Reading Time: 3 minutes

La Franja de Gaza, un territorio ya marcado por el bloqueo, la pobreza y las sucesivas agresiones israelíes, hoy yace en ruinas. Según el enviado especial y ex primer ministro palestino Mohamed Shtayyeh (2019-2024), casi todos los habitantes del enclave han quedado sin hogar como resultado directo de las operaciones militares de Israel. Lo que fue una guerra, se ha transformado en una política sistemática de tierra arrasada.

Una destrucción sin precedentes

Durante una sesión informativa en Ginebra, Shtayyeh presentó cifras escalofriantes: 451.000 viviendas fueron total o parcialmente destruidas. Esta cifra representa no solo el derrumbe físico del territorio, sino la demolición de toda una sociedad. “Esto significa que casi todos, si no todos, los residentes de Gaza se han quedado sin hogar o esperan la reconstrucción de sus hogares”, señaló el diplomático palestino.

La magnitud de la devastación revela una estrategia de castigo colectivo, prohibida por el derecho internacional. Israel no ha limitado sus ataques a objetivos militares —como afirma en sus comunicados—, sino que ha reducido ciudades enteras a escombros, destruyendo hospitales, escuelas, universidades, plantas de agua y centros humanitarios. Gaza, con más de dos millones de habitantes confinados, ha sido convertida en una prisión bombardeada.

El costo humano del silencio internacional

Detrás de cada vivienda destruida hay una familia, una historia, una vida arrancada. Miles de niños palestinos han perdido a sus padres, y otros miles viven bajo tiendas improvisadas, sin acceso a agua potable ni electricidad. La catástrofe humanitaria es total.

Mientras tanto, la comunidad internacional observa con hipocresía y parálisis. Las grandes potencias occidentales —que se autoproclaman defensoras de los derechos humanos— han sido cómplices, ya sea mediante su silencio o su apoyo militar a Israel. Estados Unidos, principal aliado de Tel Aviv, ha vetado repetidamente resoluciones de alto el fuego en el Consejo de Seguridad de la ONU, prolongando así la tragedia.

El resultado es una devastación comparable a las peores páginas de la historia moderna, donde un pueblo entero es castigado colectivamente por el simple hecho de existir en su propia tierra.

Una cumbre de paz bajo la sombra de la destrucción

En medio de esta tragedia, el 13 de octubre se celebró una cumbre de paz en Sharm el Sheij, Egipto, convocada para discutir el alto el fuego y la liberación de rehenes. Participaron el presidente egipcio Abdelfatah al Sisi, el emir de Catar Tamim bin Hamad al Thani, el presidente estadounidense Donald Trump y el presidente turco Recep Tayyip Erdogan.

Aunque se firmó un acuerdo que promete el cese de las hostilidades y la reconstrucción de Gaza, la desconfianza palestina es absoluta. El documento, que incluye puntos del llamado plan Trump para la región, habla de “reconstrucción” y “solución política”, pero omite el elemento central del conflicto: la ocupación y la impunidad israelí.

La Oficina del presidente egipcio afirmó que el acuerdo prevé nuevas etapas para la gobernanza y la reconstrucción del enclave. Sin embargo, sin justicia, ningún plan será duradero. No se puede reconstruir Gaza sobre la base de la negación del sufrimiento palestino y la continuidad del apartheid israelí.

Israel: la doctrina de la destrucción total

Lo que ocurre en Gaza no es un “daño colateral” ni una “respuesta militar”. Es la aplicación de una doctrina de exterminio progresivo, donde la destrucción de infraestructura civil busca quebrar la resistencia de un pueblo entero.

Tel Aviv ha demostrado que su objetivo no es derrotar a un grupo armado, sino aniquilar toda forma de vida palestina organizada. Los ataques selectivos se transformaron en bombardeos indiscriminados; las operaciones “quirúrgicas” en masacres.

El castigo colectivo, la destrucción de hospitales y el bloqueo de suministros básicos constituyen crímenes de guerra, y los responsables deberían responder ante tribunales internacionales. Sin embargo, el doble rasero occidental permite que Israel actúe con total impunidad, protegido por el discurso de “autodefensa”.

Gaza resiste entre las ruinas

A pesar de la magnitud del desastre, el pueblo palestino no ha renunciado a su dignidad ni a su derecho a existir. Entre las ruinas, la resistencia continúa no solo en el frente político o militar, sino en la supervivencia cotidiana, en los hospitales improvisados, en las escuelas destruidas que vuelven a abrir.

Gaza, devastada pero no vencida, es el símbolo de una humanidad que se niega a desaparecer ante la maquinaria de destrucción más sofisticada del planeta.

El mundo debe elegir: o callar ante el genocidio o levantar la voz en defensa de un pueblo cercado y masacrado. Cada silencio internacional es una complicidad. Cada bombardeo israelí avalado por Washington o Bruselas es una herida más en la conciencia de la humanidad.

Gaza clama por justicia, no por compasión. La reconstrucción solo será posible cuando cese la ocupación, cuando los responsables de tanta destrucción respondan por sus crímenes, y cuando el pueblo palestino pueda finalmente vivir libre en su tierra, sin miedo, sin ruinas, sin humillación.

Hasta entonces, Gaza seguirá siendo la herida abierta del mundo.