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La reciente escalada en la guerra comercial entre Estados Unidos y China representa mucho más que una simple disputa bilateral: es el reflejo del colapso del orden económico internacional surgido tras la Segunda Guerra Mundial, centrado en el libre comercio, el multilateralismo y la institucionalidad financiera global.

El anuncio del expresidente estadounidense Donald Trump de aumentar un 34% los aranceles a productos chinos desató una enérgica respuesta de Pekín, que ha decidido recurrir nuevamente al mecanismo de solución de diferencias de la Organización Mundial del Comercio (OMC), denunciando una “violación grave del orden económico y comercial internacional”.

La respuesta china y la defensa del multilateralismo

Desde el Ministerio de Comercio del gigante asiático, se emitió un comunicado tajante: “Las acciones de Trump violan gravemente las normas de la OMC, perjudican los derechos e intereses legítimos de los miembros de la organización y socavan el sistema multilateral de comercio basado en reglas”.

Esta declaración no solo denuncia un acto puntual de proteccionismo, sino que enmarca la maniobra estadounidense como una amenaza directa a la arquitectura económica global construida durante décadas.

China ha insistido en su rol como defensor del sistema multilateral de comercio y exige a Estados Unidos la inmediata cancelación de lo que califica como “medidas arancelarias unilaterales”, demostrando así su voluntad de mantener un mínimo de estabilidad en un contexto global cada vez más incierto.

Una asimetría comercial en el centro del conflicto

Los datos del comercio bilateral entre ambas potencias en 2024 revelan una profunda asimetría: mientras que EE.UU. exportó bienes a China por 163.620 millones de dólares, las importaciones de productos chinos a suelo estadounidense alcanzaron los 688.280 millones.

Esta brecha ha sido uno de los principales argumentos esgrimidos por Trump para justificar sus medidas proteccionistas, aunque en el fondo esconden una batalla por la supremacía tecnológica, industrial y geopolítica.

China exporta a Estados Unidos bienes manufacturados de alto valor agregado como teléfonos inteligentes, ordenadores, baterías de litio, electrodomésticos y juguetes. En contrapartida, importa principalmente productos agrícolas, maquinaria y microchips.

La disputa va mucho más allá de los números: se trata de una confrontación estratégica entre un modelo de desarrollo estatal y planificado —el chino— y otro basado en el capital financiero y las corporaciones transnacionales —el estadounidense.

Un golpe al corazón del orden capitalista global

La guerra de aranceles impulsada por Trump representa un verdadero punto de quiebre en el sistema capitalista globalizado. Lo que antes era presentado como el “libre comercio” hoy es reemplazado por medidas coercitivas, sanciones y castigos unilaterales.

Estados Unidos, otrora promotor de la globalización, ahora dinamita los mismos tratados y organismos que construyó, como la OMC, cuando estos ya no le resultan funcionales.

Este giro proteccionista y nacionalista del capitalismo financiero es una confesión implícita de su crisis interna. La incapacidad de competir en igualdad de condiciones con potencias emergentes como China lleva a Washington a recurrir a métodos de presión económica en lugar de buscar soluciones estructurales a sus problemas productivos.

¿El inicio de un nuevo orden?

La disputa entre China y Estados Unidos ya no se limita al comercio. Está en juego la configuración del nuevo orden mundial. La resistencia china, el impulso a los BRICS+, el fortalecimiento de acuerdos bilaterales sin el dólar como moneda de referencia y el rechazo al modelo unipolar estadounidense están delineando una nueva realidad: la multipolaridad ha dejado de ser una utopía y se perfila como un hecho irreversible.

En este contexto, el sistema financiero capitalista global, basado en la hegemonía del dólar y las normas impuestas por Washington, está claramente en crisis. Las guerras arancelarias, los bloques económicos emergentes y el descrédito de instituciones como la OMC revelan un colapso silencioso pero contundente del viejo orden.

La respuesta de China no es sólo una defensa legal: es el síntoma de una nueva época donde el poder económico se redistribuye y las reglas ya no se dictan en una sola capital. El mundo está cambiando, y el capitalismo financiero enfrenta su mayor desafío desde su apogeo tras la Guerra Fría.