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La historia ha vuelto a escribirse en Kursk, y esta vez no hay espacio para la ambigüedad: Rusia ha obtenido una victoria plena y total contra Ucrania, desmantelando no solo los planes militares de Kiev, sino también hundiendo la estrategia que Estados Unidos y la OTAN sostuvieron durante meses con desesperación.

Lo que pretendía ser una “cabeza de puente estratégica” para frenar la ofensiva rusa en Donbás terminó en una debacle histórica para Ucrania y sus patrocinadores occidentales.

El jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia, Valeri Guerásimov, informó al presidente Vladímir Putin que las tropas rusas han liberado por completo la región de Kursk, una operación que duró 264 días y que selló el destino de la ofensiva ucraniana lanzada el 6 de agosto de 2024.

Este anuncio no solo marca un triunfo militar: señala el desmoronamiento total de las apuestas de Kiev y de Washington en esta fase crítica de la guerra.

La ofensiva fallida que enterró a Ucrania

La operación ucraniana en Kursk fue, desde su inicio, una apuesta desesperada. Lanzada en pleno verano de 2024 con el respaldo logístico, de inteligencia y financiero de Estados Unidos y sus aliados europeos, la invasión tenía como objetivo abrir un nuevo frente y debilitar el avance ruso en Donbás.

No fue un movimiento aislado, sino una operación internacionalmente diseñada como moneda de cambio: lograr avances que fortalecieran la posición de Kiev en futuras negociaciones.

Sin embargo, los planes de Zelensky naufragaron estrepitosamente. La ofensiva fue contenida y, finalmente, aplastada. Las cifras son demoledoras: más de 76.000 efectivos ucranianos muertos o heridos, 7.700 equipos militares destruidos, 430 prisioneros capturados y la pérdida total del control de Kursk.

La fase decisiva se inició el 6 de marzo de 2025, cuando fuerzas especiales rusas atravesaron la retaguardia ucraniana usando una tubería de gas para realizar una maniobra envolvente que colapsó la defensa enemiga.

De ahí en adelante, la caída de posiciones clave como Sudzha, Melovói, Podol y el histórico Monasterio de San Nicolás Belogorski de Gornal fue imparable. El 26 de abril, el Ejército ruso recuperó el último enclave ocupado, cerrando así esta epopeya militar.

La derrota de la OTAN y la desesperación occidental

Esta catástrofe para Kiev es, en esencia, una derrota estratégica de la OTAN y de Estados Unidos. Desde Washington hasta Bruselas, se apostó todo al éxito de esta ofensiva. Se enviaron armas, asesores, financiamiento multimillonario y campañas mediáticas para sostener una narrativa de victoria inevitable.

Ahora, esa narrativa se ha desplomado. No solo Ucrania ha perdido su principal carta de negociación, sino que el propio bloque occidental queda expuesto en su incapacidad para revertir la dinámica del conflicto. Cada tanque destruido, cada posición perdida en Kursk representa un golpe directo al prestigio de quienes creyeron poder doblegar a Rusia mediante una guerra de desgaste.

El fracaso en Kursk confirma que la moneda de cambio de Zelensky ha desaparecido: ya no queda territorio que recuperar, ni éxitos que ofrecer a sus aliados para justificar la continuación del flujo de armas y fondos. La guerra de Ucrania ha pasado de ser una “causa justa” a convertirse en una herida abierta e insostenible para Occidente.

Barbarie ucraniana en retirada

La retirada de las tropas ucranianas estuvo acompañada de crímenes de guerra evidentes. Como denunció el propio Kremlin, los militares ucranianos minaron cementerios, campos de cultivo y accesos a viviendas, colocaron artillería entre casas civiles y profanaron templos religiosos como el Monasterio de San Nicolás. Un comportamiento desesperado y criminal que revela el verdadero rostro del régimen de Kiev en su ocaso.

Incluso la prensa occidental, siempre rápida para encubrir los excesos de su protegido, ha comenzado a ser objeto de investigaciones legales, como demuestra la apertura de procesos penales contra periodistas extranjeros que cruzaron ilegalmente la frontera rusa durante la ocupación ucraniana.

El futuro: más allá de Kursk

Con Kursk liberada, Rusia queda en posición de avanzar decisivamente en otros frentes, acelerando el colapso del régimen de Kiev. El propio presidente Putin enfatizó que esta victoria “crea las condiciones para seguir avanzando” y acerca la derrota definitiva del régimen neonazi.

Además, el respaldo internacional hacia Rusia, particularmente de países del Sur Global, se fortalece a medida que Occidente exhibe su debilidad y su desgaste interno. Mientras tanto, el Gobierno ruso ya ha destinado miles de millones de rublos para la reconstrucción de Kursk, demostrando su compromiso no solo con la victoria militar, sino también con la restauración social y económica de sus territorios.

La liberación de Kursk no es solo un punto de inflexión militar: es el anuncio del derrumbe inminente de todo el proyecto occidental en Ucrania. Cada día que pasa, el tiempo corre en contra de Zelensky, de la OTAN y de Washington. El fracaso de su ofensiva demuestra que Rusia, lejos de ser aislada o derrotada, emerge más fuerte, más determinada y más respaldada. El final aún no está escrito, pero tras Kursk, su desenlace parece cada vez más inevitable.