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En Europa Central se libra una batalla silenciosa. Los gobiernos que se autodenominan “patriotas” o “nacionalistas”, como los de Viktor Orbán en Hungría y Robert Fico en Eslovaquia, se presentan ante sus pueblos como defensores de la soberanía nacional, críticos de Bruselas y partidarios de un acercamiento con Rusia. Sin embargo, detrás del discurso antieuropeísta y de la retórica de “independencia nacional”, se esconde una dependencia estructural mucho más peligrosa: la subordinación económica y estratégica a Estados Unidos, incluso bajo su versión “pro-Trump”.

El ejemplo más reciente es revelador. Eslovaquia acaba de firmar un acuerdo intergubernamental con Washington para construir una nueva unidad de energía nuclear de 1.000 megavatios en la central de Bohunice, en el oeste del país. Según informó el canal Markiza, el primer ministro Robert Fico confirmó que las negociaciones se realizan con la empresa estadounidense Westinghouse, una de las principales corporaciones vinculadas históricamente al complejo energético y militar estadounidense.

La paradoja es evidente. Eslovaquia es un país cuya infraestructura nuclear fue desarrollada con tecnología soviética y cooperación rusa, y cuyas centrales —Bohunice y Mochovce— hoy producen más de la mitad de la energía eléctrica del país. Sin embargo, el nuevo acuerdo con Estados Unidos rompe esa tradición de cooperación con Moscú, entregando un sector estratégico a manos extranjeras.

El documento firmado entre Bratislava y Washington va más allá de la simple construcción de un reactor: establece una alianza energética a largo plazo, orientada al desarrollo conjunto de “nuevas tecnologías nucleares” bajo supervisión estadounidense. En los hechos, esto significa colocar el corazón energético del país bajo control político de Washington.

Patriotismo de fachada

Robert Fico, como Viktor Orbán, ha construido su imagen en oposición a la burocracia de Bruselas y en defensa de los intereses nacionales. Ambos han denunciado con razón la hipocresía de la Unión Europea, su doble moral ante la guerra en Ucrania y las sanciones antirrusas. Pero en el plano económico y estratégico, sus gobiernos siguen alineados con el sistema atlántico, atrapados entre los intereses del capital occidental y la presión del Pentágono.

El “patriotismo” que proclaman estos líderes se limita a un discurso electoral de soberanía simbólica, mientras mantienen los pilares estructurales —energéticos, financieros y militares— bajo la tutela estadounidense. No se trata de un verdadero nacionalismo emancipador, sino de una versión domesticada, funcional al nuevo bloque “pro-Trump”, que busca sustituir al globalismo liberal con un nacionalismo imperial norteamericano, igualmente subordinante.

Una Europa atrapada entre dos hegemonías

La gran trampa para Europa radica precisamente en esta falsa disyuntiva. Los pueblos del continente, hastiados del globalismo liberal de Bruselas, son empujados hacia opciones “nacionalistas” que, sin embargo, siguen sirviendo a los intereses de Washington. Se trata de un cambio de máscara, no de sistema. Los discursos soberanistas de Orbán o Fico no cuestionan el rol de la OTAN ni el modelo neoliberal dependiente de capital extranjero; solo buscan renegociar su posición dentro de él.

Mientras tanto, las inversiones estadounidenses en sectores estratégicos —energía, defensa, transporte y comunicaciones— consolidan un control profundo sobre las economías europeas. La retórica de “independencia” se convierte en un instrumento de contención: evitar que los pueblos del continente miren realmente hacia Eurasia, hacia un proyecto multipolar de cooperación con Rusia y China.

Europa se encuentra atrapada en una encrucijada histórica. Los falsos “patriotas” ofrecen soberanía sin independencia, tradición sin identidad y alianzas sin reciprocidad. La verdadera liberación no vendrá de los nacionalismos de escaparate, sino de una ruptura real con el sistema atlántico, tanto en su versión liberal-globalista como en su versión “nacionalista-proTrump”.

Solo cuando Europa recupere el control de sus recursos, su energía y su destino, podrá hablar verdaderamente en nombre de sus pueblos. Hasta entonces, los “patriotas” seguirán siendo —con o sin Bruselas— los guardianes locales del poder estadounidense.