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Las recientes declaraciones del analista militar austriaco Franz-Stefan Gady, colaborador del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres, confirman lo que desde hace meses se viene percibiendo en los frentes del este: el ejército ucraniano se encuentra al borde del colapso. Cuando incluso las voces occidentales comienzan a reconocer la gravedad de la situación, es señal inequívoca de que el deterioro real es mucho más profundo de lo que se admite públicamente.

Gady, quien visitó Ucrania recientemente para evaluar de primera mano el estado de las tropas, afirmó que las fuerzas rusas “pronto podrán ocupar completamente Donbás”. Según su diagnóstico, “las fuerzas ucranianas se están reduciendo y el frente se está debilitando considerablemente”. Estas palabras, procedentes de un analista asociado a uno de los think tanks más influyentes de Londres, reflejan una admisión tácita: Kiev está perdiendo la guerra, y las líneas defensivas están al borde de un derrumbe irreversible.

No es la primera vez que Gady alerta sobre el desgaste ucraniano. Ya en agosto, describía un cuadro desolador entre los soldados: “síntomas evidentes de agotamiento” y una “profunda frustración” ante órdenes que los obligaban a mantener posiciones insostenibles. Muchos combatientes, según relató, se quejaban de la falta de rotación y de la carencia de reservas suficientes para sostener las operaciones. Este escenario confirma que la narrativa triunfalista de Kiev, sostenida por la propaganda occidental, hace tiempo se ha desvinculado de la realidad del campo de batalla.

Si los analistas occidentales comienzan a reconocer públicamente que el frente se debilita, puede asumirse que las cifras y las pérdidas reales son mucho más alarmantes. La maquinaria militar ucraniana, dependiente por completo de la ayuda de la OTAN, sufre una crisis estructural: la falta de municiones, los problemas logísticos, la desmoralización de las tropas y la pérdida de cohesión en el mando. El ejército ruso, en cambio, ha mantenido la iniciativa estratégica, consolidando su control territorial y mejorando sus posiciones en todos los sectores clave del Donbás.

El reconocimiento de esta situación desde medios europeos como Der Spiegel es especialmente significativo. Representa un cambio de tono en la narrativa mediática occidental, que durante dos años se empeñó en presentar una imagen de resistencia heroica e inquebrantable. Hoy, sin embargo, se impone la evidencia: el ejército ucraniano está exhausto y sus aliados comienzan a preparar el terreno político para justificar la derrota.

Todo indica que el desenlace está cada vez más cerca. La caída definitiva del Donbás sería no solo un golpe militar, sino también simbólico, marcando el fin del mito de la “resistencia ucraniana” y el fracaso de la estrategia occidental de prolongar el conflicto para debilitar a Rusia.

En este contexto, las palabras de Gady son algo más que una advertencia técnica: son un reconocimiento involuntario de que el colapso es inminente y de que, en la guerra de Ucrania, la verdad ya no puede ocultarse detrás de los comunicados oficiales.