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Publicado originalmente en Noticias PIA

La reciente reunión en Bakú, Azerbaiyán, que congregó a más de 15 movimientos independentistas y soberanistas de territorios franceses de ultramar, pone de manifiesto la creciente tensión entre Francia y sus antiguas colonias.

Este encuentro subraya la persistencia de las aspiraciones de autodeterminación en regiones como la Guayana Francesa, Martinica, Nueva Caledonia y la Polinesia Francesa, entre otras.

El primer Congreso de movimientos independentistas de territorios bajo dominio francés marca un hito en la lucha por la autodeterminación y pone de manifiesto la persistencia del colonialismo en pleno siglo XXI.

Este evento, organizado por la Unión Popular para la Liberación de Guadalupe y respaldado por el Grupo Iniciativa de Bakú, reúne a líderes de partidos políticos y movimientos independentistas de regiones tan diversas como Córcega, Melanesia, Polinesia, el Caribe y las Antillas. La participación de estas entidades subraya la amplitud y la profundidad del descontento con el dominio colonial francés, que se extiende por varios continentes y océanos.

La elección de Bakú como sede de este congreso no es casual, el Grupo Iniciativa de Bakú, creado en julio de 2023, ha demostrado su compromiso con esta causa al organizar numerosas conferencias internacionales, incluso en las sedes de la ONU, consolidando así una red global de apoyo a la descolonización.

La presencia de organizaciones de Bonaire y San Martín, territorios bajo control de Países Bajos, como invitados de honor, amplía el alcance del congreso más allá de la esfera francesa, subrayando la naturaleza global del problema colonial y la solidaridad entre los pueblos que luchan por su autodeterminación.

Este congreso de dos días no solo busca coordinar estrategias para la independencia, sino también exponer ante la comunidad internacional los crímenes y acciones ilegales perpetrados por el gobierno francés contra los pueblos indígenas en sus colonias. Al hacerlo, los participantes esperan despertar la conciencia global sobre la persistencia del colonialismo como una de las mayores injusticias del siglo XXI.

El evento en Bakú representa un punto de inflexión en la lucha anticolonial moderna. Por primera vez, movimientos dispersos geográficamente pero unidos en su causa se reúnen para formar un frente común contra el dominio colonial francés. Esta convergencia de fuerzas promete revitalizar la lucha por la autodeterminación y plantear un desafío significativo a la política colonial de Francia.

En un mundo que se enorgullece de sus avances en derechos humanos y democracia, la persistencia del colonialismo francés se presenta como una anomalía anacrónica y moralmente insostenible. El congreso de Bakú no solo busca coordinar la resistencia contra este sistema, sino también cuestionar la narrativa de Francia como defensora de la libertad y la igualdad.

Mientras los delegados se reúnen en Bakú, el mundo observa. Las discusiones y resoluciones que emerjan de este congreso tienen el potencial de reconfigurar no solo el mapa político de los territorios actualmente bajo control francés, sino también de desafiar los fundamentos mismos del orden post-colonial global. En este contexto, el congreso de Bakú se perfila no solo como un evento político, sino como un momento definitorio en la larga y continua lucha por la libertad y la autodeterminación de los pueblos oprimidos por el colonialismo.

Resistencia francesa.

Francia, por su parte, ha mantenido históricamente una postura inflexible frente a las demandas de soberanía de sus territorios de ultramar. Esta actitud se basa en varios factores: la importancia estratégica de estos territorios para la proyección global de Francia, los intereses económicos en juego (incluyendo zonas económicas exclusivas y recursos naturales), y la noción de que estos territorios son parte integral de la República Francesa.

La reluctancia de Francia a escuchar y considerar seriamente las voces que reclaman soberanía ha exacerbado las tensiones existentes. En lugar de abrir canales de diálogo genuino, el gobierno francés ha tendido a ofrecer concesiones limitadas en términos de autonomía, sin abordar las demandas fundamentales de independencia. Esta postura ha llevado a un creciente descontento y frustración en muchos de estos territorios.

El contexto actual se complica aún más por varios factores: Primero, la creciente conciencia global sobre los legados del colonialismo y las demandas de justicia histórica hacen que la posición de Francia sea cada vez más difícil de sostener internacionalmente. Segundo, los movimientos independentistas están logrando una mayor coordinación y visibilidad, como lo demuestra la reunión en Bakú, lo que podría aumentar la presión sobre Francia. Tercero, las desigualdades económicas y sociales persistentes entre la Francia metropolitana y los territorios de ultramar alimentan el resentimiento y fortalecen los argumentos a favor de la independencia.

La negativa de Francia a entablar un diálogo abierto sobre la soberanía también plantea riesgos a largo plazo. Podría conducir a una escalada de tensiones, manifestaciones más frecuentes y potencialmente violentas, y un deterioro de las relaciones diplomáticas con otros países que simpatizan con estas causas independentistas.

