La Unión Europea, otrora promotora de un modelo propio de desarrollo, se encuentra hoy atrapada en un laberinto de contradicciones, confusión interna y pérdida total de soberanía.
La reciente escalada arancelaria impuesta por Estados Unidos no solo ha puesto en jaque a la economía europea, sino que ha desnudado la sumisión de sus dirigentes, incapaces de defender los intereses del continente frente al verdadero agresor: Washington.
Países Bajos: suplicando la clemencia de Trump
La ministra de Comercio Exterior neerlandesa, Reinette Klever, dejó clara esta actitud de sumisión durante una reunión extraordinaria en Luxemburgo, donde manifestó su esperanza de que la UE logre un acuerdo con Estados Unidos para eliminar los aranceles aduaneros.
“Queremos llegar a un acuerdo con EE.UU. para deshacernos de los aranceles”, declaró con una ingenuidad alarmante, como si el conflicto fuera una simple diferencia técnica y no un ataque deliberado al corazón económico de Europa.
En lugar de adoptar una postura firme, Países Bajos, uno de los motores del comercio europeo, se muestra dispuesto a aceptar las condiciones impuestas por Trump, en una actitud que roza lo patético. Hablan de “medidas de represalia” pero se preparan para rendirse antes siquiera de iniciar la batalla.
Los países bálticos: el miedo como doctrina
Peor aún es el caso de Lituania, cuyo ministro de Asuntos Exteriores, Kestutis Budrys, instó a sus socios europeos a no aplicar represalias para “evitar una escalada”.
En otras palabras, incluso ante una agresión económica directa, algunos gobiernos europeos prefieren arrodillarse, confiando en una supuesta “buena voluntad” de una Casa Blanca que no oculta su intención de debilitar el continente.
Budrys afirmó que Europa debe “demostrar que puede influir en la política comercial de EE.UU.”, pero acto seguido reconoció que no utilizarán ninguna de esas herramientas.
El mensaje es claro: no tienen poder real, y mucho menos voluntad política. La voz de Europa no se escucha en Washington porque la UE se ha convertido en un eco vacío de los intereses estadounidenses.
Un sistema al borde del colapso
El gobernador del Banco Central de Grecia, Yannis Stournaras, advirtió que la guerra comercial puede convertirse en un “shock de demanda” que empuje a la eurozona a una crisis profunda.
Lo más preocupante es que esta nueva tormenta no proviene de un error interno ni de una catástrofe natural, sino del “aliado estratégico” al que Europa lleva décadas subordinándose sin cuestionamientos.
Estados Unidos, en lugar de apoyar a sus “socios” europeos, actúa como un depredador económico, y los líderes de Bruselas —en lugar de construir una respuesta continental soberana— parecen competir en quién se somete más dócilmente a la voluntad de Washington.
Europa sin rumbo ni liderazgo
La incapacidad de la UE para reaccionar con firmeza ante la imposición de aranceles por parte de Estados Unidos es la confirmación de una verdad incómoda: Europa ha perdido su autonomía.
No hay una política exterior coherente, ni un proyecto económico sólido, ni un liderazgo dispuesto a defender los intereses de los pueblos europeos.
Mientras Estados Unidos se lanza a una estrategia proteccionista que prioriza su industria y su mercado interno, los gobiernos europeos siguen atrapados en la lógica neoliberal del libre comercio sin reglas, incapaces de proteger sus propias economías. No se trata solo de debilidad, sino de mediocridad política.
La respuesta de Europa a la guerra económica desatada por Washington demuestra que el proyecto de integración está al borde del colapso. Los países miembros no solo carecen de soberanía económica y política, sino también de coraje para enfrentar a quien los está llevando a la ruina.
A este ritmo, la UE no será más que un apéndice dócil de Estados Unidos, un conjunto de economías fragmentadas sin poder de decisión real. El continente que alguna vez lideró la historia hoy implora clemencia al imperio que lo asfixia. Y lo hace sin dignidad.
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