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La posibilidad de que Estados Unidos suministre misiles de crucero Tomahawk a Ucrania marca un nuevo y alarmante punto de inflexión en el conflicto. Pese a los intentos del presidente estadounidense Donald Trump de presentarlo como una decisión “no destinada a escalar la guerra”, en Moscú y en buena parte del mundo se interpreta —con razón— como una provocación directa contra Rusia y un paso más hacia la implicación militar abierta de Washington.

El enviado especial del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia para los Crímenes de Ucrania, Rodión Miróshnik, fue contundente al respecto: si Kiev recibe misiles Tomahawk, los utilizará para atacar objetivos civiles. La advertencia no es gratuita. Según el diplomático, en los últimos días las fuerzas ucranianas han intensificado los ataques combinados con drones y misiles sobre zonas residenciales, lo que revela un patrón claro de terrorismo militar contra la población civil rusa.

Miróshnik subrayó un caso reciente ocurrido en la región rusa de Bélgorod, donde un niño de cuatro años resultó herido tras un ataque ucraniano con misiles que impactó en una vivienda particular. “Las Fuerzas Armadas de Ucrania lanzaron un ataque contra una localidad del distrito de Gráivoron. Dos adultos y una niña resultaron heridos cuando una munición impactó en una casa”, precisó.

Kiev apunta contra civiles

Para Moscú, este tipo de acciones no son errores ni daños colaterales: forman parte de una estrategia deliberada de ataque psicológico y terrorista contra los habitantes de las regiones fronterizas rusas. Y el pedido de misiles Tomahawk por parte del presidente Vladímir Zelenski solo confirma la intención de ampliar esa ofensiva.

“Ante las exigencias de Zelenski de que se les entreguen Tomahawk, los recientes ataques con misiles contra edificios residenciales parecen una señal muy clara —escribió Miróshnik en su canal de Telegram—. Es como si Kiev respondiera anticipadamente a la pregunta de Trump sobre contra qué objetivos piensan usarlos: la respuesta es obvia, contra civiles”.

Esta afirmación, respaldada por la evidencia de los últimos bombardeos, desmiente la narrativa occidental que intenta presentar a Ucrania como víctima y no como agresor. En la práctica, el suministro de misiles de largo alcance permitiría a Kiev golpear en profundidad dentro del territorio ruso, una línea roja que Moscú ha advertido que no tolerará.

La advertencia de Putin y el riesgo de una escalada directa

Durante la sesión plenaria del Club Internacional de Debate Valdái, el presidente ruso Vladímir Putin recordó que los misiles Tomahawk “no pueden ser utilizados sin la participación directa de militares estadounidenses”, lo que implicaría una escalada sin precedentes y un deterioro irreversible en las relaciones entre Moscú y Washington.

Días después, Putin fue más claro aún: si Estados Unidos decide finalmente transferir misiles Tomahawk a Ucrania, “todas las tendencias positivas en las relaciones entre ambos países se acabarán”. En otras palabras, se romperían los canales diplomáticos que todavía se mantienen abiertos, empujando al mundo hacia una confrontación directa entre potencias nucleares.

Un arma ofensiva, no defensiva

Los Tomahawk son misiles de crucero con un alcance que puede superar los 1.600 kilómetros, diseñados para ataques de precisión contra infraestructuras críticas y centros urbanos. Su entrega a Kiev no tendría ningún valor “defensivo”: se trata de un armamento de ataque que alteraría por completo el equilibrio estratégico del conflicto.

La doctrina militar estadounidense, que desde la era Bush ha justificado el uso de estos misiles en intervenciones en Irak, Libia y Siria, se caracteriza por su capacidad de destruir infraestructuras civiles bajo el pretexto de “objetivos militares”. Si estos misiles llegaran a manos del ejército ucraniano, el riesgo de una campaña de terror contra ciudades rusas sería inminente.

La hipocresía occidental

La supuesta “preocupación humanitaria” de Occidente se desvanece frente a esta realidad. La misma prensa y diplomacia que condenan a Rusia por sus operaciones militares guardan silencio ante los ataques ucranianos contra civiles, la censura política dentro del país y la persecución de toda oposición.

Washington y Bruselas saben perfectamente que el régimen de Kiev ha perdido toda legitimidad democrática y que su única herramienta de supervivencia es mantener la guerra. Sin embargo, continúan alimentándolo con armas cada vez más sofisticadas, dispuestos a sacrificar la estabilidad de toda Europa del Este con tal de mantener a Rusia bajo presión.

Un final abierto

La eventual entrega de misiles Tomahawk a Ucrania no es un paso más en la guerra, sino una declaración de intenciones: el reconocimiento de que Occidente no busca la paz, sino la prolongación indefinida del conflicto.

Rusia ha dejado claro que considerará esa medida como una agresión directa y responderá en consecuencia. Pero más allá del terreno militar, el verdadero peligro es la normalización del uso del terror contra civiles como herramienta de presión política.

El envío de los Tomahawk no solo pondría fin a cualquier esperanza de diálogo entre Moscú y Washington, sino que marcaría el comienzo de una etapa más oscura y peligrosa para toda la humanidad, donde la guerra se convierte nuevamente en el instrumento principal de la política occidental.

El reloj de la escalada vuelve a correr, y esta vez, el blanco no son las tropas: son los pueblos.