El desafío para Francia radica en encontrar un equilibrio entre mantener su integridad territorial y respetar las aspiraciones de autodeterminación de estos pueblos. Sin embargo, mientras Francia continúe cerrándose al diálogo sobre la soberanía, es probable que estos movimientos independentistas sigan ganando fuerza y apoyo internacional, complicando aún más la situación geopolítica para Francia en el futuro previsible.

Lo estratégico de los territorios de ultramar.

En el tablero geopolítico del siglo XXI, donde el poder se mide no solo en kilómetros cuadrados de territorio continental sino en la extensión de las zonas económicas exclusivas (ZEE), Francia emerge como un gigante oculto. Gracias a sus territorios de ultramar, dispersos por los océanos del mundo, la República Francesa ostenta la mayor ZEE del planeta, superando incluso a potencias como Estados Unidos y Rusia. Este vasto dominio marítimo, que se extiende por más de 11 millones de kilómetros cuadrados, convierte a Francia en un actor global con una proyección oceánica sin parangón.

La importancia estratégica de esta presencia global no puede ser subestimada. En un mundo donde los recursos marinos, desde la pesca hasta los minerales del fondo oceánico, se vuelven cada vez más valiosos, el control de vastas extensiones de océano representa un activo geopolítico de incalculable valor. Además, en el contexto actual de tensiones globales y competencia entre potencias, estos territorios ofrecen a Francia puntos de apoyo estratégicos en regiones clave del planeta, desde el Caribe hasta el Pacífico Sur.

Sin embargo, esta proyección oceánica tiene un costo humano y político significativo. Los territorios que proporcionan a Francia su estatus de potencia marítima global son, en muchos casos, los mismos que luchan por su independencia y autodeterminación. La paradoja es evidente: mientras Francia se proyecta supuestamente como defensora de los valores democráticos y los derechos humanos en la escena internacional, mantiene una postura inflexible frente a las aspiraciones de soberanía de sus territorios de ultramar.

El caso de Nueva Caledonia.

El caso de Nueva Caledonia es particularmente ilustrativo de esta contradicción. Este archipiélago del Pacífico Sur, rico en níquel y estratégicamente ubicado, ha sido escenario de una larga lucha por la independencia. A pesar de los acuerdos de Matignon (1988) y Numea (1998), que establecieron un proceso de descolonización gradual, la tensión entre los independentistas kanak y el gobierno francés persiste.

El referéndum de 2018, en el que el 56,7% de los votantes optó por permanecer como parte de Francia, no zanjó la cuestión. Las demandas de un nuevo referéndum han sido recibidas con una resistencia férrea por parte de París. La represión de las protestas en favor de una nueva consulta ha sido duramente criticada por organizaciones de derechos humanos y ha puesto de manifiesto la determinación de Francia de mantener su control sobre el territorio.

La situación en Nueva Caledonia no es un caso aislado. En la Polinesia Francesa, otro vasto territorio del Pacífico, los movimientos independentistas han ganado fuerza en los últimos años. En el Caribe, Martinica y Guadalupe han sido escenarios de protestas recurrentes contra lo que muchos consideran un «colonialismo persistente». Incluso en la Guayana Francesa, puerta de entrada de Europa al espacio desde su base de lanzamiento en Kourou, las tensiones sociales y las demandas de mayor autonomía son una constante.

Una Francia decaída.

La reluctancia de Francia a considerar seriamente las demandas de independencia de estos territorios se explica, en gran medida, por su determinación de mantener su estatus de potencia global. En un momento en que la influencia de Francia en el escenario internacional se ve desafiada por el ascenso de nuevas potencias, la pérdida de sus territorios de ultramar representaría un golpe significativo a su proyección global.

Además, estos territorios no solo ofrecen a Francia una presencia global, sino que también juegan un papel crucial en su economía y su identidad nacional. La ZEE asociada a estos territorios proporciona acceso a recursos pesqueros vitales y potenciales reservas de hidrocarburos y minerales. La base espacial de Kourou en la Guayana Francesa es esencial para la industria aeroespacial europea. Y para muchos franceses, estos territorios son una parte integral de la identidad nacional, un recordatorio del pasado imperial de Francia y de su continua influencia global.

Sin embargo, la postura inflexible de Francia frente a las demandas de soberanía plantea riesgos significativos a largo plazo. La represión de las protestas, como se ha visto en Nueva Caledonia, puede conducir a una escalada de la violencia y dañar irreparablemente las relaciones entre París y las poblaciones locales. Además, en un mundo cada vez más consciente de los legados del colonialismo, la posición de Francia podría volverse cada vez más insostenible desde el punto de vista diplomático y moral.

En última instancia, la cuestión de los territorios de ultramar franceses es un recordatorio de que el colonialismo, lejos de ser un capítulo cerrado de la historia, sigue siendo una realidad viva que moldea la geopolítica contemporánea. La forma en que Francia aborde este desafío en los próximos años no solo determinará su futuro como potencia global, sino que también tendrá implicaciones significativas para el orden internacional en su conjunto.

