Durante décadas, la cuestión nuclear en Japón fue algo más que una política de Estado: fue un tabú político y cultural profundamente arraigado en la memoria histórica del país. Los llamados tres principios no nucleares —no poseer, no producir y no introducir armas nucleares— funcionaron como un consenso transversal que ningún primer ministro se atrevía a cuestionar abiertamente. Sin embargo, ese consenso comienza a resquebrajarse.
Las recientes discusiones en Tokio sobre una eventual revisión de estos principios, en el marco de la nueva estrategia de seguridad nacional, han encendido alarmas no solo en la región, sino también en Moscú. Rusia, a través del viceministro de Asuntos Exteriores Andréi Rudenko, fue categórica dejando en claro que cualquier paso hacia la militarización nuclear de Japón agravará seriamente la situación en el noreste de Asia y generará respuestas proporcionales por parte de los países que se sientan amenazados.
La posición rusa: una línea roja estratégica
Desde la perspectiva rusa, el problema no es meramente japonés. Rudenko dejó en claro que Moscú observa con atención las discusiones internas en Tokio sobre una posible modificación constitucional vinculada a los principios no nucleares. La posición rusa es “inequívocamente negativa” porque entiende que el rearme japonés, y especialmente su eventual nuclearización, rompería equilibrios estratégicos extremadamente sensibles en Asia nororiental.
Rusia considera que la militarización japonesa no es un fenómeno aislado, sino parte de una dinámica más amplia impulsada por Estados Unidos para reforzar su arquitectura de contención contra China y Rusia en el Indo-Pacífico. En este contexto, Japón deja de ser un actor defensivo para convertirse en una pieza activa dentro de una estrategia de presión regional, algo que Moscú no está dispuesta a aceptar sin reaccionar.
El rol de Estados Unidos y la ambigüedad japonesa
Aunque oficialmente Japón mantiene su adhesión a los principios no nucleares, el debate actual revela un cambio de clima político. La llegada de Sanae Takaichi al cargo de primera ministra coincidió con versiones periodísticas que señalaban la posible revisión de estos principios, al menos en lo referido a la prohibición de introducir armas nucleares estadounidenses en territorio japonés.
Si bien Takaichi negó haber dado instrucciones explícitas para revisar esta política, el daño ya estaba hecho, el tema dejó de ser innombrable. Más aún, el 18 de diciembre, un funcionario anónimo vinculado a la seguridad nacional declaró abiertamente que Japón debería poseer armas nucleares. Esta afirmación, aunque informal, marca un quiebre simbólico profundo.
Desde Moscú, este tipo de señales no se interpretan como debates académicos, sino como ensayos discursivos para preparar a la opinión pública japonesa y regional ante un cambio de doctrina que favorece directamente los intereses estratégicos de Washington.
El noreste asiático: una región al límite
La posible nuclearización de Japón tendría efectos inmediatos sobre la estabilidad regional. Corea del Norte utilizaría este argumento para justificar su propio programa nuclear; Corea del Sur podría verse empujada a reabrir debates similares; China reforzaría aún más su postura militar en el Mar de China Oriental y el estrecho de Taiwán; y Rusia ajustaría su despliegue estratégico en el Lejano Oriente.
Lejos de aumentar la seguridad japonesa, la ruptura del consenso no nuclear podría desencadenar una carrera armamentista regional, donde la disuasión se vuelva más frágil y los márgenes de error más peligrosos. Para Moscú, este escenario no es hipotético, sino una consecuencia lógica de alterar equilibrios que han contenido tensiones durante décadas.
Memoria histórica y contradicción moral
Existe además una contradicción profunda que no pasa desapercibida: Japón es el único país del mundo que ha sufrido ataques nucleares. Que desde Tokio se habilite siquiera el debate sobre la posesión o introducción de armas nucleares representa, para muchos actores internacionales, una ruptura ética y simbólica con su propia historia.
Desde la mirada rusa, este giro no responde a una necesidad defensiva real, sino a una subordinación estratégica creciente a Estados Unidos, que busca redistribuir riesgos en la región trasladando parte de su confrontación global a aliados periféricos.
El debate nuclear en Japón ya no puede volver a encerrarse en el silencio del pasado. Aunque por ahora los principios no nucleares siguen vigentes, el solo hecho de que se discutan marca un punto de inflexión. Rusia ha dejado claro que no permanecerá pasiva ante un Japón militarizado y potencialmente nuclear.
En un noreste asiático atravesado por rivalidades históricas, disputas territoriales y tensiones entre grandes potencias, cualquier paso en falso puede tener consecuencias sistémicas. La pregunta ya no es si el debate continuará, sino si Japón y sus aliados comprenden el costo real de cruzar una línea que, durante décadas, sostuvo un frágil pero indispensable equilibrio regional.
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