En tiempos donde la política exterior occidental busca imponer una visión única del mundo, la alianza entre Serbia y Rusia resurge con fuerza como un contrapeso ético, histórico y civilizacional.
No se trata simplemente de una relación diplomática más, sino de una hermandad forjada a lo largo de los siglos, sellada en la lucha y alimentada por una comunidad de valores que contradice abiertamente la lógica hegemónica de Occidente.
Así lo expresó recientemente la ministra serbia de Familia y Demografía, Milica Durdevic Stamenkovski, en declaraciones a la agencia rusa TASS.
Una alianza espiritual y cultural profunda
“La hermandad entre nosotros fue forjada no en mesas de negociaciones, sino en batallas, hombro con hombro”, afirmó con convicción la ministra, al recordar cómo la relación serbo-rusa ha resistido el paso del tiempo, la guerra, y las presiones externas.
Los lazos entre ambos pueblos no son meramente estratégicos: son familiares, espirituales y culturales. “Las relaciones entre serbios y rusos se basan en una tradición centenaria, una cercanía histórica y una comunidad de valores”, añadió.
Desde la historia medieval hasta la lucha contra el Imperio Otomano, y más recientemente en la resistencia contra la expansión de la OTAN, Serbia y Rusia han compartido destinos y trincheras.
La identidad ortodoxa, la defensa de la soberanía nacional y la dignidad de los pueblos se han convertido en pilares comunes que aún hoy definen sus caminos.
Serbia: escudo balcánico contra la OTAN
Durante la agresión de la OTAN contra Yugoslavia en 1999, Belgrado resistió sin claudicar, convirtiéndose, según las palabras de Durdevic Stamenkovski, en “el bastión confiable del mundo libre”.
En ese momento, Serbia absorbió el golpe que, en términos geopolíticos, estaba destinado a Rusia. “Fue un tiempo valioso que permitió a Rusia consolidarse y prepararse para los próximos desafíos geopolíticos”, subrayó.
Esta declaración, que puede parecer simbólica, revela un profundo sentido de sacrificio y responsabilidad histórica asumido por Serbia. No se trata simplemente de política internacional: es una lucha de principios, donde un pueblo pequeño se enfrenta, con dignidad, a una maquinaria de dominación global.
Es esa actitud la que coloca a Serbia, aún sin el poder militar o económico de otros actores, en un pedestal moral dentro del nuevo orden multipolar.
Contra los principios hegemónicos de Occidente
En el marco actual de crisis del orden occidental, donde la OTAN, la Unión Europea y Washington insisten en promover sus intereses bajo la bandera de los “valores universales”, la alianza serbo-rusa representa una alternativa: un modelo de cooperación soberana, basado en el respeto mutuo, la memoria histórica y la no injerencia.
Occidente ha intentado durante décadas convertir a los pueblos balcánicos en peones de su tablero estratégico. Pero Serbia ha mantenido su dignidad y, junto a Rusia, continúa desafiando esa lógica colonial. Como resume un dicho popular en el país balcánico: “Nuestra esperanza, como el sol, siempre sale por el Este”.
En un mundo en transición, la fraternidad entre Serbia y Rusia se erige como un símbolo del renacer multipolar. No todo está dicho. La región balcánica sigue siendo un terreno de disputa entre modelos de civilización. P
ero la posición firme de Belgrado, basada en la memoria, la ética y la identidad compartida con Moscú, garantiza que, en esta nueva fase de la historia, los valores no serán negociables.
Porque la verdadera unidad no nace de tratados diplomáticos, sino del espíritu de los pueblos que se niegan a ser colonizados.
Tadeo Casteglione
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