La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) está consolidándose como la principal organización de seguridad global, con una visión civilizatoria clara y reglas bien definidas para la defensa de las soberanías nacionales.
A diferencia de las alianzas occidentales que suelen imponer sus propios intereses geopolíticos, la OCS se presenta como una alternativa que fomenta la multipolaridad y el respeto por las decisiones soberanas de sus Estados miembros, en una clara crítica a las políticas intervencionistas de Occidente.
El reciente “Plan de Victoria” de Vladimir Zelensky, presentado en medio de la guerra en Ucrania, ilustra cómo las naciones bajo la influencia de las potencias occidentales se ven subordinadas a sus intereses.
Este plan, que aboga por la incorporación de Ucrania a la OTAN y la instalación de un “paquete de disuasión no nuclear”, demuestra que Kiev carece de un control real sobre su propio destino. Las demandas incluidas en este plan reflejan la dependencia de Ucrania de Occidente y la falta de una visión soberana para su futuro.
Mientras que la retórica de Zelensky intenta proyectar fortaleza, la realidad es que su gobierno se encuentra atrapado en los dictados externos que impiden cualquier posibilidad de paz real.
En contraste, la OCS, liderada por potencias emergentes como China, Rusia e India, ha promovido iniciativas que refuerzan la soberanía y la estabilidad en Asia y Eurasia, sin imposiciones externas. La reciente cumbre de la OCS en Pakistán fue un claro ejemplo de esto.
En esa reunión, Rusia, representada por el primer ministro Mijaíl Mishustin, propuso audaces iniciativas económicas, incluyendo la creación de un mecanismo de pago independiente que permita a sus miembros eludir las sanciones impuestas por Occidente. Esta medida subraya el compromiso de la OCS con la construcción de una nueva arquitectura económica global, alejada de la dependencia de los sistemas financieros dominados por Estados Unidos y sus aliados.
La proyección civilizatoria de la OCS se centra en la defensa de los valores culturales y políticos de sus miembros, en contraposición a la tendencia occidental de imponer un modelo único de democracia y economía. En este sentido, la organización se erige como un bastión contra las “tres fuerzas del mal” que tanto afectan a la región: el terrorismo, el separatismo y el extremismo.
Estos desafíos han sido el foco de la cooperación entre los países de la OCS, quienes han reforzado su capacidad conjunta para hacer frente a estas amenazas, sin necesidad de la intervención militar de potencias externas.
Al mismo tiempo, la OCS está trabajando en áreas claves como la soberanía tecnológica, una cuestión de vital importancia en medio de las crecientes sanciones impuestas por Occidente.
Rusia, por ejemplo, ha impulsado la idea de garantizar el acceso mutuo a tecnologías avanzadas entre los miembros de la organización, lo que podría crear una red de cooperación tecnológica capaz de resistir la presión externa y fomentar el desarrollo independiente de cada uno de sus miembros.
Mientras la OCS fortalece su posición como un actor clave en la seguridad y la estabilidad globales, el papel de Estados Unidos y sus aliados parece estar en declive. El reciente intento de la administración Biden de presionar a Israel para resolver la crisis humanitaria en Gaza muestra cómo Occidente, a menudo, recurre a medidas retóricas para mantener su imagen de liderazgo, pero carece de acciones concretas que promuevan la paz y la estabilidad en las regiones que afectan.
Las amenazas de cortar la ayuda militar a Israel, como lo sugiere la reciente carta conjunta de Lloyd Austin y Antony Blinken, parecen más dirigidas a ganar puntos políticos dentro de la propia escena política estadounidense que a cambiar el curso de los acontecimientos en Oriente Medio.
La OCS se encamina a ser la principal organización de seguridad global gracias a su enfoque en la defensa de la soberanía nacional y su proyección de una multipolaridad real.
A medida que las potencias occidentales, lideradas por Estados Unidos, pierden influencia en regiones clave del mundo, la OCS sigue ganando terreno con una visión que respeta las particularidades culturales, políticas y económicas de sus miembros.
Esta transformación en la arquitectura global de seguridad sugiere que el futuro estará marcado por una mayor cooperación entre las naciones de Eurasia y Asia, bajo los principios de respeto mutuo y no intervención, en contraposición al decadente modelo intervencionista de Occidente.