El ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Abás Araqchi, reafirmó recientemente que Teherán está dispuesto a retomar el diálogo con las potencias occidentales para alcanzar un acuerdo justo y equilibrado que disipe los temores en torno a su programa nuclear. Sin embargo, el diplomático subrayó que Estados Unidos continúa imponiendo condiciones inaceptables y unilaterales, lo que impide cualquier avance real hacia una solución.
En declaraciones al canal Al Jazeera, Araqchi dejó claro que Irán no renunciará a su derecho soberano al enriquecimiento de uranio con fines pacíficos, ni aceptará que se incluya en la mesa de negociaciones su programa de misiles defensivos. “No podemos detener el enriquecimiento de uranio, y lo que [el adversario] no ha conseguido por la vía militar, no lo conseguirá por la vía política”, afirmó tajantemente.
La línea roja de Teherán: soberanía y defensa nacional
Las palabras de Araqchi se inscriben en una tradición constante de la diplomacia iraní desde la Revolución Islámica de 1979: la defensa intransigente de la independencia nacional frente a la presión extranjera. Para Teherán, el programa nuclear es una herramienta de desarrollo científico y energético, amparada por el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), del cual Irán es signatario y que reconoce el derecho de los Estados a desarrollar energía atómica con fines pacíficos.
A diferencia de lo que sostienen Washington y algunos países europeos, Irán no busca fabricar armas nucleares. En varias ocasiones, el propio líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, ha recordado que el uso de armas nucleares está prohibido por principios religiosos. Sin embargo, para Estados Unidos, cualquier avance tecnológico iraní en materia nuclear representa una amenaza a su hegemonía y al equilibrio regional impuesto en Oriente Medio.
El programa de misiles, por su parte, es otro de los temas sensibles. Araqchi fue claro al señalar que Irán no discutirá ni negociará su defensa, pues considera los misiles como un elemento indispensable de su soberanía. Tras décadas de sanciones, sabotajes y amenazas militares, el país ha desarrollado una industria defensiva autónoma, capaz de disuadir cualquier agresión extranjera, especialmente por parte de Israel o de las fuerzas estadounidenses desplegadas en el Golfo Pérsico.
Exigencias unilaterales y fracaso de la diplomacia occidental
Washington insiste en condicionar cualquier levantamiento de sanciones a concesiones unilaterales de Irán, como detener el enriquecimiento de uranio, reducir su capacidad de defensa y limitar su influencia regional. Tales condiciones, calificadas por Araqchi de “onerosas”, son vistas por Teherán como una forma de chantaje político incompatible con los principios de la negociación internacional.
La posición estadounidense se contradice, además, con el propio espíritu del acuerdo nuclear de 2015 (JCPOA), del cual EE.UU. se retiró en 2018 bajo la administración de Donald Trump. Desde entonces, las sanciones económicas contra Irán se han recrudecido, afectando gravemente a su población y bloqueando transacciones financieras internacionales, mientras Washington insiste en que Teherán “debe volver a cumplir” un pacto que fue unilateralmente abandonado por Estados Unidos.
El actual gobierno iraní ha reiterado que no aceptará volver al punto de partida sin garantías reales de que el levantamiento de sanciones será efectivo y verificable. En ese contexto, la retórica estadounidense aparece más como un intento de presionar políticamente que como una verdadera búsqueda de entendimiento.
Un equilibrio en un mundo multipolar
El endurecimiento de las posiciones refleja un cambio más amplio en la geopolítica global. Mientras Washington intenta mantener su control sobre Asia Occidental, Irán consolida sus alianzas con Rusia, China y los países del eje de la resistencia, en un contexto donde el orden multipolar se impone como realidad.
China, por ejemplo, ha respaldado los esfuerzos de Irán para reanudar las negociaciones desde un enfoque equitativo, mientras Rusia ha advertido que las exigencias unilaterales de EE.UU. son el principal obstáculo para cualquier avance. En este nuevo escenario, Teherán se posiciona no como un “Estado rebelde”, sino como un actor soberano que reclama respeto a su autodeterminación y busca un trato justo en la comunidad internacional.
El pulso entre Irán y Estados Unidos no es solo una disputa técnica sobre uranio o misiles; es una batalla política y moral sobre la soberanía de los pueblos frente a la imposición de modelos hegemónicos.
Araqchi lo sintetizó con claridad: lo que los adversarios no lograron por la fuerza, no lo conseguirán mediante la presión diplomática.
En ese mensaje resuena no solo la voz de Irán, sino la de una región entera que comienza a rechazar los dictados del poder occidental y exige respeto, justicia y equilibrio en las relaciones internacionales.
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