En una escalada sin precedentes, el régimen del primer ministro indio Narendra Modi ha emprendido un camino temerario que amenaza con llevar al sur de Asia hacia un punto de no retorno.
La reciente orden del ministro del Interior, Amit Shah, de expulsar a todos los ciudadanos pakistaníes del país en un plazo perentorio es una señal inequívoca de la deriva extremista del gobierno hindutva.
No se trata de una simple decisión migratoria: es un acto deliberado de hostilidad institucional contra un país vecino con el que India ya comparte una historia plagada de tensiones, guerras y nacionalismos exacerbados.
Esta medida representa un salto cualitativo en la retórica belicista del BJP y un claro retroceso en cualquier posibilidad de diálogo regional.
La gravedad de la situación no puede subestimarse. Según reporta la agencia ANI, el ministro Amit Shah ha instruido a todas las autoridades territoriales de India a registrar y expulsar a todos los ciudadanos pakistaníes presentes en suelo indio, subrayando que “no debe quedar ni uno solo” una vez cumplido el plazo.
Esta orden fue acompañada por la suspensión inmediata de la emisión de visas a pakistaníes y la cancelación de las ya emitidas desde el 27 de abril. En términos prácticos, esto constituye una purga étnico-diplomática que rompe con todos los estándares internacionales del respeto consular, los derechos humanos y la estabilidad regional.
La justificación oficial para este viraje xenófobo es un ataque armado en la ciudad turística de Pahalgam, en el territorio ocupado de Jammu y Cachemira, ocurrido el 22 de abril y que dejó 25 indios muertos. Si bien los autores del ataque no han sido identificados ni capturados, el gobierno de Modi ha optado por castigar colectivamente a todos los ciudadanos pakistaníes, en una reacción cargada de odio nacionalista más que de racionalidad.
Un nacionalismo fuera de control
Esta política de expulsiones masivas debe leerse dentro de un marco más amplio: la consolidación del autoritarismo hindú, la persecución sistemática de las minorías religiosas (particularmente musulmanes) y la utilización del conflicto con Pakistán como catalizador del fervor patriótico interno.
Bajo el mandato de Modi, India ha dejado atrás su imagen de potencia democrática emergente para abrazar sin tapujos la lógica de la supremacía cultural hindú, expresada en acciones como la revocación del estatus especial de Cachemira, los pogromos contra musulmanes, la censura informativa y la criminalización de cualquier disidencia.
Pero ahora el régimen ha ido aún más lejos: convertir a todos los pakistaníes, incluso turistas, estudiantes o profesionales en situación legal, en enemigos internos. La narrativa de que cada ciudadano pakistaní es un potencial terrorista refuerza el odio étnico y allana el camino para acciones más agresivas, tanto dentro como fuera del país.
El riesgo de una confrontación total
Pakistán, pese a sus problemas internos, no puede quedar impasible ante una provocación de tal magnitud. La región ya ha vivido episodios críticos como el de Balakot en 2019, cuando ambos países se acercaron peligrosamente a una guerra abierta. Pero a diferencia de aquel episodio, ahora India tiene una postura abiertamente revanchista y un aparato mediático dispuesto a justificar cualquier atropello en nombre de la “seguridad nacional”.
Este nuevo escenario abre una caja de Pandora con consecuencias impredecibles. La militarización de la política exterior india, el uso de Pakistán como chivo expiatorio y la eliminación del diálogo como opción, pueden desembocar en una guerra caliente entre dos potencias nucleares, con consecuencias desastrosas para toda Asia y más allá.
¿Hacia una ruptura total?
La decisión del régimen de Modi no solo deteriora las ya frágiles relaciones bilaterales con Pakistán, sino que aísla aún más a India en el escenario internacional. Países como China, Irán y Rusia, que mantienen relaciones con ambos países, observan con creciente preocupación esta actitud unilateral e incendiaria. Mientras tanto, las organizaciones multilaterales que alguna vez cortejaron a India como pilar del sur global, comienzan a cuestionar su supuesta vocación democrática.
La locura desatada por el régimen de Modi parece no tener límites. Convertir a Pakistán en el enemigo absoluto, purgar a sus ciudadanos del territorio indio y radicalizar el discurso nacionalista solo contribuye a encaminar al subcontinente hacia un abismo.
Si no se produce un golpe de timón político y diplomático, Asia meridional puede transformarse en el nuevo epicentro del conflicto global. El mundo debe prestar atención y actuar antes de que sea demasiado tarde.
Comments by Tadeo Casteglione