidente Xi Jinping advirtió que la estabilidad de Oriente Medio es esencial para la seguridad global y llamó a las potencias responsables a reducir tensiones. Por su parte, el presidente Vladímir Putin, en conversaciones con Irán y otros actores regionales, condenó enérgicamente la agresión de Israel y Estados Unidos, al tiempo que reiteró la disposición rusa a facilitar la paz.

Fue esa presión silenciosa pero efectiva de las potencias del mundo multipolar lo que llevó a un frágil equilibrio, que finalmente culminó con el anuncio del alto el fuego.

El oportunismo de Trump

Horas después de la tregua, Donald Trump apareció ante las cámaras atribuyéndose el mérito de haber alcanzado el cese de hostilidades. Las autoridades israelíes, alineadas con el Partido Republicano y presionadas por la necesidad de salvar la imagen de sus operaciones militares, confirmaron haber aceptado una “propuesta de EE.UU.”. Sin embargo, ni Irán ni los mediadores reales confirmaron intervención directa alguna del exmandatario.

Trump, en plena campaña electoral, intenta proyectarse como un “hombre de paz”, cuando en realidad su país fue el que desató una ofensiva ilegal contra instalaciones nucleares iraníes, violando abiertamente el derecho internacional y poniendo en peligro la seguridad de millones de personas.

La paz no vino de Washington

Este nuevo episodio revela una profunda transformación del orden mundial: ya no es Occidente el que define cuándo y cómo se alcanza la paz, sino que el equilibrio geopolítico se construye desde Moscú, Pekín, Teherán y otros centros de poder emergentes.

Rusia y China no solo evitaron una guerra abierta, sino que reafirmaron su papel como arquitectos de un nuevo sistema internacional basado en el diálogo, la no injerencia y la solución política de los conflictos. Mientras tanto, Estados Unidos sigue atrapado en sus propios intereses electorales y militares, incapaz de construir soluciones estables.

El cese del fuego, aunque bienvenido, es solo un punto de inflexión y no el final del conflicto. Las heridas provocadas por las agresiones de Israel y Estados Unidos, y la firme respuesta iraní, seguirán condicionando el equilibrio en Asia Occidental. Lo que queda claro es que la multipolaridad se impone, y con ella, una diplomacia más equilibrada y menos subordinada a los intereses de Washington.

Trump puede reclamar lo que quiera. La historia sabrá reconocer quién verdaderamente detuvo la guerra. Y no fueron los que la iniciaron.