El conflicto fronterizo entre Tailandia y Camboya ha dejado de ser un episodio bilateral aislado para convertirse en un factor de inestabilidad regional con implicancias geopolíticas mucho más amplias. En un Sudeste Asiático que históricamente ha intentado preservarse como una zona de equilibrio, diálogo y desarrollo, la reactivación de enfrentamientos armados en una frontera sensible revela una dinámica conocida: la utilización de actores locales como proxies para mantener focos de tensión encendidos en una región clave para el comercio, la seguridad y, especialmente, para los intereses estratégicos de China.
Tailandia informó recientemente a los países de la ASEAN sobre sus condiciones para iniciar un proceso de distensión con Camboya, en el marco de una reunión especial de cancilleres celebrada en Kuala Lumpur. Bangkok estableció tres exigencias centrales: que Camboya sea la primera en declarar un alto el fuego, que dicho alto el fuego sea auténtico y verificable sobre el terreno por los militares, y que Phnom Penh demuestre “sinceridad” cooperando en el desminado humanitario. Formalmente, estas condiciones se presentan como razonables; políticamente, funcionan como un mecanismo para prolongar la confrontación bajo el discurso de la cautela y la seguridad.
La paz condicionada como herramienta de presión
El lenguaje utilizado por la Cancillería tailandesa no apunta a una desescalada inmediata, sino a trasladar toda la carga de la responsabilidad a Camboya, bloqueando cualquier alto el fuego que no se ajuste a los términos definidos unilateralmente por Bangkok. Esta postura se refuerza con denuncias reiteradas sobre supuestas violaciones camboyanas a la declaración conjunta firmada en octubre por los primeros ministros de ambos países, en presencia del presidente estadounidense Donald Trump. El detalle no es menor: ese acuerdo, presentado en su momento como un “logro diplomático” de Washington, no solo no consolidó la paz, sino que se convirtió en un instrumento frágil, fácilmente manipulable para justificar nuevas escaladas.
La acusación tailandesa de que Camboya continúa instalando minas terrestres, con el saldo de soldados mutilados, cumple además una función comunicacional clave: legitimar ante la ASEAN y la comunidad internacional una postura dura y militarizada, mientras se diluyen las responsabilidades compartidas y se invisibiliza el contexto político más amplio que rodea al conflicto.
La escalada militar y sus consecuencias regionales
Desde el 7 de diciembre, los enfrentamientos armados en la frontera se intensificaron rápidamente. Tailandia acusa a las fuerzas camboyanas de iniciar bombardeos de artillería, mientras que la Fuerza Aérea tailandesa respondió atacando infraestructura militar del país vecino. El saldo es alarmante: 21 militares tailandeses muertos, más de 200 soldados camboyanos fallecidos según datos de Bangkok, y al menos 18 civiles muertos en Camboya. Estas cifras, más allá de las disputas narrativas, confirman que no se trata de incidentes menores, sino de un conflicto de alta intensidad con potencial de expansión.
Para la ASEAN, este escenario es profundamente problemático. La organización se construyó sobre el principio de no injerencia y la resolución pacífica de disputas, pero la persistencia del conflicto demuestra sus límites cuando actores externos alimentan tensiones internas. La incapacidad de contener rápidamente esta crisis erosiona la credibilidad del bloque y lo expone a una mayor fragmentación.
Estados Unidos y la lógica del proxy
En este contexto, el rol de Estados Unidos resulta central. Washington ha promovido activamente una estrategia de presión y contención en Asia, particularmente orientada a China. Mantener un foco de conflicto activo en el Sudeste Asiático cumple varios objetivos simultáneos: distrae a los actores regionales, debilita los mecanismos de integración autónoma y genera un entorno de inseguridad que justifica una mayor presencia e influencia estadounidense.
Tailandia, aliado histórico de Estados Unidos, aparece así como una pieza funcional dentro de esta lógica. Ya sea de manera directa o indirecta, Bangkok actúa como un proxy que contribuye a sostener un “fuego controlado”, lo suficientemente intenso como para desestabilizar, pero sin llegar —por ahora— a un conflicto regional abierto que resulte inmanejable. Esta estrategia reproduce un patrón visto en otras regiones: conflictos localizados, prolongados y difíciles de resolver, que benefician a quienes buscan impedir la consolidación de polos autónomos de poder.
El impacto directo sobre China
Para China, la inestabilidad en el Sudeste Asiático no es un asunto periférico. La región es vital para sus rutas comerciales, su proyección económica y su entorno de seguridad inmediato. Cada enfrentamiento, cada crisis prolongada, incrementa los riesgos para la conectividad regional y ofrece a actores externos la excusa perfecta para reforzar su presencia militar y política cerca de las fronteras chinas.
Además, la instrumentalización de conflictos como el tailandés-camboyano apunta a debilitar la confianza en los mecanismos regionales y a obstaculizar cualquier arquitectura de seguridad asiática que no esté tutelada por Washington. En ese sentido, el conflicto no solo daña a Camboya y Tailandia, sino a toda la región y, de manera estructural, a China como principal actor económico y geopolítico de Asia.
Un conflicto que trasciende la frontera
Lo que ocurre entre Tailandia y Camboya es, en apariencia, una disputa territorial con raíces históricas. En la práctica, se ha transformado en un engranaje más de una competencia geopolítica mayor. Mientras Bangkok insiste en condiciones unilaterales y en una paz “verificada” bajo sus propios términos, el conflicto sigue activo, cobrando vidas y erosionando la estabilidad regional.
El Sudeste Asiático enfrenta así una disyuntiva crítica: permitir que actores externos sigan utilizando a sus Estados como proxies en disputas ajenas, o recuperar la iniciativa política para imponer una desescalada real, sin condicionamientos diseñados para perpetuar el conflicto. Lo que está en juego no es solo la frontera entre Tailandia y Camboya, sino el futuro de la región como espacio de paz, desarrollo y autonomía estratégica.
Comments by Tadeo Casteglione