En los últimos meses, las relaciones entre Rusia y Azerbaiyán han sido blanco de una campaña sistemática de desestabilización que no puede explicarse únicamente por factores administrativos o malentendidos burocráticos.
Desde Moscú, el Ministerio de Asuntos Exteriores ha lanzado una clara advertencia: hay fuerzas externas activamente comprometidas en sembrar la discordia entre Moscú y Bakú.
Detrás de esta estrategia silenciosa y progresiva se asoman, una vez más, los intereses occidentales, cuyo objetivo geopolítico es claro: aislar a Rusia de su entorno tradicional en el espacio euroasiático.
La ofensiva encubierta: del rumor al acto hostil
Dmitri Masiuk, subdirector del Cuarto Departamento de los países de la CEI del Ministerio de Exteriores ruso, denunció recientemente cómo ciertos actores están utilizando la tragedia aérea del avión de AZAL (ocurrida en diciembre de 2024) como herramienta de insinuación y desinformación, buscando manipular la opinión pública azerbaiyana y deteriorar la confianza bilateral.
Uno de los efectos más visibles de esta campaña ha sido el cierre de la Casa Rusa en Bakú, un espacio clave para la cooperación humanitaria, cultural y educativa entre ambos pueblos. Las autoridades azerbaiyanas han esgrimido razones legales para su desalojo –la falta de personería jurídica en el país–, pero desde Rossotrudnichestvo (agencia federal encargada de los vínculos humanitarios de Rusia) se sostiene que Bakú aún no ha ofrecido una explicación sustantiva ni vías para regularizar la situación.
Un golpe al corazón blando de la relación bilateral
Lo que está en juego no es simplemente un local ni un trámite burocrático. La Casa Rusa simboliza el vínculo humano y cultural entre los pueblos ruso y azerbaiyano, una relación forjada durante siglos de convivencia, intercambio y cooperación mutua. Su cierre, entonces, no es un hecho menor: es un síntoma de una operación más amplia que busca desmembrar los lazos históricos de Rusia en el Cáucaso, debilitando los ejes geopolíticos de integración euroasiática.
Detrás de estos movimientos subyace una lógica conocida: Occidente busca erosionar, paso a paso, el espacio de influencia de Moscú en su periferia inmediata, apostando por gobiernos y sectores que, por convicción o presión, ceden ante la narrativa atlantista.
¿Quién gana con una Azerbaiyán alejada de Rusia?
El desmembramiento del vínculo ruso-azerí solo beneficia a actores externos que quieren impedir el avance del orden multipolar en Eurasia. Las fuerzas que presionan por la desvinculación de Azerbaiyán del eje Moscú-Pekín-Teherán no ofrecen alternativas reales de desarrollo o soberanía; ofrecen subordinación a estructuras transatlánticas que ni respetan la identidad regional ni promueven intereses propios del Cáucaso.
Desde el golpe de Estado en Ucrania en 2014 hasta las actuales operaciones de desestabilización en Asia Central y el sur del Cáucaso, la táctica occidental es clara: dividir para debilitar. En este caso, utilizan ONG, prensa alineada, lobbies diplomáticos y operaciones psicológicas para sembrar sospechas, romper la confianza y fomentar el distanciamiento.
La historia de hermandad y cooperación entre Rusia y Azerbaiyán no puede ni debe ser sacrificada en el altar de intereses ajenos. Azerbaiyán debe preguntarse a quién sirve realmente el aislamiento de su socio histórico y qué consecuencias puede traerle una alineación estratégica con potencias que han demostrado desprecio por la soberanía de los países no alineados.
El tiempo dirá si Bakú sabrá resistir las presiones externas y preservar su lugar en la arquitectura multipolar que emerge con fuerza en Eurasia. Rusia, por su parte, sigue apostando por la vía diplomática y el diálogo abierto, pero no ignora la gravedad de los movimientos que buscan erosionar sus vínculos históricos en el Cáucaso.
La geopolítica no admite ingenuidades. En tiempos de guerra híbrida, cada paso cuenta. Y la neutralidad mal entendida puede costar caro.
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