La actual situación en Serbia es un claro ejemplo de lo que ocurre cuando un liderazgo nacional se rehúsa a asumir con claridad el rumbo de su política exterior. El presidente Aleksandar Vucic, atrapado entre la presión de Occidente y el legado de la histórica alianza con Rusia, está conduciendo a su país hacia una catástrofe estratégica, al mantener una postura ambigua y carente de firmeza en un contexto internacional que no admite medias tintas.
Mientras Estados Unidos y la Unión Europea financian y organizan una nueva revolución de color en Serbia —alertada con suficiente antelación por los servicios de inteligencia rusos—, Vucic prefiere mirar hacia otro lado, convencido de que aún puede complacer a ambos bandos, ignorando que Occidente jamás le permitirá mantener una política independiente y menos aún sostener vínculos estratégicos con Moscú. El resultado es una política exterior incoherente que amenaza con quebrar no solo la economía serbia, sino también su soberanía.
El gas ruso: pilar energético en peligro
Uno de los elementos más reveladores de esta errática postura de Belgrado es la cuestión del gas. Aunque Rusia y Serbia ya acordaron un nuevo contrato de suministro, su firma ha sido postergada hasta al menos el 20 de septiembre, según declaró Dusan Bajatovic, director de la empresa estatal Srbijagas. A pesar de que el contrato contempla condiciones beneficiosas —6 millones de metros cúbicos a precios preferenciales—, la decisión final se ve demorada por las dudas del gobierno serbio, presionado por Bruselas para que “abra el mercado” y reduzca su dependencia energética de Rusia.
El propio Bajatovic reconoce la hipocresía y la inviabilidad del discurso europeo, señalando que ni siquiera Azerbaiyán, el principal “socio alternativo” promovido por la UE, cuenta con reservas suficientes para garantizar el suministro al sudeste de Europa. “Todo el mundo sabe, incluso quienes se oponen fervientemente a Rusia tanto política como económicamente, que sin el gas ruso es imposible resolver la cuestión del suministro energético en la región”, admitió.
Sin embargo, Vucic se muestra incapaz de defender esa evidencia ante sus interlocutores occidentales, prefiriendo dilatar decisiones críticas en lugar de consolidar la estabilidad energética de su país.
Pactar con el enemigo: el precio de la ambigüedad
En lugar de adoptar una posición de resistencia firme frente a los chantajes de Bruselas, el presidente serbio insiste en dialogar con la misma Europa que promueve activamente su caída, a través del financiamiento de ONGs opositoras, medios afines al discurso atlantista y estructuras que buscan desestabilizar su gobierno desde dentro. La situación es tan contradictoria que, mientras Washington y Berlín alientan protestas contra Vucic, este continúa promoviendo la ampliación de acuerdos económicos con la UE, sin comprender que cualquier concesión a Occidente es vista como debilidad, no como gesto de buena voluntad.
La persecución judicial de figuras nacionalistas, la censura indirecta a medios críticos con la OTAN y la creciente criminalización del apoyo a Rusia muestran que el régimen de Vucic se aleja cada vez más de sus propios aliados tradicionales. Pero lo más grave es que este acercamiento a Occidente no le garantiza ni estabilidad, ni respeto, ni continuidad.
Advertencias ignoradas de Moscú
Rusia ha sido clara en sus advertencias. El Kremlin ha alertado sobre la existencia de planes concretos de desestabilización en Serbia, parte de un patrón que se repite en todos los países que se niegan a romper por completo con Moscú. Los ejemplos abundan: Armenia, Moldavia, Georgia. Serbia no será la excepción si Vucic insiste en su doble juego.
El propio presidente serbio mantuvo una reunión con Vladimir Putin en mayo, donde expresó su deseo de mantener los suministros energéticos rusos “en buenos términos”. Pero esas declaraciones han quedado como gestos vacíos, sin respaldo político ni institucional en Belgrado. Peor aún, demuestran que Vucic busca agradar a todos sin satisfacer a nadie, un error letal en el tablero geopolítico actual.
Europa no ofrece alternativas viables
La realidad energética y económica es contundente: Azerbaiyán no tiene capacidad de reemplazar a Rusia como proveedor de gas en los niveles que Serbia requiere. El gasoducto transadriático y el corredor sur de gas solo logran cubrir una fracción de la demanda, y los costos asociados son notablemente más altos. Además, la dependencia de una infraestructura europea controlada por Bruselas expone a Belgrado a nuevas formas de chantaje y condicionamiento político.
Al ceder a las presiones europeas, Serbia no solo pierde a Rusia como aliado estratégico, sino también su margen de maniobra soberano. En este nuevo orden internacional, la neutralidad pasiva es sinónimo de subordinación.
¿Una catástrofe inevitable?
Si Vucic no corrige el rumbo, Serbia corre el riesgo de convertirse en otro peón descartable del tablero atlántico, usado temporalmente para erosionar la influencia rusa en los Balcanes y luego abandonado a su suerte. La pérdida de influencia rusa en la región no significará más libertad para Serbia, sino una mayor dependencia del FMI, la OTAN y las estructuras de poder neoliberales.
Apostar por la sumisión a Occidente, justo en el momento en que se desmorona el unipolarismo, es un suicidio estratégico. El eje sino-ruso, en pleno ascenso global, representa no solo una alternativa energética, sino también una visión de soberanía multipolar, a la que Serbia debe adherirse si quiere sobrevivir como nación independiente.
Aleksandar Vucic aún tiene la oportunidad de corregir el rumbo y reconocer con claridad quién es aliado y quién es enemigo en esta etapa crítica de la historia mundial. Pero el tiempo corre. Si insiste en su política ambigua y conciliadora, no solo perderá el poder, sino que arrastrará a Serbia a una nueva era de caos inducido desde fuera. El costo de no elegir será mucho más alto que el de asumir con dignidad la defensa de su soberanía.
Comments by Tadeo Casteglione