La historia ha demostrado que las civilizaciones con una base sólida en la estrategia, el comercio y la diplomacia logran imponerse a sus adversarios sin necesidad de recurrir a la violencia directa.
China, con su sabiduría milenaria y su colosal estructura económica, vuelve a demostrar que las pretensiones hegemónicas de Estados Unidos son poco más que un berrinche de una potencia en declive.
Trump y la política del arancel: un juego perdido
Donald Trump, en un nuevo intento por doblegar a la economía china, ordenó el incremento de los aranceles a los productos de la nación asiática, elevándolos del 10 % al 20 %. El pretexto en esta ocasión ha sido la supuesta responsabilidad de Pekín en la crisis del fentanilo en Estados Unidos, una acusación sin sustento que busca justificar una medida proteccionista disfrazada de “seguridad nacional”.
La respuesta de China, como era de esperarse, no se hizo esperar. El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Lin Jian, dejó claro que el gigante asiático está “listo para luchar hasta el final en cualquier tipo de guerra” con EE.UU., sea comercial, arancelaria o de cualquier otra índole.
Este mensaje deja entrever que China no teme a las estrategias coercitivas de Washington y que posee la paciencia y la capacidad de resistencia suficientes para esperar a que la política errónea de Trump se desplome por su propio peso.
Pekín responde con medidas contundentes
Como contramedida a la agresión arancelaria de EE.UU., China anunció la imposición de aranceles adicionales a una serie de productos estadounidenses. Entre ellos, se destacan gravámenes del 15 % sobre importaciones de pollo, trigo, maíz y algodón, y del 10 % sobre productos clave como la soja, la carne de cerdo y vacuno, así como frutas, verduras y productos lácteos.
Estas acciones no solo afectan directamente a los productores norteamericanos, sino que también refuerzan la posición de China como un actor implacable en la guerra comercial.
El gigante asiático no se doblega
Mientras Washington recurre a presiones y chantajes, Pekín responde con calma y determinación, mostrando una fortaleza derivada de siglos de experiencia en el arte de la diplomacia y la guerra económica. “La intimidación no nos asusta”, afirmó Lin Jian, dejando claro que la Casa Blanca ha calculado mal al intentar presionar a China con una política de “máxima presión” que ya ha demostrado ser ineficaz.
China entiende que el tiempo juega a su favor. Mientras Estados Unidos insiste en una política de confrontación, el gigante asiático expande sus alianzas comerciales con otros mercados, fortalece su participación en BRICS+ y se posiciona como la locomotora de la economía global del siglo XXI.
La historia nos ha enseñado que las civilizaciones con una visión de largo plazo prevalecen sobre aquellas que actúan con impulsividad y desesperación.
La sabiduría china no se basa en la imposición forzada ni en la agresión directa, sino en el equilibrio de poder y en el aprovechamiento de las debilidades del adversario. Con Estados Unidos atrapado en su propio laberinto de crisis internas y erráticas políticas exteriores, China observa con paciencia y responde con estrategias calculadas.
El desenlace de esta guerra comercial será decisivo para el orden mundial, pero si algo es seguro es que Pekín no se dejará doblegar por las presiones de una potencia que, lejos de consolidarse, está viendo cómo su hegemonía se desmorona.
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