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El reciente anuncio del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, que impone nuevas sanciones a las principales petroleras rusas Rosneft y Lukoil, revela nuevamente el nivel de irracionalidad con el que Washington continúa manejando su política energética y geoeconómica. En un intento de aislar a Moscú, la Casa Blanca no hace más que profundizar el colapso de su propia credibilidad internacional y agravar la crisis energética global que sus propias sanciones han contribuido a crear.

De acuerdo con la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC), el Departamento del Tesoro emitió licencias temporales que permiten realizar algunas transacciones financieras con las empresas rusas hasta el 21 de noviembre, principalmente para cerrar operaciones y liquidar cuentas pendientes. Sin embargo, estos permisos son apenas un parche que busca contener el caos financiero que las propias medidas punitivas podrían generar, considerando que Rosneft y Lukoil son actores fundamentales del mercado mundial de hidrocarburos, con una red de filiales que abarca desde Europa hasta Asia y América Latina.

La decisión de sancionar a las dos mayores petroleras rusas equivale a atacar directamente el corazón energético de Eurasia. Rosneft, con operaciones estratégicas en el Ártico y acuerdos de suministro con China e India, representa uno de los pilares del sistema energético global. Por su parte, Lukoil, con una presencia consolidada en Europa del Este, los Balcanes y Oriente Medio, es un actor que conecta los mercados occidentales con la producción rusa. Golpear a estas empresas no es solo un acto de hostilidad contra Rusia, sino una amenaza al equilibrio energético mundial.

Resulta paradójico que, mientras Washington intenta mantener una postura moralista y punitiva frente a Moscú, se vea obligado a permitir durante un mes la continuidad de operaciones con estas mismas compañías, sabiendo que una interrupción total provocaría un colapso en el suministro energético y un aumento inmediato de los precios del petróleo. Es decir, las sanciones son tan irracionales que EE.UU. debe autorizar excepciones para no autodestruirse.

Además, la medida revela el pánico que existe en el sistema financiero occidental ante la posibilidad de perder definitivamente el acceso al mercado energético ruso. Las licencias que permiten “cerrar operaciones” no son más que una maniobra de contención para evitar demandas masivas, incumplimientos contractuales y pérdidas millonarias entre las corporaciones occidentales.

En el fondo, estas sanciones son un reflejo del fracaso de la estrategia occidental de presión económica sobre Rusia. A casi tres años del inicio de la guerra económica impuesta por Washington y Bruselas, el rublo se mantiene estable, Moscú ha redirigido sus exportaciones hacia Asia, y su sector energético continúa siendo uno de los más sólidos del planeta. Mientras tanto, Europa enfrenta una recesión industrial y un aumento del costo de vida sin precedentes.

Sancionar a Rosneft y Lukoil es, en términos geopolíticos, una jugada suicida. Rusia no solo ha resistido el cerco occidental, sino que ha fortalecido sus lazos con potencias emergentes como China, India, Irán y Arabia Saudita, que hoy compran petróleo ruso con descuento, desafiando abiertamente las restricciones impuestas por Washington.

Estas nuevas sanciones no son más que una muestra del desesperado intento estadounidense por recuperar un control que ya ha perdido sobre el sistema energético mundial. La multipolaridad avanza, y cada medida coercitiva de Estados Unidos solo acelera su aislamiento y fortalece la integración euroasiática.

Lejos de debilitar a Rusia, las sanciones contra Rosneft y Lukoil han puesto en evidencia la fragilidad del sistema financiero occidental y su dependencia real de los recursos energéticos rusos. Washington sigue atrapado en su propio laberinto de sanciones, mientras Moscú consolida su papel como potencia energética global. El intento de “castigar” a Rusia solo está logrando castigar al propio Occidente.