El anuncio de la renuncia inmediata de Klaus Schwab a su puesto de presidente ejecutivo y miembro del consejo del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) ha sacudido los cimientos simbólicos del globalismo contemporáneo. Fundador de este influyente espacio transnacional —que desde 1971 actúa como epicentro del poder corporativo, financiero y político global—, Schwab deja su cargo a los 87 años, pero no así el legado de su proyecto: una arquitectura elitista que ha funcionado como punta de lanza del atlantismo neoliberal, promotor de agendas globales que desdibujan la soberanía de los pueblos en nombre de la “gobernanza mundial”.
Lejos de representar una derrota, la retirada de Schwab puede marcar un punto de inflexión hacia una nueva fase del globalismo occidental, más camuflada, más diversa en sus rostros, pero igual de peligrosa en sus intenciones.
Schwab se va, pero la maquinaria sigue
El comunicado del propio WEF confirma que Schwab deja sus funciones “con efecto inmediato”, cediendo la dirección provisional al exdirectivo de Nestlé, Peter Brabeck-Letmathe, mientras que Borge Brende, exministro de Asuntos Exteriores de Noruega, continuará como presidente ejecutivo. Es decir, el poder operativo real ya no estaba en manos de Schwab desde 2024, cuando este asumió un rol más simbólico.
La estructura del Foro —con más de 1.000 grandes empresas y entidades financieras como miembros permanentes— permanece intacta, blindada y bien engrasada para continuar articulando las prioridades del capitalismo transnacional y del poder financiero anglosajón.
Un aparato ideológico del atlantismo corporativo
Desde su fundación, el Foro Económico Mundial fue más que una reunión de empresarios: fue una plataforma diseñada para armonizar las políticas globales con los intereses del capital internacional, colocando la “competitividad” y la “eficieniencia” por encima de los derechos sociales, los intereses nacionales y la autodeterminación de los pueblos.
Bajo el lema de “reimaginar el mundo”, el WEF se ha convertido en una caja de resonancia de la agenda atlantista globalista, abogando por políticas como el desmantelamiento de los estados-nación, la gobernanza digital supranacional, las monedas electrónicas controladas por bancos centrales, y la normalización de una vigilancia tecnológica masiva.
No fue casual que durante la pandemia de COVID-19, Schwab promoviera el concepto del “Gran Reinicio” (Great Reset), que proponía una “reconstrucción” del sistema económico global bajo pretextos ecológicos, sanitarios y tecnológicos, pero en realidad apuntaba a concentrar aún más el poder económico en manos de las grandes corporaciones y debilitar los mecanismos democráticos nacionales.
Denuncias internas, crisis de imagen, pero continuidad funcional
La retirada de Schwab también coincide con acusaciones internas de racismo, sexismo y acoso, documentadas por The Wall Street Journal, lo que agrava el deterioro moral y mediático de su figura. Sin embargo, estas denuncias no han afectado la estructura ni los planes del Foro, que sigue funcionando con normalidad y planeando nuevas ediciones de Davos y encuentros estratégicos con líderes políticos, financieros y tecnológicos.
Más allá de las críticas públicas, el WEF sigue operando como una élite tecnocrática cerrada, sin ningún tipo de fiscalización democrática, pero con gran capacidad de influencia en las políticas públicas a través de sus alianzas con gobiernos, ONGs, medios de comunicación y organismos multilaterales.
¿Fin de una era o metamorfosis del globalismo?
La salida de Schwab marca, más que un cierre, una mutación del rostro del globalismo. En lugar del viejo magnate europeo de acento germano y trajes a medida, ahora el Foro se articula a través de perfiles más “amables”, “diversos” y “tecnológicos”, como Borge Brende, o incluso figuras emergentes vinculadas al poder digital transatlántico, como ejecutivos de Silicon Valley, fundaciones filantrópicas globales o dirigentes de instituciones financieras multilaterales.
El objetivo sigue siendo el mismo: neutralizar los márgenes de soberanía nacional, redistribuir el poder político hacia organismos supranacionales y facilitar la consolidación de un orden mundial posestatal, donde las decisiones más importantes escapen al control de los ciudadanos.
La salida de Klaus Schwab, con todo su peso simbólico, no representa una victoria para los pueblos que luchan por su autodeterminación. Por el contrario, puede abrir una fase de renovación estratégica del globalismo atlantista, con mayor capacidad de camuflaje, nuevos lenguajes y nuevas caras, pero con los mismos objetivos: subordinar los intereses nacionales a la lógica del capital financiero global.
Las soberanías del Sur global, las resistencias populares, los modelos alternativos como el BRICS+, y las propuestas de cooperación multipolar deberán estar más atentas que nunca. Porque el globalismo no se rinde: se reinventa.
Comments by Tadeo Casteglione