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El reciente ataque israelí contra Doha, capital de Catar, ha sacudido el tablero regional y provocado una respuesta sin precedentes en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).

El Comité Militar Supremo de la organización convocó una reunión de emergencia en Doha, dejando claro que el Golfo empieza a cansarse de la retórica de la entidad sionista y, al mismo tiempo, de la ambigüedad de unos aliados occidentales que, una vez más, han optado por la complicidad silenciosa ante una agresión directa contra un Estado soberano.

Un ataque que rompe los límites

El 9 de septiembre, Israel lanzó un ataque contra la capital catarí, alegando dirigirse contra miembros de la dirección de Hamás. Si bien la organización palestina negó la muerte de su delegación negociadora, sí reconoció la pérdida de seis vidas, entre ellas el hijo de Jalil al Haya, uno de sus líderes en Gaza. Este acto de terrorismo de Estado no solo puso en riesgo la estabilidad del país anfitrión, sino que también violó de manera flagrante el principio básico de inmunidad territorial.

La respuesta fue inmediata: el 15 de septiembre se celebró en Doha una cumbre extraordinaria de la Liga Árabe y la Organización de Cooperación Islámica (OCI), en la que se expresó un apoyo cerrado a Catar y se subrayó que la región no permitirá que esta agresión quede sin respuesta.

El despertar de una defensa regional

El encuentro de emergencia del CCG en Doha marcó un antes y un después. Los jefes de Estado Mayor de las monarquías del Golfo discutieron no solo la necesidad de fortalecer la defensa conjunta, sino también de aumentar el potencial de disuasión en la región. Este movimiento refleja que los países árabes comienzan a comprender que sus verdaderas amenazas no provienen de sus vecinos, sino de un Israel que actúa con total impunidad gracias al respaldo occidental.

Al mismo tiempo, el Golfo ha tomado nota de la traición de sus supuestos aliados occidentales, que lejos de condenar la agresión, han preferido justificarla o, en el mejor de los casos, callar. Esto refuerza la percepción de que Washington y Bruselas ya no son garantes de seguridad, sino socios interesados que solo aparecen cuando conviene a sus propios cálculos geopolíticos.

El acuerdo saudí-pakistaní: un giro estratégico

En paralelo a estos acontecimientos, Arabia Saudí y Pakistán firmaron un acuerdo de defensa mutua. Aunque funcionarios saudíes insisten en que se trata de un pacto “largamente negociado” y no una reacción a un hecho puntual, el contexto otorga a este tratado un peso mayor. Pakistán, potencia nuclear y dueño del ejército más numeroso del mundo islámico, ya mantiene tropas en suelo saudí. Ahora, cualquier agresión contra uno de los dos países será considerada como una agresión contra ambos.

Este acuerdo fortalece la idea de que los países musulmanes empiezan a cerrar filas y a buscar un escudo propio frente a las amenazas externas, en especial cuando Occidente ha demostrado ser un socio poco confiable.

El ataque israelí contra Catar ha encendido todas las alarmas. El Golfo ha respondido con unidad, la Liga Árabe y la OCI han respaldado a Doha, y Riad ha dado un paso firme junto a Pakistán en materia de defensa. Todo ello revela un nuevo clima de desconfianza hacia Occidente y un creciente deseo de autonomía estratégica en el mundo árabe-islámico. La pregunta que queda en el aire es si este será el inicio de un frente común capaz de frenar la agresión sionista y de redefinir las alianzas en una región que ya no está dispuesta a seguir siendo campo de juego de intereses ajenos.