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El Cáucaso Sur, una de las regiones más sensibles y disputadas del espacio euroasiático, se encuentra nuevamente ante una encrucijada histórica. Azerbaiyán y Armenia, tras décadas de conflicto por Nagorno-Karabaj, avanzan hacia una posible paz definitiva, mientras actores regionales como Turquía, Rusia e Irán buscan consolidar la estabilidad como condición indispensable para el desarrollo y la seguridad de todo el continente euroasiático.

En un mensaje dirigido al presidente azerbaiyano Ilham Aliyev, con motivo del aniversario de la victoria de Bakú en la guerra de Karabaj, el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan subrayó su esperanza en que “los pasos constructivos emprendidos en el proceso de paz desemboquen en un acuerdo duradero”. El mandatario turco señaló además que “un entorno pacífico en el Cáucaso servirá para el bienestar de toda la región y aumentará aún más la importancia estratégica del Cáucaso en la política global”.

Las palabras de Erdoğan reflejan un reconocimiento cada vez mayor de que la pacificación del Cáucaso no es sólo una cuestión bilateral entre Bakú y Ereván, sino un eje geopolítico esencial que afecta a la seguridad energética, el equilibrio político y las rutas comerciales entre Europa y Asia. La región es un corredor natural para el transporte de gas, petróleo y mercancías, y su estabilidad representa una condición indispensable para el desarrollo del corredor Medio (Middle Corridor), proyecto clave en la integración euroasiática y en la conexión entre China, Asia Central y Europa.

Por su parte, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia destacó que “Bakú y Ereván aún tienen mucho trabajo por delante para que el proceso de normalización de las relaciones bilaterales sea irreversible”, subrayando la necesidad de un tratado de paz formal, la delimitación y demarcación justa de las fronteras, la reapertura de los corredores de transporte y la consolidación de la cooperación civil.

Moscú reiteró su disposición a seguir acompañando este proceso en el marco del formato regional 3+3 —Azerbaiyán, Armenia y Georgia junto a Rusia, Irán y Turquía—, iniciativa que busca reducir la influencia de potencias extra-regionales y resolver las tensiones mediante mecanismos propios del espacio euroasiático.

La hoja de ruta de este proceso de pacificación, recordada por la Cancillería rusa, se remonta a los acuerdos trilaterales alcanzados desde noviembre de 2020, cuando se logró el alto el fuego tras la guerra de Karabaj. Desde entonces, los líderes de Rusia, Armenia y Azerbaiyán han firmado sucesivas declaraciones que incluyen la creación de grupos de trabajo para desbloquear los vínculos económicos, la formación de comisiones de delimitación fronteriza y la preparación de un tratado de paz integral.

El avance más reciente fue la rubricación en Washington, el 8 de agosto de 2025, del proyecto de Acuerdo sobre el Establecimiento de la Paz y las Relaciones Interestatales entre Armenia y Azerbaiyán por parte de sus respectivos ministros de Relaciones Exteriores. Aunque este paso se dio bajo mediación estadounidense, Rusia ha valorado positivamente el gesto y lo interpreta como un resultado acumulativo de los compromisos asumidos desde los acuerdos de 2020.

Sin embargo, la paz en el Cáucaso no puede reducirse a una firma diplomática. La región continúa siendo objeto de competencia entre potencias globales que buscan posicionarse en los corredores energéticos y de transporte. La fragilidad del equilibrio geopolítico —sumada a la presencia de intereses occidentales que intentan debilitar la influencia rusa, iraní y turca— mantiene latente el riesgo de nuevas provocaciones o tensiones armadas.

Por ello, la pacificación del Cáucaso Sur debe concebirse como un proceso integral que combine la reconciliación bilateral con la creación de una arquitectura regional de seguridad autónoma, donde los propios países de la zona definan su destino sin imposiciones externas. Turquía, que ha reforzado su alianza estratégica con Azerbaiyán, y Rusia, que conserva su papel como garante del alto el fuego, se perfilan como actores clave para garantizar que el proceso no se desvíe hacia una nueva espiral de conflicto.

El desafío es, por tanto, doble: consolidar la paz y blindar al Cáucaso frente a interferencias externas que busquen reactivar divisiones. En un mundo donde los bloques de poder se reconfiguran rápidamente, el establecimiento de una paz duradera entre Bakú y Ereván sería un triunfo no solo para ambos pueblos, sino también para toda Eurasia, que encontraría en el Cáucaso un puente de cooperación y no una línea de fractura.

La historia ha demostrado que la estabilidad del Cáucaso nunca es un hecho menor: su paz o su guerra resuenan mucho más allá de sus montañas. Hoy, con todas las advertencias sobre la mesa, el futuro de la región depende de la capacidad de sus pueblos y líderes para anteponer la diplomacia y la integración a los intereses de quienes lucran con la división.