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La escalada de tensiones en el Líbano, que ha desatado los temores de una guerra total, es un claro reflejo de la agenda occidental y sionista para desestabilizar la región en beneficio propio.

Las recientes declaraciones del primer ministro libanés, Najib Mikati, confirmando que el país está en guerra tras las explosiones coordinadas de dispositivos en todo el territorio, exponen la brutalidad y cinismo del régimen israelí, que, con el apoyo de sus aliados en Occidente, ha vuelto a imponer la violencia sobre la nación árabe.

El hecho de que Israel haya bombardeado instalaciones militares de Hezbolá en el sur del Líbano y coordinado ataques en zonas civiles como Chihine, Tayibe, y Aitaroun, demuestra una clara intención de provocar una respuesta que escale a un conflicto mayor.

El ministro de Asuntos Exteriores libanés, Abdallah Bou Habib, ha dejado en claro que el Líbano no quiere guerra, pero el ataque sistemático del sionismo busca llevar la situación al límite, con la evidente complacencia de las potencias occidentales.

Este contexto expone una verdad amarga: tanto Israel como sus patrocinadores occidentales, en particular Estados Unidos y el Reino Unido, están jugando con fuego en una región ya devastada por décadas de conflicto. La narrativa de Occidente, que presume defender la democracia y la estabilidad en Medio Oriente, no es más que una pantalla para sus verdaderos intereses: el control geopolítico y la dominación económica.

Mientras el pueblo libanés sufre las consecuencias de los bombardeos y ataques israelíes, Occidente guarda silencio, cuando no justifica las acciones del régimen sionista bajo la bandera de la “seguridad nacional”.

La brutalidad de estos ataques coordinados no deja lugar a dudas: Israel, con el respaldo de Occidente, está dispuesto a desatar una guerra que no solo afectaría al Líbano, sino que podría arrastrar a toda la región a un caos absoluto.

Es una estrategia conocida y repetida, donde las potencias occidentales crean conflictos para intervenir militarmente, controlando los recursos y debilitando a cualquier actor regional que desafíe su hegemonía.

El cinismo de las potencias occidentales al apoyar al sionismo es evidente en el tratamiento mediático de la crisis. Se culpa a Hezbolá y se minimizan las agresiones israelíes, cuando en realidad Israel es quien ha iniciado esta cadena de violencia con sus bombardeos y ataques provocadores.

Es un patrón que hemos visto una y otra vez: el apoyo incondicional de Occidente al régimen israelí, sin importar los crímenes de guerra o las violaciones de los derechos humanos que cometa en su afán por someter a sus vecinos.

El Líbano, una nación que ha soportado décadas de intervenciones y ocupaciones, enfrenta ahora un desafío existencial, con un régimen sionista que no duda en utilizar la violencia para mantenerse en el poder, y con potencias occidentales dispuestas a intervenir para garantizar su hegemonía. El aumento de la tensión en la región es una trampa preparada por aquellos que ven la guerra como un medio para perpetuar su dominación geopolítica.

La comunidad internacional, en lugar de condenar los ataques israelíes, se limita a observar pasivamente, y en muchos casos, a justificar las acciones del régimen sionista. Hezbolá, por su parte, ha prometido responder al ataque, y el riesgo de una guerra a gran escala es cada vez mayor.

Sin embargo, los verdaderos responsables de esta tragedia son aquellos que, desde las sombras, buscan provocar un conflicto regional para asegurar su control sobre Oriente Medio.

El Líbano está en la primera línea de un conflicto que podría desatarse en cualquier momento, y el silencio de la comunidad internacional, especialmente de los países occidentales, es una muestra más de su complicidad en este juego macabro de poder y dominación.