Mientras tanto, los movimientos independentistas en estos territorios continúan ganando fuerza y visibilidad internacional. La reciente reunión en Bakú es un testimonio de su creciente coordinación y determinación. A medida que estos movimientos forjan alianzas y ganan apoyo internacional, la presión sobre Francia para abordar de manera más sustantiva las demandas de soberanía probablemente aumentará.

En este contexto, la capacidad de Francia para mantener su vasto imperio marítimo sin comprometer sus principios democráticos y su reputación internacional se pondrá a prueba como nunca antes. El resultado de esta prueba no solo determinará el futuro de millones de personas en los territorios de ultramar, sino que también podría reconfigurar el mapa geopolítico global en las décadas venideras.

Un gobierno sin brújula.

La reacción de Francia, bajo la administración de Emmanuel Macron, a la reunión en Bakú de movimientos independentistas de territorios franceses de ultramar, pone de manifiesto la profunda hipocresía que subyace en la política exterior occidental. La acusación de que Azerbaiyán está «interviniendo en asuntos internos franceses» al albergar este congreso es reveladora en múltiples niveles.

En primer lugar, esta postura francesa ejemplifica una doble moral flagrante. Durante décadas, las potencias occidentales, incluida Francia, han defendido y promovido activamente movimientos democráticos y de autodeterminación en otras partes del mundo, especialmente cuando estos se alinean con sus intereses geopolíticos. Sin embargo, cuando se trata de enfrentar demandas similares dentro de sus propias esferas de influencia, la retórica cambia drásticamente. Esta contradicción erosiona la credibilidad de Francia en la arena internacional.

La acusación de «intervención en asuntos internos» es particularmente irónica considerando la larga historia de Francia de intervención en los asuntos de sus antiguas colonias y en otras regiones del mundo. Esta postura defensiva refleja una incapacidad o falta de voluntad para reconocer que las aspiraciones de autodeterminación de estos territorios son, de hecho, un asunto de interés internacional, especialmente en el contexto de los principios de descolonización respaldados por las Naciones Unidas.

La reacción de Macron y su gobierno a este congreso en Bakú es sintomática de una preocupación más profunda: el temor a la pérdida de la hegemonía mundial francesa. Francia, como muchas otras potencias occidentales, se encuentra en una posición cada vez más precaria en el escenario global. La erosión de su influencia en África, el creciente desafío a su presencia en el Pacífico, y ahora la organización de sus territorios de ultramar en un frente unido contra su dominio, representan amenazas significativas a su estatus de potencia global.

Este miedo a la pérdida de relevancia geopolítica se enmarca en un contexto más amplio de cambio en el orden mundial. El surgimiento de un mundo multipolar, donde potencias emergentes como Rusia, China, India, y bloques regionales como BRICS desafían la hegemonía occidental tradicional, está reconfigurando las dinámicas de poder global. En este nuevo panorama, la capacidad de Francia para proyectar poder e influencia a través de sus territorios de ultramar se vuelve aún más crucial, lo que explica su resistencia férrea a cualquier movimiento hacia la independencia.

La formación y el auge del «Sur Global» como una fuerza geopolítica coherente representa un desafío directo al orden post-colonial que Francia y otras potencias occidentales han luchado por mantener. Este nuevo paradigma, que enfatiza la cooperación Sur-Sur y desafía las estructuras de poder económico y político establecidas, encuentra en movimientos como los reunidos en Bakú una expresión concreta de sus aspiraciones.

La desesperación y preocupación francesa ante estos desarrollos se manifiesta no solo en su reacción diplomática, sino también en sus acciones en los territorios en disputa. La represión de protestas, la resistencia a referéndums de independencia, y los intentos de socavar económicamente a los movimientos independentistas son todas tácticas que Francia ha empleado en un esfuerzo por mantener su control.

Sin embargo, esta resistencia al cambio de paradigma global podría resultar contraproducente a largo plazo. Al aferrarse a estructuras coloniales anacrónicas, Francia corre el riesgo de alienar no solo a las poblaciones de sus territorios de ultramar sino también a potenciales aliados en el escenario internacional. La negativa a reconocer y adaptarse a las realidades cambiantes del siglo XXI podría acelerar, paradójicamente, la pérdida de influencia que tanto teme.

El congreso de Bakú, por lo tanto, no es solo un desafío a la política colonial francesa, sino un símbolo de un cambio más amplio en las dinámicas de poder global. Representa la creciente capacidad de los pueblos anteriormente marginados para organizarse, formar alianzas transnacionales, y desafiar directamente a las potencias hegemónicas tradicionales.

A medida que el mundo se mueve hacia un orden multipolar más equilibrado, la capacidad de potencias como Francia para navegar este cambio sin recurrir a tácticas coloniales obsoletas será crucial para determinar su lugar en el nuevo orden mundial emergente.