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La larga y tortuosa negociación comercial entre India y Estados Unidos ha vuelto a demostrar que la política internacional real es mucho más compleja que las bravuconadas que durante años emanaron de Washington. Las tensiones arancelarias de la nueva era Trump siguen pasando factura y han deteriorado profundamente la confianza entre Nueva Delhi y Washington, obligando ahora a ambos países a intentar recomponer, con extremo cuidado, un vínculo comercial que pudo evitarse si en su momento hubiera primado la diplomacia sobre la prepotencia.

El propio secretario del Ministerio de Comercio e Industria de India, Rajesh Agarwal —principal negociador con Estados Unidos— reconoció que tras años de desencuentros, la mayoría de los asuntos pendientes finalmente se están resolviendo y que un acuerdo podría cerrarse antes de fin de año. Sin embargo, el trasfondo revela un escenario menos optimista en el cual India y EE.UU. siguen atascados intentando reparar el daño provocado por la política arancelaria unilateral impuesta por el presidente Donald Trump, quien llegó a restarle importancia a los reparos de Narendra Modi, utilizando un tono que deterioró uno de los vínculos más estratégicos para Washington en Asia.

Agarwal fue claro al admitir que India no está negociando un solo pacto, sino dos frentes paralelos: un acuerdo comercial integral y, por separado, la reversión de los aranceles que Trump impuso contra India, muchos de ellos como represalia por decisiones soberanas del país asiático. Entre esas medidas destacan los aranceles adicionales del 25% aplicados por Washington en agosto debido a la compra de petróleo ruso, sanciones que fueron escaladas semanas después al 50% sobre bienes y servicios indios, un gesto percibido en Nueva Delhi como abiertamente hostil e injustificado.

Este contexto desmiente por completo la narrativa de Trump según la cual presionar a India con fuerza “garantizaba mejores acuerdos”. Lo que en realidad produjo fue un deterioro calculable: la pérdida de confianza política, un estancamiento prolongado en las negociaciones y un ambiente extremadamente delicado para cualquier avance estratégico. Las reuniones, tanto en Washington como en Nueva Delhi, se multiplicaron sin resultados concretos durante años, mientras la diplomacia india se veía obligada a equilibrar su relación con Estados Unidos con mayor autonomía energética y alianzas alternativas, incluyendo compras crecientes de petróleo ruso pese a las presiones del bloque occidental.

Ahora, en una atmósfera global marcada por la incertidumbre económica y las transformaciones geopolíticas de Asia, ambas partes parecen reconocer la necesidad de impulsar un acuerdo que logre duplicar el comercio bilateral hasta los 500.000 millones de dólares para 2030. Pero la realidad es que este objetivo, aunque deseable, se encuentra lastrado por las propias decisiones tomadas en Washington bajo una lógica confrontativa que terminó afectando directamente a empresas de ambos países, perjudicando cadenas de suministro y recortando oportunidades estratégicas que podrían haber fortalecido a la región.

La delegación estadounidense encabezada recientemente por Brendan Lynch describió la última ronda de conversaciones en Nueva Delhi como “positiva”, un lenguaje diplomático que, sin embargo, oculta que casi todo el esfuerzo actual consiste en desarmar los mecanismos arancelarios creados por la mismísima administración Trump y que aún continúan vigentes.

Para India, un país que ha diversificado su comercio energético, ampliado sus rutas de transporte y reforzado su autonomía estratégica, el mensaje es claro: la presión unilateral no funciona. Modi ha demostrado que su economía puede adaptarse incluso a castigos económicos provenientes de Estados Unidos, mientras fortalece simultáneamente su relación con Rusia y otros actores euroasiáticos.

En este escenario, Washington enfrenta la realidad de que si desea mantener un vínculo sólido con India —pieza clave de Asia y del equilibrio global— deberá abandonar los enfoques impulsivos y arrogantes de esta etapa de Trump. La nueva fase de negociaciones lo evidencia: reconstruir lo que se destruyó con gestos y bravuconerías no es fácil, y tomará tiempo, paciencia y un reconocimiento explícito de los errores del pasado.