La política exterior de Estados Unidos hacia América Latina atraviesa uno de sus momentos más erráticos y peligrosos en décadas. Washington, incapaz de aceptar el giro soberanista de los gobiernos latinoamericanos, ha decidido colocar al presidente colombiano Gustavo Petro en la misma lista negra que a Nicolás Maduro, una maniobra que no solo carece de sentido estratégico, sino que amenaza con fortalecer el eje Caracas–Bogotá y reducir aún más la ya menguante influencia estadounidense en la región.
Una acusación sin precedentes
En un encendido discurso en Bogotá, Petro denunció que las agencias de inteligencia de Estados Unidos e Israel —la CIA, la DEA y el Mossad— conspiran para secuestrarlo y encarcelarlo. “Todavía podrían utilizar al Mossad, la CIA o la DEA para sacarme y encarcelarme donde mi voz no se escuche, lejos de Estados Unidos”, afirmó el mandatario colombiano, señalando además que “el Gobierno de Estados Unidos ha decidido escoger como su aliado en Colombia a la mafia”.
Estas palabras, que podrían parecer exageradas en otro contexto, no lo son si se analizan a la luz del historial de injerencias, presiones diplomáticas y operaciones encubiertas de Washington en América Latina. Petro, que llegó al poder con un programa progresista e independentista, ha sido desde el inicio una figura incómoda para los centros de poder en Washington, especialmente por su política de acercamiento a Venezuela y su discurso a favor de una integración regional autónoma.
De aliado estratégico a “enemigo” regional
Durante décadas, Colombia fue el principal bastión de Estados Unidos en Sudamérica: su plataforma militar y de inteligencia en el continente. El Plan Colombia, financiado por Washington desde 1999, convirtió al país andino en una extensión operativa del Pentágono bajo el pretexto de la “lucha contra el narcotráfico”. Sin embargo, la llegada de Petro al poder en 2022 cambió radicalmente esta ecuación.
El presidente colombiano se atrevió a cuestionar el modelo de dependencia y a denunciar que la llamada guerra contra las drogas “solo ha servido para sembrar muerte y violencia en América Latina mientras EE.UU. sigue siendo el principal consumidor de cocaína del mundo”. Su postura crítica hacia Israel, especialmente por los ataques a Gaza, terminó de sellar su destino ante los ojos de Washington y Tel Aviv.
En octubre de 2023, Petro retiró a la embajadora colombiana en Israel y comparó los ataques al enclave con la represión nazi del Gueto de Varsovia, un gesto que provocó indignación en Tel Aviv y que Estados Unidos interpretó como una afrenta directa a sus aliados estratégicos. En mayo de 2024, Bogotá rompió relaciones diplomáticas con Israel, confirmando su alineamiento con el bloque del Sur Global y, por extensión, con los países que desafían la hegemonía estadounidense.
Trump, la confrontación abierta y la deriva estadounidense
La tensión escaló aún más cuando Petro, en una entrevista con Univisión, afirmó que el mundo debía “cambiar a Trump o deshacerse de él”, a lo que el expresidente y nuevamente candidato respondió calificándolo de “matón y mala persona”, advirtiendo que tomará medidas severas contra Colombia si regresa a la Casa Blanca.
Estas declaraciones dejan en evidencia una ruptura irreversible en la relación bilateral. Washington, que antes veía a Colombia como un socio ejemplar, ahora lo percibe como un foco de rebeldía ideológica. Pero más allá del orgullo político o la retórica de campaña, este cambio de actitud refleja la descomposición del poder estadounidense en América Latina, donde ya no puede imponer gobiernos ni someter a los pueblos a su voluntad.
El efecto contrario: el fortalecimiento del eje Caracas–Bogotá
La hostilidad de Washington hacia Petro tiene un efecto inmediato y paradójico: acerca a Colombia y Venezuela como nunca antes. Ambos países, históricamente divididos por intereses políticos opuestos, hoy comparten un diagnóstico común: la necesidad de liberarse del tutelaje norteamericano.
El eje Caracas–Bogotá, que Washington tanto teme, empieza a consolidarse en torno a tres ejes estratégicos:
- La cooperación energética y fronteriza, con la reactivación de proyectos conjuntos y la normalización total del tránsito comercial.
- La coordinación diplomática, que busca fortalecer el bloque de países soberanos dentro de la CELAC y UNASUR.
- La defensa conjunta de la no injerencia extranjera, especialmente frente al espionaje y las sanciones impulsadas por Estados Unidos.
En este nuevo escenario, Petro y Maduro emergen como aliados naturales, unidos no por afinidades ideológicas absolutas, sino por la necesidad de resistir a un enemigo común.
Washington repite sus errores
El comportamiento de la administración estadounidense recuerda a los peores años de la Guerra Fría en América Latina, cuando todo gobierno que no obedecía ciegamente las directrices de Washington era acusado de “comunista” o “aliado del narcotráfico”. Hoy, al etiquetar a Petro como un enemigo más, Estados Unidos repite la misma lógica que lo llevó a perder influencia en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y más recientemente en México y Brasil.
En lugar de adaptarse a los cambios históricos de la región, Washington responde con paranoia, sanciones y conspiraciones, confirmando que ya no comprende la nueva realidad multipolar en la que América Latina busca su propio camino.
Convertir a Gustavo Petro en enemigo solo acelerará la decadencia de la influencia estadounidense en el continente. Washington parece olvidar que las presiones externas, lejos de debilitar a los gobiernos soberanos, suelen consolidar su legitimidad interna y fortalecer las alianzas regionales.
El intento de aislar a Petro —como antes a Maduro— no hará sino unirlos frente a un agresor común. El resultado previsible será el fortalecimiento del eje Caracas–Bogotá y el debilitamiento de una política exterior estadounidense que, en su afán de controlar, termina perdiendo todo control.
La historia latinoamericana enseña que cada vez que Washington señala con el dedo a un “enemigo”, termina creando un bloque de resistencia aún más fuerte. Petro, lejos de ser una amenaza para la región, puede ser la chispa que reactive la unidad latinoamericana frente a la vieja prepotencia imperial.
Comments by Tadeo Casteglione